Óscar Vilarroya es director de la Unidad de Investigación en Neurociencia Cognitiva del departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), así como director de la cátedra "el Cervell social" (el cerebro social) de la misma universidad. Autor de varios libros y artículos científicos y colaborador de distintos medios de comunicación, Vilarroya ha participado en el Euroscience Open Forum (ESOF2008). Con él hablamos del presente y del futuro de las técnicas de neuroimagen aplicadas a la psiquiatría, así como de sus investigaciones y futuros proyectos.
¿A qué se dedican desde la Unidad para la Investigación de la Ciencia Cognitiva?
Fundamentalmente utilizamos técnicas de neuroimagen, como la resonancia magnética, para estudiar enfermedades de distinta naturaleza, como el Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH), la esquizofrenia o la ansiedad. A partir de estas técnicas intentamos descubrir cuáles son los marcadores de estas enfermedades, marcadores diagnósticos o de evolución.
¿Qué aplicaciones prácticas tiene la neuroimagen?
Permite examinar muchísimo mejor cuáles son las lesiones y los circuitos que están alterados. En el caso de las personas que han sufrido accidentes o traumas, puede servir como diagnóstico. Pero en el campo de la psiquiatría todavía está muy lejos de ser una técnica que se utilice para diagnosticar. Por el momento se reduce a ver qué alteraciones estructurales y funcionales hay en el cerebro de las personas con este tipo de trastornos. De momento, hay ciertas indicaciones que podrían ayudar ya a confirmar diagnósticos y, sobre todo, a comprobar la mejora o el fracaso en el tratamiento o la evolución de la enfermedad.
¿Desde cuándo se aplican estas técnicas a la psiquiatría?
Es muy inicial, pero ha ganado terreno la creencia de que, a la larga, será una técnica necesaria para el diagnóstico y la evolución de enfermedades. De momento, los grandes profesionales de la psiquiatría la siguen viendo como una curiosidad científica y una ayuda para la investigación. Todavía no se ha incorporado como una herramienta asistencial cotidiana, pero como herramienta de investigación está muy consolidada y ya forma parte de las líneas de investigación de toda la psiquiatría.
¿Y esto ayudaría en el tratamiento de trastornos mentales?
Lo que nos da es una idea más clara de los procesos que hay por debajo de la conducta y el pensamiento normal, pero también de la patología. Nos descifra cuáles son los sitios que hay que tratar. Por ejemplo, en el caso del dolor crónico, permite saber las áreas que se activan durante el malestar y facilita y optimiza el tratamiento. En el caso de los psicópatas y los autistas, sí puede indicar las áreas que deberíamos reforzar o activar mejor, y cuáles son las conexiones que nos permitirían acercarnos mejor a este tipo de enfermedades.
¿Podríamos saber en qué nos basamos para tomar decisiones?
No específicamente, aunque sí podríamos conocer, por ejemplo, cuánto tiempo tardamos en tomar una decisión. Hace unas pocas semanas, apareció una investigación que confirma esta idea: diez segundos antes de que conscientemente tomemos una decisión, ya hay marcadores que revelan por dónde vamos a tomar dicha decisión.
¿Se conseguirá saber con antelación qué vamos a decidir?
Eso es muy difícil. Depende de otros factores, como el azar. Pero sí vamos a tener una comprensión muchísimo más profunda de las bases de nuestra conducta.
No le hablo entonces de la posibilidad de una máquina que lea la mente…
De momento creo que eso no será posible, no… (Risas)
Explíquenos qué es lo que se conoce como ‘mapa del comportamiento social’.
Gracias a los investigadores de este campo, se empieza a tener una idea de cuáles son los circuitos y áreas que se ponen en marcha a la hora de pensar sobre los demás, sentir empatía, ser altruista, entrar en conflicto social, castigar un comportamiento que consideramos injusto o aprender en comunidad. Ya empezamos a conocer cuál es el mapa de nuestra sociabilidad. Estamos conociendo también el placer que sentimos cuando una conducta nuestra provoca un resultado positivo en un entorno social.
Y eso que sólo conocemos un 15% del cerebro…
Es lo que siempre digo, para conocer el 15% del cerebro deberíamos saber cuál es su 100%. Pero si no lo sabemos, entonces quizá conozcamos, por ejemplo, un 99%.
¿Nos resulta muy difícil “ser sociales”?
Al contrario, creo que para nosotros es muy cómodo vivir en sociedad. El ser humano ha vivido la mayor parte de su existencia en sociedades pequeñas, y que haya sido capaz de vivir dentro de esa complejidad me parece extraordinario.
Así que tenemos un cerebro socialmente inteligente…
Sí, somos capaces de sacar provecho de pequeñas dosis de información. Al interaccionar con la gente, rápidamente sabemos si están enfadados o alegres, y nos permite predecir con mucha más facilidad. El cerebro saca los máximos beneficios utilizando los mínimos recursos.
¿Cuál será el siguiente paso en la neuroimagen?
Debe ser teórico, ya que está claro que la práctica va a seguir avanzando. Necesitamos modelos que nos expliquen qué es lo que pasa. De momento, es la teoría la que falla.