Ligada desde su nacimiento a la Reserva Biológica de Doñana, la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) tiene una vocación "muy especial" de preocupación por la naturaleza y por su deterioro, pero siempre desde el conocimiento científico. Su director, Fernando Hiraldo Cano, destaca los trabajos de ese centro, que opta al Distintivo de Excelencia Severo Ochoa, y que promueve la conservación y la restauración del entorno desde diferentes líneas de investigación.
El lince ibérico (Lynx pardinus) es el emblema de la Estación Biológica de Doñana pero, ¿qué peso tiene en el centro?
El naturalista Juan Antonio Valverde, que fundó esta institución, pintaba muy bien y dibujó una cabeza de lince muy atractiva, por eso es el emblema. Engaña un poco en cuanto al peso que científicamente tiene aquí. Pero fue desde la Estación Biológica de Doñana desde donde hace más de 20 años se dio la alerta de que este felino estaba muy mal. La investigación que se ha desarrollado desde entonces es la base conceptual que se necesitaba para conservar al lince. Ahora hay que aplicarla. A España le acaban de conceder además un nuevo Proyecto Life de más de 30 millones de euros para la conservación de esta especie.
¿Qué investigación se está desarrollando en la EBD sobre el lince?
Las investigaciones son sobre todo genéticas. Tanto para dirigir la reintroducción de ejemplares en un sitio y en otro, como para conocer bien la genómica del lince y todos los problemas que tiene una especie. Cuando quedan tan pocos individuos es muy difícil todo. Conocer bien el genoma del lince era imprescindible, y en eso se está trabajando con un Proyecto Cero de la Fundación CSIC y con proyectos del Plan Nacional.
Conocer el genoma ayudaría a su supervivencia, ¿no es así?
Sí, porque podríamos valorar quién tiene más tendencias a unas enfermedades que a otras. Creemos que es un paso fundamental. En una especie con tan bajo número de individuos el conocimiento es siempre imprescindible.
Pero el centro no se detiene en el estudio de la biología de la conservación, sino también en las interacciones que existen en la naturaleza. ¿Cómo se ha avanzado en este sentido?
El reto que tenemos ahora mismo es comprender las complejas redes de interacción en la naturaleza gracias a la ecología de síntesis. El grupo de investigación de Jordi Bascompte y Pedro Jordano es muy importante porque no tenemos una herramienta para predecir o saber cómo funcionan estos sistemas. Se puede mandar un cohete a la luna o ahora a Júpiter, pero no somos capaces de predecir cómo funciona una familia de tres miembros, ni siquiera entenderlo bien.
¿Qué tipo de interacciones existen?
Toda la naturaleza es un sistema complejo, pero también tiene aplicación en economía, en física, etc. Las interacciones planta-animal son un grupo muy potente. Las enfermedades emergentes también lo son. En definitiva es lo que nos ayuda a entender cómo funcionan los sistemas naturales y el sistema Tierra del que dependemos.
¿Son las líneas de investigación con más éxito en el centro?
Las que más éxito tienen y las que de alguna manera el Severo Ochoa va a potenciar: enfermedades emergentes, interacción planta-animal, incluyendo desde las bacterias y los hongos hasta los insectos polinizadores y las aves. Sabemos también muy poco de lo que hacen los animales en un escenario de cambio climático para adaptarse a los aumentos de las temperaturas o a los cambios ambientales.
¿Y cómo se ha introducido el estudio del cambio climático en la EBD?
El estudio del cambio global es como una ameba que se extiende por todos los sitios. Cuando hablamos de ecología de síntesis es fundamental porque si se está estudiando la demografía de una especie y no se es capaz de valorar cómo está afectando la pequeña subida de la temperatura, ese coste energético que lo cambia todo, pues no lo entendemos. Nosotros trabajamos en un escenario de síntesis donde la evolución y lo que está ocurriendo ahora mismo en la funcionalidad de un cambio climático son imprescindibles para entender lo que pasa. Así podremos predecir mejor cómo va a evolucionar la biodiversidad, los sistemas naturales, y los procesos que en ellos se producen en un escenario de cambio global.
Volviendo al Distintivo Severo Ochoa, ¿qué es la excelencia investigadora para usted?
Estar trabajando en la frontera del conocimiento, con un nivel alto de cooperación con otros institutos destacados a nivel internacional, y hacer investigaciones que pretendan romperla y agrandar el campo de conocimiento donde se trabaje. Todo ello debe de ser reconocido con tener una influencia notable en las ideas que se van desarrollando en la disciplina de trabajo. Evidentemente el resultado final en un instituto es tener un porcentaje alto entre los más citados a nivel mundial en la disciplina.
¿Cómo valora la creación de este distintivo?
Creo que es un acierto, una acción que necesitaba la ciencia española. Me gusta la idea, y me gusta la libertad para manejar los fondos, aunque escasos, del programa. Esto último va a permitir hacer política de instituto y acrecentar mucho el nivel de responsabilidad de los institutos en ser lo que son: excelentes, buenos o malos. Servirá para crear entidades con personalidad jurídica –acción posible según la Ley de la Ciencia– que agilicen la administración y gestión de los institutos y sus proyectos de investigación. Por otra parte el hecho de que la permanencia en este selecto club dependa de evaluaciones internacionales rigurosas constituirá un acicate y una ilusión tanto para los que estén fuera y quieran entrar, como para los que estén dentro y aspiren a continuar así. Resumiendo, es un programa que, si tiene una continuidad sine die, producirá en la ciencia española una rentabilidad muchísimo más alta que cualquier otro de los hasta hora puestos en marcha.
Y en el caso de ganar el Severo Ochoa, ¿en qué lo invertirían?
Lo emplearíamos donde más lo necesitamos. Primero para retener el talento que ya tenemos (gente muy buena, o gente que trabaja mucho y no tiene en el sistema del Consejo ninguna compensación económica). Queremos retenerlos en sus puestos y para que no se vayan a otras universidades o a otros centros. Segundo para atraer talento de fuera. Y tercero, mejorar nuestras labores de formación y utilizar más la Infraestructura Científica y Técnica Singular (ICTS) de la Reserva Biológica de Doñana. Queremos utilizar la Reserva y el programa de doctorado con la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla para crear un área de formación postdoctora que sea un modelo a nivel internacional.