Depresión, ansiedad, trastornos graves de la personalidad o el doble de riesgo de intentos de suicidio son algunas de las consecuencias del maltrato infantil en la edad adulta. Los profesionales insisten en la importancia de visibilizar estas conductas y optimizar el acceso a tratamientos psicológicos especializados.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el maltrato infantil como las negligencias y la desatención de las que son objeto los menores de 18 años, e incluye lesiones físicas o psicológicas, abuso sexual y explotación comercial o de otro tipo que puedan provocar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder.
España registra más de 15.000 notificaciones por sospecha de maltrato infantil cada año. En 2020 –último año del que se tienen datos– el Registro Unificado de casos de sospecha de Maltrato Infantil (RUMI) acumuló 15.688 notificaciones, frente a las 15.365 que se registraron en 2019.
Desde la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (ANPIR) advierten de sus consecuencias en la edad adulta, ya que los traumas durante la infancia están relacionados con una mayor probabilidad de sufrir trastornos de salud mental.
“Las secuelas del maltrato en esta etapa son muy amplias. En general, afectan a la salud mental en la vida adulta, con un aumento de los casos de depresión, ideación autolítica [pensamientos encaminados a cometer suicidio] o trastornos límite de la personalidad ”, explica a SINC Gloria Bellido, coordinadora de la sección de psicología clínica de la infancia y adolescencia de ANPIR.
Así, un estudio de la Universidad de Birmingham, publicado en 2019, ya demostró que los niños que han vivido una situación de maltrato tienen más del doble de probabilidades de desarrollar trastornos mentales graves como psicosis, esquizofrenia y trastorno bipolar.
También se estima que el 35 % de los trastornos mentales que se diagnostican en la edad adulta tienen que ver con experiencias de maltrato en la infancia. Además, la literatura científica asegura que las víctimas podrían tener el doble de riesgo de intentos de suicidio.
Es más, los efectos negativos de los malos tratos contribuyen a un incremento de la mortalidad y morbilidad en la etapa adulta. “Tiene repercusiones en la salud física, como problemas cardiovasculares, obesidad, tabaquismo, consumo de sustancias o comportamientos sexuales de riesgo. Se trata sin duda de un problema de salud pública, pero está muy invisibilizado”, añade Bellido.
Los especialistas tienen claro que la prevención y la detección temprana son las mejores armas para acabar con este grave problema. “El problema que muchas veces el maltrato proviene de personas muy cercanas, y los niños pueden normalizar esta situación o tener miedo a contarlo”, indica la coordinadora de ANPIR.
“A menudo no son conscientes de que están viviendo una situación de abuso o desatención. Y si lo son, no saben a quién dirigirse o dónde pedir ayuda; piensan que no les van a creer o no quieren poner en aprietos a sus padres. Por eso hay que ser muy cuidadoso y que sea una persona de confianza la que haga la exploración con el niño”, continúa.
Muchas veces no son conscientes de que están viviendo una situación de abuso o desatención. Y si lo son, no saben a quién dirigirse o dónde pedir ayuda; piensan que no les van a creer o no quieren poner en aprietos a sus padres
Bellido subraya que es entonces, cuando se detecta una situación de este tipo, cuando deben intervenir los profesionales especializados si se observan consecuencias en el niño. El problema es que las señales del maltrato son inespecíficas.
“Pueden ser cambios en el comportamiento, problemas de conducta, alternaciones emocionales y en las funciones básicas como alimentación o sueño”, apunta. “No obstante, más importante que ver señales concretas es estar concienciado sobre el maltrato. Y cuando se vea algo que llame la atención, preguntar y proporcionar al niño un espacio seguro para que pueda expresarse”.
Cómo actuar ante el maltrato infantil. / ANPIR
Para tratar el maltrato infantil y atenuar sus consecuencias, como el estrés postraumático, existen terapias especializadas. “Si se detecta en el momento en el que se produce, lo más importante es parar esa conducta, proteger al menor y después ver las consecuencias”, afirma Bellido.
Eso sí, los expertos insisten en que una vez que este confirme o cuente lo que le está ocurriendo, las premisas son claras: creerle siempre, no restar importancia a lo que está diciendo y no mirar para otro lado.
Así, la ley de protección a la infancia que entró en vigor en junio de 2021 establece que todos los ciudadanos tienen la obligación de comunicar cualquier sospecha de maltrato. A este respecto, las cifras de 2020 muestran que el mayor número de notificaciones (39,2 %) procedió del ámbito de los servicios sociales; el 12 % del ámbito educativo; el 9,3 % de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado; y el 9 % del ámbito sanitario.
Entre las causas que llevan a que se produzcan situaciones de maltrato, la responsable de la sección de infanto-juvenil de ANPIR señala las dificultades a la hora de ejercer una parentalidad positiva o la reproducción de experiencias que los padres han sufrido durante su propia crianza.
“En general nos encontramos una herencia: si a mí me han maltratado, la única forma que conozco para relacionarme con mis hijos es esa. O si en la familia hay muchas situaciones de estrés, al final estas conductas aparecen de forma más fácil”, puntualiza.
De hecho, se ha observado un aumento durante la pandemia: el 33,1 % de los adolescentes de entre 14 y 17 años declaró haber sido víctima de algún tipo de violencia desde el inicio del confinamiento, según una encuesta realizada por Save the Children.
“Hay que visibilizarlo porque es un tema del que se habla muy poco. Se tiene la creencia de que es algo residual o que solo ocurre entre las clases sociales más desfavorecidas, pero no es así”, sostiene Bellido.
Sin embargo, deja claro que hay que ejercer igualmente una protección hacia las familias. “No se trata de culpabilizarlas, sino de ayudarlas para que tengan otras maneras de relacionarse con sus hijos”, concluye.