El derroche de energía que las grandes urbes producen para alumbrar sus calles, más que iluminar encandila a la ciudadanía impidiéndoles disfrutar del cielo nocturno y de sus estrellas. Varias iniciativas y proyectos han buscado luchar contra la contaminación lumínica a raíz de que el 31 de octubre de 1988 naciera la Ley del Cielo de Canarias. 20 años después, la situación parece haber cambiado, aunque no lo suficiente.