Si desea perder peso, le resultará útil pensar en comer su dulce favorito. Este descubrimiento, publicado esta semana en la revista Science, invierte el supuesto que sostenía que pensar en la comida hace que se coma más. Así que póngase en marcha e imagínese devorando hasta el último bocado: todo en nombre de su dieta.
Investigadores de la Universidad Carnegie Mellon (Pittsburgh, EE UU), publicado en la revista Science, revela que cuando se imagina comer un determinado alimento, se reduce el consumo real del mismo. Este hallazgo cambia el imaginario de décadas de antigüedad que dice que pensar en algo que se desea aumenta la ansiedad que se tiene de esto y las ganas de consumirlo.
El equipo de investigación probó los efectos de la exposición repetida a la imaginación del consumo de un alimento en su consumo real y descubrió que con solo imaginar el consumo de un alimento disminuyen las ganas que de él se tuvieran.
“Tratar de suprimir los pensamientos de los alimentos que se deseen con el fin de reducir la ansiedad es una estrategia fundamentalmente fallida”, explica Carey Morewedge, autor principal de este estudio.
Estos hallazgos ayudarán a desarrollar futuros procedimientos para reducir la ansiedad de consumo de alimentos poco saludables. Otras implicaciones incluyen el descubrimiento de que las imágenes mentales pueden representar la habituación en ausencia de estimulación sensorial preingestiva y que la estimulación repetida puede desencadenar las consecuencias del comportamiento de dicha acción.
“La habituación no se rige sólo por las entradas sensoriales, sino también por el modo en que nos representamos mentalmente la experiencia de consumo. Hasta cierto punto, la mera imaginación de una experiencia es un sustituto de la experiencia real. La diferencia entre imaginar y experimentar puede ser más pequeña de lo que se suponía”, subraya Joachim Vosgerau, otro de los autores.
El experimento, paso a paso
El equipo publicó cinco experimentos que probaron si la estimulación mental del consumo de un alimento reduce su consumo real posterior. En el primer experimento, los participantes imaginaron realizar 33 acciones repetitivas, una a una. Un grupo de control imaginó introducir monedas de cuarto de dólar en una lavadora de lavandería.
Otro grupo imaginó la inserción de 30 monedas de cuarto de dólar en dichas lavadoras y luego se imaginó comiendo tres M&M, mientras que un tercer grupo imaginó la inserción de tres cuartos de dólar en una lavadora y luego se imaginó comer 30 M&M. A continuación, todos los participantes comieron libremente de un recipiente lleno de M&M.
Los participantes que habían imaginado comer 30 M&M comieron, de hecho, un número significativamente menor de estos respecto a los participantes de los otros dos grupos. Para garantizar que los resultados se debían al consumo imaginado de M&M y no a la tarea de control, el siguiente experimento manipuló la experiencia imaginada (introducir cuartos de dólar o comer M&M) y el número de veces que se imaginaba.
Una vez más, los participantes que imaginaron comer 30 M&M posteriormente consumieron menos de estos respecto a los participantes de los otros grupos.
Los últimos experimentos demostraron que la reducción en el consumo real tras el consumo imaginado se debió a la habituación —una reducción gradual de la motivación para comer más de los alimentos— en lugar de a procesos psicológicos alternativos, tales como impresión mnésica (priming) o un cambio en la percepción del sabor de la comida.