David Serrano Granados es catedrático de Ingeniería Química de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y Director del Instituto IMDEA Energía. Participa en UNICIENCIA para debatir sobre la energía del futuro.
La energía es esencial para la supervivencia de los humanos en la Tierra, una cuestión estratégica en un momento donde la población del planeta no para de aumentar y los problemas ambientales se convierten en cuestiones cardinales para la supervivencia. ¿Somos eficientes a la hora de gestionarla?
Rotundamente, la respuesta es no. La energía contenida en los recursos que consumimos es muy superior a la energía que finalmente aprovechamos. Ello se debe a multitud de pérdidas e ineficiencias que se producen en toda la cadena energética, desde la explotación de los diferentes recursos energéticos hasta su uso final, pasando por las diferentes transformaciones que se producen entre formas de energía. Existe, por tanto, todavía un gran potencial de ahorro de recursos energéticos, sin que ello tenga que afectar necesariamente a nuestra calidad de vida ni a nuestro potencial de desarrollo económico, mediante la mejora de la eficiencia energética.
¿Podría hacernos una radiografía sobre la actual problemática del sistema energético español?
El sistema energético de España sigue basándose fundamentalmente en el uso de combustibles fósiles (petróleo, gas natural y carbón) como principales fuentes de energía. De ello se derivan una serie de consecuencia negativas. El grado de autoabastecimiento energético de nuestro país es uno de los más bajos de Europa, del orden del 20%, una situación similar a la de hace tres-cuatro décadas, después de haber sustituido el carbón por energías renovables como principales fuente autóctonas. La carencia de una política energética adecuada ha llevado, asimismo, a la existencia de un enorme déficit de tarifa del mercado eléctrico.
La fuerte dependencia externa de España en términos energéticos nos sitúa en una posición de debilidad política y estratégica frente a acontecimientos o cambios que puedan tener lugar en los países productores de esos combustibles fósiles. Asimismo, la importación de petróleo y gas conlleva una enorme factura energética, de varias decenas de miles de millones de euros, lastrando de forma deficitaria nuestra balanza comercial. En estos momentos de crisis económica profunda y de reformas estructurales, España debería plantearse seriamente qué alternativas tiene para reducir este balance comercial tan negativo en productos energéticos. Finalmente, la dependencia de los combustibles fósiles implica un elevado grado de emisiones de gases de efecto invernadero, lo que explica que España todavía no haya alcanzado los objetivos de reducción de estas emisiones fijados en el acuerdo de Kioto (22% de exceso de emisiones en 2010).
El Instituto IMDEA Energía, que usted dirige, se centra en la generación de energía limpia y es que son muchas las personas que desean que las energías renovables ocupen un lugar protagonista dentro del mix energético. ¿Cuándo ocurrirá?
Las energías renovables, o al menos algunas de ellas, son ya una realidad comercial. No obstante, siguen presentando importantes limitaciones como su variabilidad temporal, el hecho de encontrarse en forma de energía diluida y, por tanto, difícil de aprovechar y su mayor coste respecto de las fuentes energéticas tradicionales. En este sentido, he de destacar de forma muy positiva las grandes disminuciones de costes que están teniendo lugar en la mayor parte de las energías renovables como consecuencia de los avances y mejoras que se van produciendo en sus respectivas curvas de aprendizaje, por lo que puede predecirse que en muchos casos serán competitivas a corto-medio plazo.
Por otro lado, resulta esencial que no se vuelvan a dar situaciones de burbuja, como ha sucedido con las primas excesivas que han beneficiado a la energía fotovoltaica. Estas burbujas tienen un efecto de crecimiento exponencial a corto plazo, pero sus consecuencias son muy negativas al generar situaciones de expansión y desarrollo no sostenibles, lo que puede derivar en un parón como el que se ha producido recientemente en España en los incentivos económicos a las energías renovables. Dado que en el momento actual parece que el modelo a seguir en muchos ámbitos es Alemania, deberíamos tener en cuenta que este país es líder en Europa en cuanto a la contribución de la mayor parte de las energías renovables, energía solar incluida. España no debería desperdiciar el enorme potencial de recursos energéticos renovables que posee ni desaprovechar la excelente posición a nivel internacional que varias empresas españolas relevantes han conseguido a lo largo de la última década en este campo.
¿Qué proyectos o líneas de investigación destacaría principalmente como esperanzadoras?
Son muchas las tecnologías que están actualmente en desarrollo y que pueden encontrar aplicación a medio plazo. En relación con los combustibles fósiles, en especial con el gas natural, se está produciendo una auténtica revolución en la explotación de las denominadas reservas no convencionales mediante nuevas técnicas de perforación, permitiendo la extracción de gas en yacimientos que hasta hace poco se consideraban no rentables. Como consecuencia, los precios del gas están experimentando descensos muy importantes, por lo que cabe predecir que se va a producir un nuevo auge respecto de su contribución como fuente energética. Asimismo, existen muchas expectativas sobre los resultados de una serie de proyectos de demostración en marcha sobre captura y secuestro de CO2 en yacimientos subterráneos, que pretenden demostrar su viabilidad a gran escala, lo que abriría las puertas a una utilización mucho más limpia de los combustibles fósiles.
En el ámbito de las energías renovables, destacaría , entre otros, los desarrollos que se están produciendo en el abaratamiento de los costes de las células fotovoltaicas y de las plantas solares termoeléctricas, la adaptación de parques eólicos al medio ambiente marino, la producción de biocombustibles de segunda generación que no compiten con la obtención de alimentos (biocombustibles obtenidos a partir de residuos y biomasa lignocelulósica o con el concurso de microalgas) y en nuevos sistemas de almacenamiento de energía (termoquímicos, electroquímicos, etc.). Esta última temática es especialmente importante ya que pretende resolver los problemas asociados a la variabilidad temporal de las energías renovables, aumentando su grado de aprovechamiento y su penetración en la producción de electricidad.
¿Qué herramientas, alianzas o recursos echa en falta a la hora de avanzar más en investigación en este ámbito?
Probablemente ha existido y existe una falta no solo de financiación de la investigación en temas energéticos, al menos al nivel que lo requeriría la magnitud del reto al que nos enfrentamos, sino también de definición de los instrumentos necesarios para facilitar la consecución de desarrollos comerciales. Probablemente, el sector energético es uno de los que más necesitan de una colaboración público-privada realmente efectiva.
El programa CENIT en España y las JTI (Joint Technology Initiatives) a nivel europeo son acciones que se han diseñado y ejecutado recientemente en esa dirección, aunque probablemente con un éxito insuficiente. Por otro lado, la Unión Europea lleva ya varios años tratando de lanzar el SET Plan (Plan Estratégico en Tecnologías Energéticas), definiendo sus objetivos y principales líneas de actuación, pero sin terminar de aclarar cómo se va a financiar.
La tecnología avanza y da respuestas a muchos de nuestros problemas, no obstante, ¿considera que para que la situación mejore sea necesario no sólo el trabajo en I+D+i sino también un cambio de mentalidad?
Los avances realizados en el ámbito de la salud, la producción de alimentos, la protección del medio ambiente, la astronomía, las tecnologías de la información y de las comunicaciones (y un larguísimo etcétera) hubiesen sido considerados como ciencia ficción hace apenas unas décadas. Sin embargo, debemos ser conscientes que la ciencia y la tecnología no pueden solucionarlo todo y que el progreso de la humanidad en muchos aspectos dependerá de un cambio en nuestros comportamientos sociales y en la forma de relacionarnos con el entorno. Muchas veces tengo la sensación de que la tecnología nos ha proporcionado nuevos instrumentos para enfrentarnos a viejos problemas, que siguen estando presentes. En el lado negativo, la tecnología ha contribuido a crear nuevas amenazas para el hombre, como es el caso del desarrollo de las armas nucleares con un enorme poder destructivo.
A nivel global, uno de los desafíos más importantes al que nos enfrentamos es el progresivo agotamiento de los recursos del planeta. La Tierra no puede soportar durante mucho más tiempo un incremento continuado de la población que alberga, al implicar un aumento exponencial de la explotación de los recursos naturales, así como del impacto ambiental de nuestras actividades. La solución a este reto enorme depende de factores tecnológicos, pero también sociales, políticos y religiosos. La ciencia y la tecnología pueden ayudar, por ejemplo aumentando la eficiencia en la utilización de esos recursos, promoviendo su reutilización y reciclado. No obstante, todo ello no será posible si no se produce en paralelo un auténtico cambio en nuestros patrones de consumo y en nuestro estilo de vida.
¿Cree que la sociedad valora el trabajo de los investigadores, en este caso, en el sector de la energía?
Mi percepción en este sentido es que la sociedad española tiene una visión muy positiva de los científicos y del trabajo que desarrollan, aunque con frecuencia no entienden a qué nos dedicamos exactamente o tienen una visión muy idealizada de la investigación. Ese apoyo social a la ciencia y a los científicos es generalizado, se da en prácticamente todos los sectores, incluido el energético, lo que analizado en una perspectiva histórica no deja de ser sorprendente dado el reducido peso que tradicionalmente ha tenido la ciencia en España y el escaso apoyo que ha recibido de las administraciones públicas.
Durante las dos últimas décadas hemos vivido un cambio muy importante en España al convertirse la investigación en uno de los objetivos prioritarios de los diferentes gobiernos, de un signo y del otro, tanto a nivel nacional como autonómico. Sin embargo, el estado de excepción económico que estamos viviendo en estos momentos no favorece precisamente un aumento de las partidas presupuestarias dedicadas a la investigación, sino más bien lo contrario. En este sentido, creo que deberíamos tener una visión a medio plazo y no dejarnos llevar únicamente por las urgencias de este momento especialmente difícil.
Es evidente que la ciencia y la tecnología no nos van a sacar de la crisis actual, los resultados tangibles de la I+D no son inmediatos, pero sí que serán factores clave en la definición de nuestro modelo productivo post-crisis. La competitividad de nuestras empresas y el atractivo de nuestros productos dependerán en el futuro de los avances tecnológicos que hayamos conseguido incorporar en los mismos. Es fundamental que la cadena Investigación-Desarrollo-Innovación llegue por fin a funcionar de forma efectiva en España si queremos que nuestra balanza exterior, tecnológica y comercial, deje alguna vez de ser deficitaria. Para ello, no basta con disponer de más financiación de la investigación, sino que también resulta necesaria una auténtica reestructuración del sistema español de I+D+i. Ahora bien, esta reforma tampoco tendrá éxito si no va acompañada de los recursos económicos necesarios, acordes con los que invierten países de nuestro entorno, países que son al mismo tiempo nuestra referencia, nuestros socios y nuestros competidores.