El dióxido de carbono del que tanto se habla por el cambio climático no es el único gas de efecto invernadero que afecta al clima. El metano (CH4) es, después del CO2, el más abundante de la Tierra; sin embargo, es casi 30 veces más potente que este a la hora de atrapar calor en la atmósfera en un periodo de 100 años. El aumento de sus concentraciones en los últimos años y el hallazgo de nuevas fuentes de metano en el océano Ártico vuelven a ponerlo en el punto de mira.
Una investigación conjunta de la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad de Southampton (Reino Unido) y la Universidad Nacional de Australia muestra que el final del último período glacial (hace unos 15.000 años) coincidió con la liberación de grandes cantidades de CO2 almacenado en los océanos del hemisferio sur provocando un incremento global de las temperaturas.
Un nuevo estudio internacional, con la participación de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), muestra que la fertilización con hierro en los océanos del hemisferio sur –una estrategia para capturar dióxido de carbono y mitigar el cambio climático– puede ser menos eficiente de lo esperado. El estudio ha sido publicado en la revista Nature Geoscience.
Los datos recogidos por la misión Envisat de la ESA y por el satélite japonés GOSAT desvelan que los niveles de dióxido de carbono aumentaron cerca de un 0,5% anual entre 2003 y 2013, principalmente por las emisiones derivadas del uso de los combustibles fósiles. Los niveles de metano también se han incrementado desde 2007.
Investigadores del Instituto Universitario de Catálisis Homogénea de la Universidad de Zaragoza han conseguido por primera vez atrapar y transformar el dióxido de carbono (CO2) en materia prima útil para la industria con el menor gasto energético posible, sin utilizar disolventes y sin originar residuos.
Un estudio publicado esta semana en Nature señala que la gran capacidad de los ecosistemas marismeños para absorber CO2 se incrementará en la primera mitad de este siglo y después caerá a partir de 2050. La razón, según el trabajo, se debe a que estos ambientes solo pueden sobrevivir a tasas moderadas de aumento del nivel del mar.
Un nuevo estudio de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), agencia científica del Departamento de Comercio de EEUU, demuestra que reducir las emisiones de otros gases diferentes al dióxido de carbono (CO2), “rey indiscutible” del cambio climático, podría ralentizar el efecto invernadero.
Una investigación internacional ha identificado tres clases de moléculas aromáticas que impedirían a los mosquitos detectar a las víctimas de sus picaduras, al bloquear sus receptores de CO2. El hallazgo podría servir para controlar la propagación de dolencias como la malaria, el dengue o la fiebre amarilla, transmitidas por estos insectos.