Pedro García Barreno (Madrid, 1943) quería ser piloto, pero una serie de circunstancias lo llevaron a licenciarse en Medicina. Cirujano y divulgador, siempre tuvo una preocupación especial por el léxico científico. Desde 2006 ocupa el sillón ‘a’ en la Real Academia Española. Acaba de convertirse en el primer académico en presentar un libro en versión digital.
Usted es médico y escritor. Desde esa doble faceta, ¿cree que se ha conseguido integrar la ciencia en la cultura?
Yo me dediqué a los dos ámbitos porque tuve la suerte de tener un maestro cuando era joven que nos inculcó que la división entre ciencias y letras es un tanto falaz. Pero se trata de una batalla que todavía nos costará mucho ganar. Además, aunque en nuestro entorno hay gente que hace grandísima divulgación, en términos generales no tenemos esas figuras que hay en otros países, como Carl Sagan. Nos falta la involucración más directa de los que hacen ciencia en este país. Si científicos, divulgadores profesionales y periodistas habláramos más, lograríamos transmitir con éxito la ciencia a la sociedad.
En un momento socioeconómico como el que estamos viviendo, ¿qué puede hacer la ciencia por nuestra sociedad?
Al menos la ciencia sirve para modular nuestras mentes y adaptarnos a un mundo muy cambiante. Los teóricos apuntan que es muy difícil que las generaciones actuales más jóvenes y las futuras tengan trazada una senda en sus vidas, tendrán que hacer muchos cambios. Pero está claro que lo que llamamos método científico sí que es válido para que formemos nuestra mente y podamos adaptarnos a una situación bastante cambiante y muy variopinta.
¿Está bien representada la ciencia en la Real Academia Española (RAE)?
En la Academia existe un tercio de filólogos y lexicógrafos, un tercio de lo que se puede llamar creadores –novelistas, autores de teatro, poetas–, y un tercio de, como digo yo, los que estamos ahí de favor, los representantes de la ciencia, la tecnología y la ingeniería. En esa última proporción se encuentran, por ejemplo, Margarita Salas en la sección de Biología; José Manuel Sánchez-Ron en Física; Antonio Fernández de Alba, en Arquitectura; y un servidor en Medicina, donde hace lo que puede. Aunque ahora se echa en falta algún representante de la ingeniería, ya que hubo un ingeniero insigne, Antonio Colino, y esa plaza podría ser cubierta con otro.
¿La incorporación de científicos a la RAE empezó hace mucho tiempo?
Ahora cumple 300 años y hasta principios del siglo XIX hubo solo presencia de médicos, quizá por la creencia de que estos han tenido cierta afinidad con las humanidades. La referencia era Pedro Laín Entralgo. Ya a finales del XIX hubo presencia de matemáticos, como José de Echegaray. Y con respecto a las ciencias más modernas, a pesar de haber estado un tanto relegadas, han tenido cierta representación con Ángel Martín Municio y Rafael Alvarado. Lo que sí es cierto es que, aunque la RAE siempre ha estado representada por algunos científicos, ahora es cuando más hay.
Uno de sus objetivos al ingresar en la RAE fue revisar la terminología científica. ¿Cómo se adaptan los términos científicos que proceden del inglés?
Es complicado acomodar el léxico científico y tecnológico moderno a nuestra lengua, porque se piensa en otro idioma. Algunos términos se van introduciendo en el lenguaje común, como prión y sida, y otros en principio muy específicos ahora son de andar por casa, como stent o bypass. Hay personas que opinan que habría que adaptar la terminología técnica al castellano por su fonología, y otras, por su lexicografía. Hacemos lo que podemos.
¿El español es pobre en lenguaje científico?
Esto lo dijo ya a principios del XIX un académico al entrar en la RAE y seguimos igual. El español no se puede quedar a la zaga en el lenguaje científico, es una lengua rica y tiene que ser competitiva, pero no solo porque la hablemos muchas personas, lo cual es importante. Lo fundamental es que se convierta en un lenguaje de transmisión del conocimiento actual. No nos podemos resignar a que el español sea solo una lengua de diálogo familiar, hay que echarle un pulso al inglés.
¿Y cuál es la situación de la divulgación científica en español?
Pues digamos que estamos a medio camino. Afortunadamente ahora ya hay tantos científicos como profesionales del periodismo y la divulgación que están haciendo una muy buena labor. El problema es que casi toda la divulgación se basa en traducciones. Faltan libros originales, pensados en español y escritos en español; no es lo mismo una traducción que un pensamiento original.
Con una biografía como la suya, ¿cuál ha sido el mayor reto de su carrera?
Ser director del Hospital Gregorio Marañón fue una grandísima experiencia. Y como profesional de la medicina, el desarrollo del ventrículo artificial, que todavía se sigue utilizando hoy en día. Entre 1981 y 1986, lo diseñamos, construimos e implantamos en un hospital español con financiación y profesionales españoles.
Su último libro, Sendas del Conocimiento, es poco común dentro del mundo editorial…
Es mi testamento profesional. Van a ser seis volúmenes aunque ha salido primero el quinto, titulado Temas de fisiopatología I, porque está enfocado al estudiante, al residente y al médico general. Como he sido funcionario y he vivido toda mi vida del erario público, creo que estoy obligado a ofrecer todo aquello que yo he aprendido, por eso la descarga es gratuita desde mi página web. Este mes presenté en una de las reuniones semanales de la RAE el nuevo libro y es la primera vez que un académico presenta un texto que no está en papel sino en formato digital.