¿Existe el desierto perfecto, un lugar en el que no sea posible ningún tipo de vida? Carlos Pedrós-Alió, investigador en el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (CSIC), lo busca desde hace años. Hasta ahora todas las investigaciones apuntan a que en la Tierra no, pero en esa búsqueda ha ido descubriendo un sinfín de microorganismos extremófilos, capaces de vivir en unas condiciones en las que casi ningún ser vivo podría hacerlo. En su libro La vida al límite habla de estos seres, y también de gastronomía, arte y espiritualidad.
¿Qué es lo que le llevó a escribir un libro de divulgación sobre seres extremófilos?
Me invitaron a escribirlo y el título me pareció muy bien. Siempre me ha gustado la búsqueda del desierto perfecto, un lugar donde no hay seres vivos. En la Tierra eso no existe. Ver que en la Antártida o en el desierto del Sáhara hay vida, y ver cómo se adapta la vida en esos lugares, es fascinante.
¿Qué es lo más cercano a ese desierto perfecto?
El desierto de Atacama y el casquete polar antártico. En la superficie de Atacama la radiación solar y la sequedad son tan altas que no hay vida, pero en cuanto escarbas un poquito, ya hay seres vivos.
Como ejemplo de extremófilo habla en su libro de Conan, la bacteria.
Sí, es una bacteria que aguanta las radiaciones gamma, por eso se compara con las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Este bicho es capaz de aguantar 1.500 veces más radiación de la que aguanta el ser humano. Es algo chocante, ¿para qué le sirve eso si esa radiación no existe de forma natural en nuestro planeta? Lo curioso es que parece que esa adaptación no le sirve de nada. La evolución no ha generado este bicho por la radiación gamma sino por la sequía. Sus mecanismos de defensa frente a la sequía casualmente también le defienden de estas radiaciones.
También explica que este tipo de bacterias tan resistentes luego se pueden utilizar en la limpieza de residuos nucleares, un proceso que se denomina biorremediación.
Sí. Se está investigando en ello. El tema de la biorremediación está aún en fase de desarrollo más que de aplicación.
En La vida al límite habla mucho de gastronomía y los alimentos. ¿Es cierto que los hallazgos de seres extremófilos están ligados a los avances para conservar mejor la comida?
Claro. Desde su origen la humanidad lleva intentando que los alimentos se conserven y nos los podamos comer en cualquier momento. Siempre hemos estado buscando fórmulas de preservar los alimentos, y eso quiere decir que hemos sido ecólogos microbianos sin saberlo a lo largo de la historia. En la cocina tenemos un montón de ecología.
¿Quiere decir que hemos estado buscando métodos para evitar que puedan vivir bacterias entre los alimentos?
Sí. Se trata de crear un desierto perfecto en miniatura.
También sostiene que nuestro gusto por las especias se explicaría por la ventaja evolutiva de su uso, porque protegen a los alimentos de microorganismos.
Por ejemplo, los gatos se purgan; se dan cuenta de que necesitan un medicamento y son capaces de buscar entre lo que ellos conocen. De algún modo a lo largo de la evolución han aprendido este tipo de cosas. Con nosotros pasa lo mismo. Nuestros antepasados debieron de probar una y otra especia y ahí hay un refuerzo mutuo: las cosas que nos sientan bien nos gustan. Por eso el azúcar nos gusta tanto, porque es muy energético.
Incluso afirma en el libro que justamente las especias más antimicrobianas son las más utilizadas.
Sí, el ajo, la cebolla, la pimienta...
Es curioso que todo esto se haya producido desde la más absoluta inconsciencia.
Sí, a base de prueba y error. El que comía lo que no tenía que comer, moría. Sobrevivían los que encontraban las plantas adecuadas, así es como funciona la evolución.
En la contraportada del libro aparece la biología de la espiritualidad como una de sus áreas de interés. ¿Qué es la biología de la espiritualidad?
La ciencia te enseña mundos que están ahí pero de los que no eres consciente, y el arte y la ciencia te hacen ver que la apariencia no es la realidad o que hay otras formas de verla. Otra cosa fascinante es cómo a todos los mamíferos nos encanta drogarnos: los gatos con la nébeda, los ciervos con las amanitas y nosotros con todo lo que podemos. Cuando tomas esas drogas, desde el punto de vista de la supervivencia estás fatal porque no coordinas; si apareciese un depredador, te comería enseguida. Entonces, ¿cómo es que la evolución ha desarrollado este gusto por drogarse?
En nuestro caso me parece que es porque te asoman a otra realidad, como en la metáfora del espejo en Alicia en el país de las maravillas. Los estudios que se han hecho sobre lo que ocurre cuando la gente medita nos dicen que nuestro cerebro es capaz de hacer cosas alucinantes que te llevan a un mundo misterioso. Eso evidentemente no nos aclara nuestros orígenes ni lo que hay detrás de la muerte, pero sí que ayuda entender por qué tenemos religión y ese afán de espiritualidad.
¿Está hablando de entender desde un punto de vista científico qué es lo que desencadenan cosas como la meditación o tomar sustancias alucinógenas?
Sí. Por ejemplo se han hecho estudios con enfermos de párkinson en los que se ven manchas en el cerebro que indican zonas que están causando dolor. Cuando se le da un placebo al paciente, la mancha disminuye y el dolor desaparece. ¿Qué está pasando en nuestro cerebro para que sea capaz de cambiar solo por sugestión la fisiología y hacer que pasen otras cosas? La otra cuestión es que si nuestro cerebro se desarrolló en las praderas de África para huir del león y cazar a la gacela, no tiene por qué tener ni idea de cómo está organizado el universo ni de dónde venimos. Pero nosotros estamos siempre construyendo modelos para comprenderlo. Creo que eso es así porque tenemos esa necesidad innata de construir teorías que nos ayuden a comprender las cosas que no entendemos. Y la espiritualidad va también por ahí.
¿En qué medida es importante trasladar el conocimiento científico a la sociedad?
Para mí no es que sea importante, es inevitable. Cuando algo te apasiona, lo quieres compartir. Divulgar no es una obligación, sino una necesidad. La otra razón es que la divulgación hace que todo el mundo vea cosas que están a nuestro alrededor pero que nunca vemos. Y eso proporciona un placer tan intenso como ver un cuadro de tu pintor favorito o escuchar la música que te gusta.
Precisamente en el libro La vida al límite hay alusiones a las relaciones entre la ciencia y el arte. ¿Dónde encuentras esa relación?
A mí me gusta mucho la pintura. Ante algunos cuadros abstractos siento una emoción increíble. Lo mismo me pasa con los descubrimientos científicos. Cuando daba clase en la universidad, el día que estaba inspirado había un momento en que veía a todos los alumnos con la boca abierta. Ese instante, que no tiene precio, creo que se produce tanto en ciencia como delante de un cuadro o escuchando una sinfonía. Y creo que es porque tanto la ciencia como el arte intentan hacernos ver que lo que vemos normalmente son apariencias, y que detrás de esa superficie hay otras cosas.
¿Como si de algún modo ciencia y arte fueran vías para traspasar la realidad más superficial?
Exactamente. Me gusta mucho la metáfora del espejo en Alicia en el País de las Maravillas. Ella está en el salón de su casa y tiene ese punto de curiosidad: quiere ver detrás del espejo y, cuando lo cruza, descubre un mundo. Ese mundo está al alcance de cualquiera mientras tenga un poquito de curiosidad.
¿Cualquier investigador sirve para divulgar y para despertar esa curiosidad?
Por supuesto que no. Para empezar, en la ciencia, como en cualquier profesión, hay gente brillante, gente mediocre y gente muy mala, que no sabes cómo ha llegado a tener una plaza de científico. Sí creo que todo el mundo que siente pasión por lo que hace, inevitablemente intentará divulgar. El problema es que en la educación de un científico no hay nada que le ayude a saber divulgar.
Usted siente ese impulso de transmitir el conocimiento, pero también hay científicos que no son tan entusiastas de la divulgación o que incluso desprecian esta actividad.
Eso no lo he visto. Sé que hay gente que tiene más facilidad para divulgar que otra. Pero la que tiene menos no es que no quiera hacerlo, sino que se da cuenta de que no tiene éxito al comunicar. También hay gente muy elitista que si ve a alguien que divulga muy bien pero que no hace investigación de primera línea, lo menosprecia. Luego está el tema de los divulgadores mediáticos: cuando uno se hace famoso enseguida le llegan críticas, se dice que no es riguroso... Yo siempre pienso que cada minuto de ese divulgador, aunque no sea riguroso, es un minuto menos de Belén Esteban o de Bárcenas.
¿Cree que la sociedad española percibe la ciencia como algo ajeno, circunscrito a los investigadores, frente a otras sociedades de nuestro entorno donde la cultura científica está más extendida?
No sé si se puede generalizar, pero es cierto que en el mundo anglosajón la divulgación tiene otra dimensión. Mucha gente allí ha llegado a ver que puede disfrutar leyendo divulgación científica de la misma manera que escuchando música o viendo una exposición. En España creo que la gente no se ha dado cuenta de esto todavía.
Muchos investigadores aluden a ese retraso como problema principal.
Es normal. Si estuviéramos en Burkina Faso, estaríamos mucho peor. Estamos donde estamos. Por lo que dicen las encuestas, la ciencia y los científicos tenemos mucho prestigio en España, pero todo el mundo piensa que acceder a la ciencia no es para ellos porque hay que hacer un esfuerzo muy grande. Mi respuesta es: ¿verdad que sabes lo que son las isobaras? ¿A que cuando ves un mapa del tiempo sabes perfectamente dónde va a hacer bueno y dónde no? Eso es porque cada día en el telediario nos hablan de conceptos complejos que todo el mundo entiende. Si eso lo hiciéramos con otros temas, sería mucho más fácil. En la divulgación cualquier tema que toques, si lo presentas de la forma adecuada, resulta atractivo.
¿Qué trascendencia tiene para una sociedad ser más o menos culta en ciencia?
En muchos ámbitos de la vida, como no tenemos capacidad para todo, navegamos en la niebla. Por ejemplo, yo en economía tengo la sensación de navegar en un barco rodeado de niebla, no me entero. Y tengo la impresión de que una gran mayoría de la gente navega así en casi todos los ámbitos de la vida. Y eso es muy triste, porque no tienes agarraderos.
¿Tiene una valoración acerca de cómo afectarán los recortes a la ciencia?
Una cosa está clara: si recortas, no puedes pedir más. A coste cero no hay nada; si quieres hacer algo, hay que invertir. De todas formas, como científico, estoy acostumbrado a trabajar en condiciones extremas. Tengo menos dinero, pero me apaño. La situación es más dramática para los científicos de entre 30 y 40 años, que podrían tener una situación más estable, pero como no hay plazas, no la tienen. La ciencia es como un jardín: no puedes cerrar la manguera y volver a abrirla dentro de dos meses porque se te han muerto las flores. No se puede dejar de regar.