En plena segunda oleada de coronavirus, varias ciudades españolas han impuesto restricciones de movilidad para frenar la curva de contagios. Carlos Chaccour, investigador de ISGlobal –centro impulsado por Fundación “la Caixa”–, explica cómo la clave está en tomar medidas contundentes de forma precoz, pero limitando los problemas económicos a largo plazo.
En otros países y en varias ciudades de España se han impuesto ya restricciones de movilidad. ¿Cree que las regiones que tomen estas medidas antes serán las que mejor controlen la pandemia?
Durante la primera ola quedó muy claro que lo que más se asocia con un mejor resultado son las medidas tempranas. Eso sí, tenemos que definir muy bien su alcance y el balance entre el coste económico-social de las restricciones y el beneficio que traen.
Esto es una batalla a largo plazo y las decisiones que se toman hoy poseen repercusiones que van mucho más allá de la transmisión en las próximas seis semanas. Hay que ser prudente y sopesar las consecuencias para así adquirir las restricciones menos extensas que a su vez aseguren o faciliten la eficacia; pero de la misma forma, ser contundente y precoz.
Parece que estoy diciendo cosas contradictorias, pero no. El problema es que estamos enzarzados en una dinámica de reactividad, es decir, que siempre se toman medidas como reacción a unos indicadores.
Así se pierde margen de actuación…
En esta enfermedad los indicadores son, por definición, muy tardíos. Como la incubación es de 2 a 12 días y la mayor parte de los casos secundarios ocurren en un periodo entre -2 y +2 días desde el inicio de los síntomas —y además hay una proporción importante de personas asintomáticas—, en el momento en el que quieres reaccionar a una elevación en el número de casos, ya vas tarde.
Como mínimo te has ‘comido’ dos semanas de transmisión. Eso si las herramientas de seguimiento, diagnóstico y de conocimiento epidemiológico están funcionando bien, porque de lo contrario se habrá desperdiciado mucho más tiempo.
¿Y qué se puede hacer para mejorar esto?
Hay que comenzar a ver indicadores mucho más precoces, como los datos de movilidad de Google. Estos básicamente muestran que la movilidad poblacional en parques, transporte público, centros comerciales, farmacias o tiendas de supermercado ha aumentado muchísimo desde el verano. Lejos de mantenerse de forma limitada, la movilidad ha aumentado en esta nueva normalidad e incluso ha llegado a superar las cifras basales en algunos sitios para la misma época en otros años. Y eso puede dar lugar a más casos.
También hay que reconocer el valor económico de la aportación directa e indirecta del sector escolar. No hay evidencia de que la escuela sea un foco de transmisión, pero sí de que cada año perdido se asocia a una fracción no despreciable de merma de los ingresos de por vida. Por no hablar de que el tiempo que estén en el colegio permite a los padres y madres trabajar de forma tranquila sabiendo que sus niños están en un ambiente protegido.
Por último, se debe fortalecer el teletrabajo siempre que sea posible para reducir la densidad poblacional en zonas de movilidad. No puedes encerrar a todo el mundo en casa como pasó en marzo. Esa medida es como una escopeta, ahora hace falta un tiro de precisión. De lo contrario, afectas al más vulnerable y al más pobre; y la talla de un país se mide por cómo trata a su población más frágil.
¿Cómo ha afectado en los últimos meses la mayor movilidad en grandes ciudades como Madrid y Barcelona? ¿Nos desconfinamos demasiado rápido?
La transición a la nueva normalidad no ha sido óptima. El fallo principal es que no hemos reconocido la comunicación como una herramienta de salud pública tan importante como el rastreo de casos, la cuarentena, el aislamiento…
Porque ¿de qué sirven unas medidas que están muy pensadas si no las comunicas bien y la gente no las acata? Es fundamental conocer la dinámica de transmisión del virus. En los meses pasados existía la ilusa idea de que aunque había aumentado el número de casos entre los 15 y 35 años, la mortalidad no había aumentado todavía o que el virus se había hecho menos agresivo. Y no.
Lo que sucede es que al haber más transmisión en grupos menos vulnerables, puede aumentar el número de casos sin aumentar la mortalidad directa. Pero en el momento en que rebosa a grupos de mayor edad, lo esperable es que aumente el número de ingresos y el de muertes.
Sin embargo, se tardó un tiempo en reaccionar…
La dificultad está en que entre el momento en que hay aumento de transmisión y en el que aumentan los casos pueden pasar dos o tres semanas. Y entre el momento en que aumentan los casos y aumentan los ingresos —dependiendo del patrón de edad de transmisión en ese momento— habrá entre dos y tres semanas.
De la misma forma, entre los ingresos y las muertes hay otras dos o tres semanas. Por ello, entre el incremento de transmisión y el momento en que se empieza a ver gente morir pueden pasar 9 o 10 semanas. Pero eso no quiere decir que no tuvieras un gran problema en el primer momento.
En la primera oleada de la pandemia hubo un confinamiento total de la población. Ahora la situación es distinta, ¿no deberíamos dejar de usar el término ‘confinamiento’ para referirnos a las actuales restricciones de movilidad, mucho más suaves?
Ahora mismo lo que hay son restricciones de la movilidad y restricciones perimetrales a la salida y entrada de personas. Pero me temo que, si la situación se va de las manos, se va a volver a pensar en el confinamiento como una restricción total de la movilidad. Sería una medida desesperada.
Es el momento de ser solidarios, pero no solo poniéndonos la mascarilla, sino teletrabajando los que podamos para que trabajen de manera presencial los que no puedan y así minimicemos los riesgos. En la actualidad se habla del modelo de queso suizo: múltiples barreras porosas que, aunque ninguna es perfecta, ayudan si las ponemos una tras de otra.
¿Cuánto tiempo cree que seguiremos viviendo con restricciones de movilidad periódicas? ¿Debemos acostumbrarnos a convivir con algunas de las medidas tomadas durante esta pandemia?
Es difícil predecir. Los escenarios —según las previsiones de los modelos matemáticos y del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC)— varían desde una enorme ola en invierno y luego una pequeña ola después; una ola grande ahora y luego un sistema de transmisión basal; hasta un establecimiento endémico estacional.
En cualquiera de los tres escenarios, durante todo el año que viene vamos a tener que convivir con medidas que restrinjan o disminuyan la transmisión y que tristemente seguirán siendo reactivas. La restricción de la movilidad es una, pero hay otras: mascarillas, ventilación de los espacios…
¿Qué opina del cierre de los parques infantiles?
Es la nueva hidroxicloroquina: una medida que no tiene ninguna base científica, que puede ser potencialmente dañina y que todo el mundo hace. Un sitio al aire libre, muy ventilado (más en esta época del año), donde se restrinja parcialmente el aforo y los padres velen porque los niños lleven mascarilla es mucho menos arriesgado que ir en transporte público.
¿Hemos aprendido algo en esta segunda oleada?
Los científicos sabemos mucho más de transmisión, de dinámica, de epidemiología, del valor de las mascarillas, de la distancia social, limpieza de superficies, teletrabajo, disminución de la densidad... Lo que no tengo tan claro es si ahora la toma de decisiones es mejor...