Un equipo internacional de investigadores ha realizado el seguimiento de grillos campestres (Gryllus campestris) en su hábitat natural en Asturias a través de tecnología de vídeo digital, etiquetaje y huellas de ADN, para comprobar a qué se dedican estos insectos, sobre todo en temporada de cría. El estudio, que se publica ahora en Science, compara el comportamiento, parentesco y ascendencia de los grillos.
Los biólogos de la Universidad de Exeter (Reino Unido) siguieron a 152 grillos de campo a través de cámaras de videovigilancia por infrarrojos, día y noche. El hábitat natural del grillo, situado en Asturias, contó con 96 cámaras y micrófonos que registraron y recogieron todos los movimientos y sonidos de los grillos durante la temporada de cría. Hasta ahora, saber qué comportamientos aumentan la descendencia, sólo se había estudiado en laboratorio.
Durante el verano, toda una generación de grillos se dedicó a vivir sus vidas en una “telerrealidad” salvaje. Una de las observaciones de los científicos es que los machos no se limitan a cantar para atraer a las hembras, sino que emprenden expediciones de caza de naturaleza sexual. Cuando una pareja se reúne, los dos grillos pueden llegar a 40 cópulas. Además, las hembras buscan la variedad en relaciones rápidas con otros machos, antes de volver con sus compañeros habituales.
“Los grillos macho que más cantan tienden a ser más fuertes y sanos, y reproducen descendientes fuertes y sanos, por lo que las hembras los prefieren. Pero el canto no parece tener demasiada relevancia en cuanto al éxito de los machos más grandes y longevos porque son atractivos en otros aspectos. Se trata de una combinación de rasgos la que señala la idoneidad de un macho a la hora de atraer a una pareja y asegurar el éxito en la reproducción”, señala Rolando Rodríguez-Muñoz, investigador de postdoctorado de la Universidad de Exeter, y uno de los autores del estudio.
Los grillos cantan durante los meses estivales, cuando los machos atraen a las hembras y se aparean con ellas. Éstas depositan sus huevos en el suelo, a cierta profundidad, buscando la seguridad. Al verano siguiente, las hembras que sobreviven a las peleas por mantener los nidos y a los depredadores habrán puesto cientos de huevos, pero muchas de ellas no tendrán descendencia. Incluso las triunfadoras solamente contarán con una pequeña prole que sobrevivirá hasta alcanzar la madurez. Para los machos, la situación aún es más extrema: muchos no dejan herederos, sólo una minoría tiene muchos.
Espiando a los grillos
En el estudio que se publica ahora en la revista Science, el equipo de biólogos combinó más de 250.000 horas de observación de la intimidad de los insectos a través de vídeos y huellas de su ADN para determinar cuántos descendientes legaba cada individuo a la siguiente generación.
Para ello, los investigadores adhirieron con pegamento extrafuerte en el lomo de cada grillo una placa numerada del tamaño necesario para que pudiesen leerla las cámaras. Tomaron también un pequeño fragmento de tejido, de menos de un milímetro de ancho, para obtener la huella genética del ADN de cada individuo.
Las etiquetas visibles permitieron a los investigadores analizar las vidas y comportamientos de los grillos así como sus parejas, cuánto tiempo pasaban juntos machos y hembras, el tiempo invertido por cada macho en cantar para atraer a las hembras y las peleas que se producían cuando un macho se acercaba a una madriguera ocupada por otro.
“Este culebrón de grillos es un modelo de las luchas vitales que mantienen tantas especies; nos relata cómo ocurre la selección natural en los entornos salvajes”, explica Tom Tregenza, biólogo del campus de Cornualles de la Universidad de Exeter, y otro de los autores.
Los resultados demuestran que los machos dominantes tuvieron menos apareamientos que los derrotados en más enfrentamientos, pero el número de descendientes que dejaban fue el mismo. Los machos que cantaron durante más tiempo tuvieron más parejas, pero esto solamente fue importante para los machos pequeños, ya que los grillos de menor tamaño tuvieron que cantar para lograr reproducirse, pero los mayores obtuvieron mejores resultados incluso sin cantar.
Lo más intrigante para los científicos es que hembras y machos se reprodujeron más al tener más parejas. “Es fácil comprender por qué los machos se aparean tanto, ya que cada apareamiento implica una mayor probabilidad de reproducirse. Para las hembras, la historia es distinta, pues deben poner huevos y recoger más esperma. Pero las hembras que se aparean con más machos tienen más descendientes, por lo que la promiscuidad es también un factor positivo para las hembras”, añade Rodríguez-Muñoz.
Según Tregenza, es necesario “conocer cómo responderán los ecosistemas, como este prado, ante un clima cambiante”. Las imágenes que han filmado permiten a los científicos observar directamente cómo los comportamientos repercuten en el éxito reproductivo.