El estatus socioeconómico de las familias se ha asociado con el rendimiento de los niños en la escuela, incluso con la extensión de algunas zonas de sus cerebros. Hace unos años se diseñó un trabajo pionero para saber si aliviar la pobreza tiene un impacto directo y causal en su actividad cerebral. Los primeros datos publicados sugieren que sí.
La meritocracia pura es un concepto esquivo que parece tomar desvíos ya desde la cuna. Si la pobreza infantil se había asociado entre otras muchas cosas a un peor rendimiento en la escuela y a salarios más bajos en el futuro, un estudio reciente apunta por primera vez a una relación causal entre mejorar los recursos de las familias y la actividad cerebral de sus hijos.
Planteado a la manera de un ensayo clínico, más de mil mujeres que vivían bajo el umbral de la pobreza y que acababan de ser madres se dividieron en dos grupos. A las del primero se les asignó un ingreso mensual en efectivo de 333 dólares mensuales que podían usar como quisieran, mientras que las del segundo recibieron apenas 20.
Al cabo de un año se realizó un electroencefalograma a más de 400 de esos niños y el estudio, publicado en la revista PNAS, resume sus hallazgos así: “En un contexto de mayores recursos económicos, las experiencias de los niños cambiaron y la actividad de sus cerebros se adaptó a esas experiencias. Se ha demostrado que los patrones de actividad cerebral resultantes están asociados al desarrollo de habilidades cognitivas posteriores”.
Para Charo Rueda, catedrática de Psicología de la Universidad de Granada e investigadora en cerebro y cognición —que no ha participado en el estudio—, “el efecto es pequeño, como no podía ser de otra manera, pero es relevante. E impresiona por lo general de la intervención. Dotar de más recursos económicos a familias pobres produce cambios en el funcionamiento cerebral de los bebés”.
“Ninguno de nosotros cree que el ingreso es la única respuesta”, dijo en las páginas del New York Times Kimberly Noble, neurocientífica y pediatra de la Universidad de Columbia e investigadora principal del estudio. Pero con el proyecto —llamado Baby´s First Years, “los primeros años del bebé”—, “vamos más allá de la correlación para comprobar si la reducción de la pobreza tiene un impacto directo en el desarrollo cognitivo, emocional y cerebral de los niños”.
Lo que se ha dado en llamar estatus socioeconómico se ha asociado numerosísimas veces con el rendimiento académico y cognitivo y, de hecho, “es un buen predictor”, asegura Rueda. Incluso varios estudios, algunos firmados por la propia Noble, han visto que la extensión de algunas zonas de la corteza cerebral es menor en los niños de las familias con menos ingresos.
Sin embargo, correlación no implica causalidad, como ya rezan incluso algunas camisetas, y aunque intervenciones en las que se asignaban 4.000 dólares anuales a familias con bajos ingresos en los primeros años de vida de un niño se asociaban luego con mejores perspectivas de sueldo, empleo e incluso de salud, ningún ensayo de ese tipo se había realizado para comprobar su influencia sobre el desarrollo cerebral.
Los estudios de asociación se prestan a posibles factores de confusión, y al menos teóricamente, podría ser que otras circunstancias que acompañen a la pobreza y no ella misma fueran las que provocaran esos efectos.
Además de que el estatus socioeconómico es un paraguas amplio que no incluye únicamente los ingresos, algunas voces piensan que la genética podría explicar buena parte de él: si así fuera, y en su opinión, aliviar la pobreza no tendría consecuencias en el cerebro, pues la causa principal de las diferencias sería biológica. Eso sí, los pocos trabajos sobre genética que hay al respecto son muy controvertidos y, como apunta Rueda, aun así “explican muy poco [del estatus socioeconómico], mientras que sí tenemos muchísima evidencia de la influencia del ambiente”.
El desarrollo del cerebro obedece a una compleja interacción entre genética y entorno y el ambiente y las experiencias son más importantes que la genética cuando se crece en situaciones de adversidad económica
El desarrollo del cerebro obedece a “una compleja interacción entre genética y entorno”, añade Rueda, “y el ambiente y las experiencias son más importantes que la genética cuando se crece en situaciones de adversidad económica”.
Por otro lado, los estudios de imagen cerebral no ven diferencias según el estatus socioeconómico a los cinco meses del nacimiento, sino que estas aparecen después. Y estudios de actividad cerebral medida con electroencefalograma tampoco detectan diferencias al nacimiento. Aun así, no se había hecho ningún estudio que pudiera atribuirse la potestad de desentrañar la causalidad y de saber si aumentar moderadamente los recursos produce ya directamente beneficios en el cerebro de los niños. Este es el primero.
El Baby´s First Years se define como un estudio de intervención aleatorizado. Al separar al azar a las participantes en dos grupos barre y minimiza los factores de confusión, porque en principio la diferencia principal entre ellos será la intervención, la cuantía del ingreso: esos 4.000 dólares anuales que prácticamente coinciden con la propuesta de Biden de ampliar y potenciar programas de ayuda amenazados con desaparecer.
Organizado por seis universidades de los Estados Unidos, su objetivo es estudiar a los niños y sus madres hasta los cuatro años de edad. Los resultados publicados son un paso intermedio que han analizado en más de 400 de ellos, y para ello han usado un marcador indirecto, la actividad cerebral en distintas bandas de frecuencia medidas mediante electroencefalografía. Una mayor actividad se ha asociado con mejores funciones cognitivas, socioemocionales, de lenguaje o de atención.
“Los grupos que han hecho el trabajo tienen muy buena trayectoria”, afirma Rueda, y aunque se base en un marcador intermedio, “está aceptada su validez. Mucha gente estamos trabajando con este tipo de datos, pero aquí lo hacen con un diseño experimental que permite sacar conclusiones causales, y los cambios que encuentran van en la dirección esperada”.
Los autores no pueden asegurar que estos patrones se manifiesten en diferencias objetivas en el futuro, e incluso algunas comparaciones de frecuencias aisladas no resistían a la estadística cuando esta se apretaba al máximo, pero en global esto es lo que dicen en el artículo: “Consideramos que el peso de las pruebas apoya la conclusión de que las transferencias monetarias mensuales no condicionadas dadas a las madres de nuestro estudio afectaron a la actividad cerebral de sus hijos”.
Preguntada por esto, Noble explica a SINC que “no podemos afirmar con rotundidad que probamos la causalidad, porque el tamaño de la muestra fue inferior al previsto [la pandemia dificultó la obtención de más datos], pero sí encontramos pruebas que sugieren que nuestra intervención cambió la actividad cerebral de los niños”.
Para Juan Ramón Barrada, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Zaragoza y experto en Metodología de las Ciencias del Comportamiento—que tampoco ha participado en el estudio—, cuando la estadística se aprieta de esa manera “existen discrepancias sobre cómo actuar según el tipo de estudio. En este caso, me inclino por decir, sin dar el tema por resuelto, que este trabajo aumenta mi confianza en que la transferencia de dinero cambia la actividad cerebral”.
Esas diferencias son, según el economista y coautor del trabajo Greg Duncan, “similares en magnitud a las registradas en intervenciones educativas a gran escala”, como la reducción en el número de alumnos por clase. Eso sí, las diferencias son a nivel de grupo, no suponen ni mucho menos un destino individual. Como ha dicho Noble, “de ninguna manera podemos conocer las circunstancias de un niño en concreto y predecir cómo será su cerebro”.
Cuando cumplan cuatro años, la batería de pruebas será mucho más amplia y completa, “y mediremos las habilidades de pensamiento y aprendizaje directamente”, apunta Noble. También se analizará cómo han gastado las familias el dinero y qué ha podido determinar los cambios, lo cual podría pasar entre otras cosas por una mejor nutrición o, especialmente, por un menor estrés en la familia.
“El poder del dinero en efectivo es que puede utilizarse según las necesidades de la familia en cada momento, ya sea para arreglar el coche o para comprar pañales. Puede que no haya una sola forma en que afecte positivamente a las familias; el dinero puede importar de muchas pequeñas formas”, explicó Katherine Magnuson, directora del Instituto para la Investigación de la Pobreza y coautora también del trabajo.
El alivio de la pobreza está justificado en sí mismo. La neurociencia nos brinda una forma de comprender los mecanismos por los cuales el cambio social puede estar ligado a efectos en los niños
“Que una familia vea reducido su estrés afecta a la idiosincrasia de cómo educa a sus hijos”, afirma Rueda. “Si se tiene más tranquilidad para poner en marcha lo que sea que necesite, eso ya mejora la sensibilidad de los cuidados”. Esa preocupación es lo que se ha dado en llamar el “impuesto cerebral de la pobreza”, aumenta el riesgo de depresión y ansiedad en los padres y se asemeja a una carga mental que el profesor de la Universidad de Princeton Eldar Shafir comparaba con tratar de retener continuamente un número de siete cifras en la memoria.
Ahora bien: ¿no debería considerarse el alivio o la erradicación de la pobreza un fin en sí mismo? ¿Pueden influir estudios de este tipo en las decisiones políticas? El pediatra y neurocientífico Charles Nelson decía en un artículo en la BBC que “unas imágenes bonitas del cerebro parecen tener más impacto que fotografías de niños hambrientos, y creo que hacen ver a las personas que hay un precio biológico que se paga por crecer en la pobreza”.
Para Noble, “el alivio de la pobreza está justificado en sí mismo. La neurociencia nos brinda una forma de comprender los mecanismos por los cuales el cambio social puede estar ligado a efectos en los niños”.
Y esto escribía al respecto Martha Farah, neurocientífica y mentora de la propia Noble: ¿por qué una comprensión más completa de cualquier problema, formulada en cualquier nivel de explicación aplicable —físico, biológico, psicológico, económico, social o político— no sería una ventaja a la hora de resolverlo?
Referencia:
Kimberly G. Noble et al “The impact of a poverty reduction intervention on infant brain activity”. PNAS, 2022