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Agencia Sinc
ANÁLISIS

El confinamiento transforma las ciudades en un oasis efímero para los animales

Con las ciudades vacías, muchos animales, que antes tenían miedo a los humanos, salen con más facilidad o cambian sus comportamientos. Para los expertos, la casi nula actividad humana crea una trampa ecológica y una falsa percepción de que las urbes son un buen lugar para vivir. Además, algunas especies pueden dejar de percibir a los humanos como un peligro.

Ciudades sin humanos
La ausencia de las personas en las ciudades provoca ciertos cambios de comportamiento en los animales. / Pixabay

El impacto que tiene el confinamiento de las personas sobre la fauna en las ciudades da lugar a muchas interpretaciones. Si bien no disponemos de datos finales y contrastados para estimar este efecto, los estudios previos permiten anticipar algunas consecuencias.

Es probable que estos cambios en los animales sean efímeros y la mayoría de sus consecuencias desaparecerán cuando la actividad humana vuelva

A corto plazo, el confinamiento permite observar cambios en el comportamiento de las especies o, incluso, un incremento local de la biodiversidad. Pero también es probable que estos cambios sean efímeros y la mayoría de sus consecuencias desaparecerán cuando la actividad humana vuelva a niveles similares a los previos a la crisis. 

Para muchos animales, el coronavirus solo habrá sido una trampa ecológica, es decir, una falsa percepción de que las ciudades son lugares adecuados para vivir. Esta situación induce a los animales a percibir un hábitat como apropiado para vivir o reproducirse cuando, en realidad, no lo es. 

Un ejemplo es el de insectos efemerópteros, que ponen los huevos sobre el asfalto, porque la luz polarizada que produce se confunde con la de la superficie del agua donde habitualmente se reproducen. Por tanto, el confinamiento expone a los animales a condiciones que pueden tener poco que ver con las que experimentarán en el futuro, cuando las personas y los coches vuelvan a las calles. 

En otros casos, los pájaros aprovechan el bajo nivel de perturbaciones humanas para criar en zonas donde antes no lo hacían. La reproducción podría fracasar una vez la actividad recupere cierta normalidad. 

Un canto más grave

En las ciudades algunos pájaros, como los herrerillos, cantan a una frecuencia más alta que fuera de los núcleos urbanos. Este podría ser un mecanismo para evitar que el sonido pase desapercibido debido a los ruidos de la ciudad, que suelen ser de frecuencia baja (sobre todo debido a los motores de los vehículos). 

Liberados de competidores y enemigos, el número de palomas, gaviotas y ratones puede crecer hasta convertirse en plagas

Con el confinamiento podríamos esperar algunos cambios en el canto de los pájaros. Sin embargo, es poco probable que este hecho favorezca a especies de aves que cantan a frecuencias bajas, como se ha sugerido, porque no hay evidencias claras de que la frecuencia del canto sea un factor importante a la hora de colonizar áreas urbanas. 

Una particularidad de las zonas altamente urbanizadas es que su fauna está dominada por unas pocas especies superabundantes, como las palomas, las gaviotas o los ratones. La proliferación de estas especies en las ciudades tiene mucho que ver con su capacidad de aprovechar el alimento generado por la actividad humana. 

Liberados de competidores y enemigos, su número puede crecer hasta convertirse en plagas. Estos días, la disminución de la actividad humana puede reducir la abundancia de alimento y afectar, por tanto, a las especies que son más dependientes. 

Paloma

El número de algunos animales, como las palomas, podría aumentar durante el confinamiento. / Pixabay

El miedo a los humanos

Las reservas que algunas especies muestran respecto de los humanos es otro comportamiento que se puede ver alterado en tiempos de cuarentena. Con pocas excepciones, la mayoría de animales experimentan reticencias respecto a las personas y evitan las zonas más densamente pobladas. 

Muchas especies de mamíferos, como lobos, elefantes o antílopes, han aumentado sus hábitos nocturnos en todo el mundo para minimizar el contacto con humanos. Dado que el confinamiento reduce la presencia humana, algunas especies animales pueden habituarse y dejar de percibir las personas como un peligro. Esta circunstancia se ha podido demostrar en coyotes o ciervos en zonas protegidas, donde está prohibido estorbarles.

Es posible que la reducción de la actividad humana por la crisis del coronavirus haga aumentar la diversidad de animales en las ciudades

El miedo que los animales experimentan ante los humanos explica, en parte, la baja biodiversidad en los centros de las ciudades. Es posible que la reducción de la actividad humana por la crisis del coronavirus haga aumentar la diversidad de animales en las ciudades. 

El confinamiento tiene una incidencia decisiva en el cambio de este patrón de comportamiento, sobre todo en aquellas especies que tienen más capacidad de dispersión y que son más abundantes fuera de la ciudad. Este es el caso de los grandes depredadores, que evitan las concentraciones urbanas para reducir los conflictos con los humanos, pero que se pueden habituar rápidamente cuando baja su percepción de riesgo. Recientemente se han visto depredadores como pumas en Chile o leopardos en la India. 

Para estimar el impacto real del confinamiento sobre la fauna habrá que documentar los cambios en el comportamiento de los individuos y sus efectos sobre las dinámicas poblacionales antes, durante y después del confinamiento y compararlos con datos de lugares similares donde no se haya producido el aislamiento obligatorio. 

Estos datos son difíciles de obtener, pero a partir de la experiencia de la ecología sobre la relación entre los animales y las personas, podemos afirmar que el confinamiento puede producir cambios importantes en la fauna. La posibilidad de que unas pocas semanas de confinamiento puedan alterar el comportamiento y diversidad de animales debería hacernos reflexionar sobre hasta qué punto estamos creando ciudades que son poco habitables. 

Daniel SolOriol Lapiedra y Aina Garcia son investigadores en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) del CSIC.

Fuente:
CREAF
Derechos: Creative Commons.
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