Solo dos escenarios son posibles: si tomamos medidas contra la emergencia climática o si no lo hacemos. Los países que se reúnen estos días en la cumbre del clima COP25 de Madrid saben bien lo que se juegan si no ponen todos sus esfuerzos en frenar el aumento de temperaturas.
El cambio climático se ha ido acomodando rápidamente en las regiones hasta adentrarse en las vidas de la gente. Millones de desplazados huyen ahora de sus efectos. Este ente cada vez menos invisible se nutre de los errores e inacciones de los gobiernos. Cada vez se hace más fuerte, cada vez alcanza a más personas, pero aún no es del todo imparable.
Para poner freno a la emergencia climática se aprobó el Acuerdo de París, la resolución universal que unió a todos los países en 2015. Sin embargo, la situación de cada uno de los Estados miembro de Naciones Unidas hace que estos sufran o contribuyan de diferente manera al aumento generalizado de las temperaturas.
Ciudades anegadas y asfixiadas, especies emblemáticas borradas del mapa, niñas y niños desnutridos y eventos extremos inexplicables son ya la realidad en muchas zonas del mundo. Sin una acción climática más ambiciosa y urgente, que restringa aún más las emisiones de gases de efecto invernadero, estos panoramas serán la realidad de todos.
Las áreas urbanas, donde vive más de la mitad de la población mundial, están afectadas por los efectos del cambio climático, pero también generan una gran concentración de gases de efecto invernadero. De hecho, según un informe de Naciones Unidas, son responsables de hasta el 70 % de las emisiones antropogénicas globales, la mayoría procedentes del consumo de combustibles fósiles por el uso del coche.
Para el año 2030 se prevé que las urbes acojan el 60 % de la población mundial, y en 2050 vivirán unos 2.500 millones de personas más en las ciudades. Los riesgos climáticos pueden incrementarse aún más, si no se reducen las emisiones de CO2. Muchas ciudades, como Nueva York, Rio de Janeiro, Sidney o Santa Cruz de Tenerife en España sufrirán especialmente el aumento del nivel del mar.
Además, la contaminación empeora la salud de las personas. En la actualidad, fallecen siete millones cada año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), por la exposición a partículas contaminantes del aire. Si no se actúa, también se elevará la prevalencia de enfermedades respiratorias, alergias y otras dolencias circulatorias o neurodegenerativas, además de la malnutrición y el paludismo por el aumento de las temperaturas.
Pero las ciudades también son parte de la solución. Bien diseñadas y mejor transitadas se convierten en centros de innovación y creatividad para actuar contra la polución. El impulso de zonas verdes, energías renovables y transporte limpio mejorará la calidad de vida de las personas.
Con condiciones atmosféricas cada vez más desfavorables, a los animales les quedan pocas opciones de supervivencia: se adaptan, huyen o perecen. Muchos de ellos no tendrán tiempo ni siquiera de adaptarse. Tras evaluar 10.000 estudios científicos, un trabajo publicado en Nature Communications muestra que no todas las especies podrán hacer frente al vertiginoso ritmo del aumento de temperaturas.
La zona mediterránea y España en particular, que alberga la mayor biodiversidad de Europa, será una de las que sufra más las consecuencias del cambio climático. Las precipitaciones irregulares y la sequía prolongada afectarán a los hábitats de las especies, de las que el 26 % ya está en estado crítico. Si no se superan los 2 ºC de aumento de temperaturas, casi el 30 % de los grupos de especies y más de un tercio de las plantas estarán en peligro en la zona mediterránea. Si no se consigue mantener este límite, la situación empeorará.
En otras regiones del mundo, la crisis climática está acelerando una extinción masiva de animales. En menos de 60 años, casi la mitad de las especies podría desaparecer si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan su frenético ritmo. Pero incluso manteniendo los objetivos del Acuerdo de París, el 25 % de las especies podrían perderse, sobre todo en la Amazonía o las Islas Galápagos, apunta un informe de la Universidad de East Anglia (Reino Unido) en colaboración con WWF.
Para garantizar la supervivencia de especies emblemáticas, como el orangután o el leopardo de las nieves, son necesarios corredores ecológicos para permitir su movilidad en un territorio cada vez más afectado por incendios, deforestación y disminución de glaciares.
La emergencia climática ha creado ganadores y perdedores. Unas 880 millones de personas viven en asentamientos precarios muy vulnerables al cambio climático, la mayoría de ellos en países pobres. Paradójicamente, este grupo de población es el que emite menos gases de efecto invernadero.
Además, la crisis climática ha exacerbado la desigualdad entre estos países y los industrializados. Aunque en las últimas décadas la brecha entre las naciones había disminuido, el cambio climático ha impedido que lo hiciera más rápido, según un estudio publicado este año en la revista PNAS. La diferencia es un 25% mayor entre los países empobrecidos y los enriquecidos que si no existiera el calentamiento global.
El aumento de temperaturas también genera mayor inseguridad alimentaria, según Oxfam Intermón. No solo aumentan los precios de los productos, sino que además se pierden las cosechas por la alteración del clima. Esto provoca mayor desnutrición, aumento de las enfermedades y tasas más elevadas de mortalidad infantil.
Para luchar contra las consecuencias del cambio climático, varios países han implementado sistemas sanitarios resilientes al clima, como promueve la OMS en una encuesta presentada esta semana en la COP25. Pero solo 51 de los 101 participantes han informado tener un plan nacional de salud y una estrategia relativa al cambio climático. Y son justamente las naciones con mayores problemas para incrementar estas políticas las más vulnerables a los efectos del cambio climático.
El año 2019 lo ha dejado bien claro: el mundo sufre cada vez más sequías severas, déficits de precipitaciones, inundaciones intensas, olas de calor más mortíferas, huracanes más potentes e incendios letales, entre otros eventos extremos. Prácticamente ninguna zona del mundo ha quedado exenta de los efectos del constante aumento de las temperaturas, batiéndose todos los récords a lo largo de esta última década.
Según el Índice de Riesgo Climático 2020 de la organización Germanwatch presentado ayer en la cumbre del clima de Madrid, los eventos extremos se han convertido en un gran desafío para todos los países, ya no solo para los más empobrecidos. Cerca de 500.000 personas han fallecido debido a unos 12.000 eventos extremos que han generado pérdidas económicas de miles de millones de dólares americanos.
España no es una excepción. La desertificación extrema, mayores inundaciones y fuertes temporales la ha posicionado en el puesto 38 entre las naciones más vulnerables al cambio climático. El país ha sufrido graves consecuencias humanas y materiales.
Pero los eventos extremos provocados por el aumento de temperaturas no siempre están ligados a feroces incendios y sequías, el clima se desajusta tanto que se pueden producir olas de frío extremo en zonas totalmente inesperadas.
El pasado invierno EE UU registró temperaturas mínimas récord, provocadas por una alteración del vórtice polar, un ciclón de aire frío masivo que se mantiene sobre el Polo Norte gracias a una corriente en chorro caliente. Si esta se desestabiliza, como ocurre actualmente por el cambio climático, partes del vórtice polar se desplazan hacia el sur. Esto provocará olas de frío polar más frecuentes en Norteamérica, Europa y Asia.