El confinamiento y la inminente crisis social y económica pueden tener su efecto en la ingesta de alcohol y aumentar las desigualdades en colectivos vulnerables. Para Xisca Sureda, investigadora en Salud Pública y Epidemiología de la Universidad de Alcalá, “quizá este sería un buen momento para desempolvar, revisar y aprobar una ley de alcohol y menores que parece haber quedado en el olvido”.
En España, el consumo de alcohol está totalmente normalizado y forma parte de nuestra cultura. En 2017, el 62,7 % de la población entre los 15 y los 64 años reconocía haber consumido alcohol en los últimos 30 días. Según los datos facilitados por el Ministerio de Sanidad, la razón principal de su ingesta es la diversión y porque ‘anima las fiestas’.
No es casual que en nuestro país haya una de las densidades de bares por habitante más altas del mundo (uno por cada 129 habitantes). En un proyecto realizado por investigadores de la Universidad de Alcalá en dos barrios de Madrid (Chamberí y Villaverde), los resultados muestran cómo las personas residentes señalaban ‘el bar’ como punto de encuentro para socializar y celebrar la amistad a través del consumo de alcohol.
Nadie percibe que estos lugares puedan influir por sí mismos en la ingesta de cada persona. Por el contrario, la aceptación social y los patrones de consumo pueden estar influenciados por características del entorno urbano cómo son el precio bajo de las bebidas alcohólicas, su disponibilidad y su promoción, además de por el contexto social y cultural.
Por eso, con la pandemia de COVID-19, cualquiera hubiera podido pensar que en el momento en que se cerraron los bares y nos metimos en casa disminuiría la disponibilidad de alcohol y las oportunidades para consumirlo con amigos y familiares.
Sin embargo, durante la semana del 30 de marzo al 5 de abril se incrementó por encima de un 50 % la adquisición de vino, cervezas y bebidas espirituosas en los supermercados. Y unas semanas después, las compras de los mismos productos aumentaron un 73,4 %, 86,5 % y 112,5 %, respectivamente.
Y es que el alcohol no se confinó. Continuó estando muy disponible y siendo asequible (incluso más que en los bares) para cualquier bolsillo. No obstante, hay que tener cuidado al interpretar el incremento en las ventas de las bebidas alcohólicas durante el confinamiento como un aumento del consumo que pueda mantenerse en el tiempo.
Todavía es pronto para llegar a estas conclusiones y será necesario monitorizar esta ingesta para hacer un buen diagnóstico, no solo de lo que ha pasado durante la cuarentena, sino de lo que viene después. Es posible que la crisis económica y social que acompaña a la crisis sanitaria impacte mucho más en los patrones de consumo de alcohol que la misma cuarentena.
Además, hay que tener en cuenta que, si ha habido o hay cambios en dicho consumo, estos no tienen por qué ser iguales para todos los grupos de población. Habrá que analizar esos cambios según edad, género, clase social y patrón de uso.
Estudios anteriores han observado un aumento del consumo de alcohol en determinados sectores de población debido a situaciones de crisis. / Pixabay
Hoy son muy pocos los datos empíricos publicados, y que hayan pasado por una revisión por pares, sobre cómo habrá afectado el confinamiento a la ingesta de alcohol en la población general y en grupos específicos de población. En estos momentos se están realizando encuestas en Europa que nos darán esta información en los próximos meses.
Pero basándonos en resultados de estudios previos realizados durante otros períodos de crisis en salud pública y económica, a priori es lógico pensar que haya aumentado la venta de alcohol en supermercados si no había disponibilidad en bares y restaurantes. Aunque esto no tiene por qué traducirse en un aumento de la prevalencia del consumo en la población general.
De hecho, algunas personas habrán aprovechado incluso para disminuirlo durante la cuarentena. Algunas investigaciones indican que durante períodos de crisis económica disminuye la ingesta debido a una disminución del poder adquisitivo.
Otras personas se darán cuenta de que la justificación del consumo social (beber porque nos lo pasamos bien o para socializar) no sirve porque beben igualmente en casa y en solitario. Quizá dentro de este grupo, encontremos quiénes hayan cambiado un uso de alcohol más concentrado durante el fin de semana a una ingesta diaria de menor cantidad.
Estudios anteriores también han observado un aumento del consumo en determinados sectores de población, sobre todo hombres, debido a situaciones de angustia vividas durante la crisis. En cualquier caso, será importante analizar si han existido esos cambios en los patrones de consumo y si se mantienen a lo largo del tiempo o no.
También deberemos tener en cuenta qué ha pasado y qué pasará en los adolescentes. Al vivir la mayoría con sus progenitores, durante el periodo de confinamiento posiblemente veremos una disminución del consumo de alcohol, sobre todo de lo que se denomina binge drinking o consumo de atracón (es decir, tomar 5 o más vasos de bebidas alcohólicas en aproximadamente 2 horas).
Sin embargo, deberemos prestar especial atención y quizás intentar prevenir un efecto rebote durante la desescalada, tras meses confinados. Ya estamos viendo cómo han aumentado las multas en estos últimos días por fiestas multitudinarias o botellones.
Ofertas de alcohol en una tienda de conveniencia de Madrid. / Víctor Carreño
Será muy importante observar cómo puede haber afectado y cómo afectará esta crisis a personas con un consumo de riesgo de alcohol y problemas de adicción, asociado preferentemente a clases sociales más desfavorecidas. Estos colectivos vulnerables pueden ahora sufrir las peores consecuencias de la crisis económica y social que acompaña esta situación sanitaria.
En ocasiones anteriores ya se ha visto un aumento en la ingesta de alcohol en contextos de crisis que puede ir ligado a ansiedad, preocupación y distrés psicológico en estos grupos, lo que podría conllevar probablemente mayores desigualdades en salud.
No debemos olvidar que el alcohol es uno de los principales factores de riesgo asociado a numerosas enfermedades: su ingesta contribuye al desarrollo de más 200 problemas de salud y lesiones. Es más, aparte de los costes en salud, ocasiona fuertes costes económicos y sociales.
Nuestros gobiernos no deben olvidar que en estos nuevos tiempos será fundamental monitorizar la epidemia del uso de alcohol en población general y en colectivos vulnerables. Deberemos aumentar los sistemas de vigilancia, atención primaria y especializada, y los servicios sociales para aquellas personas y colectivos que están luchando con la dependencia de esta sustancia.
Es necesario revisar las políticas para el control y prevención del consumo de alcohol. Entre las de mayor impacto y con mayor efectividad para prevenir su ingesta y los daños asociados destacan la regulación de su disponibilidad, precio, promoción y publicidad. Quizá este sería un buen momento para desempolvar, revisar y aprobar una ley de alcohol y menores que parece haber quedado en el olvido.
Xisca Sureda Llull es profesora e investigadora en Salud Pública y Epidemiología en la Universidad de Alcalá.