El 14 de abril de 2010 el volcán islandés Eyjafjallajökull entró en erupción. A los pocos días, la nube de ceniza se expandió por los cielos de Europa y obligó a cerrar el tráfico aéreo y muchos aeropuertos del continente, incluidos los de España. Un año después, a pesar de que las cenizas han dejado de sembrar el caos, la amenaza de una nueva erupción asoma por el horizonte: la del Katla, el peligroso vecino del Eyja.
En la actualidad, la situación de los volcanes islandeses es “aparentemente tranquila para los estándares islandeses”, asegura a SINC Domingo Gimeno, uno de los científicos que se desplazó a Islandia tras la erupción en 2010, y experto en vulcanología de la Universidad de Barcelona (UB).
Sin embargo, en los últimos días se ha producido un fenómeno tectovolcánico (una nueva fractura relacionada con la dorsal centrooceánica) en el enclave turístico de Thingvellir. Además, otro volcán que ya entró en erupción hace unos seis años ha comenzado a desarrollar una actividad sísmica “notable”.
Pero, de momento, nada que ver con la del Eyjafjallajökull, hace justo un año. Sus cenizas aún permanecen en las proximidades del volcán, en Islandia, aunque llegaron mucho más allá. “El volumen principal de las partículas más finas se diluyó rápida y gradualmente en el aire durante los primeros días, y se depositó de manera imperceptible por toda Europa centrooccidental”, señala Gimeno.
En la Península Ibérica, la red hispano-portuguesa Spalinet de lídares (radares con tecnología láser para estudiar aerosoles atmosféricos) también realizó un seguimiento. Los resultados confirmaron que las partículas llegaron aquí de manera casi continúa entre el 5 y el 18 de mayo, en sentido de oeste a este.
El tamaño de las partículas importa
“Es importante conocer el diámetro de las partículas, porque los motores de los aviones se ven perjudicados, sobre todo, por las grandes (superiores a una micra), es decir, la ceniza pura; y no tanto por los sulfatos más pequeños”, explica a SINC Michaël Sicard, miembro de la red e investigador de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC).
El científico explica que el grosor medio de las cenizas volcánicas va disminuyendo según se alejan desde el foco de emisión hasta los puntos más alejados, por lo que es lógico que en los territorios más próximos a Islandia, como Reino Unido y el norte de Francia o Alemania se hayan detectado partículas mayores que en España.
En cualquier caso, los efectos directos de la nube y las medidas de prevención que se tomaron en la aviación civil provocaron un caos aéreo en la mayor parte de los países europeos. Miles de pasajeros se quedaron en tierra durante días y las pérdidas económicas fueron millonarias.
Un año después de la erupción del Eyjafjallajökull se mantiene la posibilidad de que otro volcán igual o más potente entre en acción: el Katla, próximo al primero, pero más peligroso, con un periodo de retorno en erupción de unos 50 años, frente a los 200 años del Eyja. “La última fue en la segunda década del siglo XX, y suelen producirse uno o dos años después de las del Eyja”, advierte Gimeno.
Si no se aprovecha la oportunidad de la erupción "pequeñita" del 2010 para invertir en su investigación y desarrollar protocolos de respuesta a la crisis más eficaces de los vigentes el año pasado, la situación que se puede generar sería “tan mala o peor” que la que ya hemos vivido, y podría tener un coste directo mayor de los 1.600 millones de euros que se estima costó la del año pasado.
Cenizas de altos vuelos
Avión C-212 del INTA para estudios atmosféricos. Imagen: INTA/EUFAR.
En nuestro país, en los días posteriores a aquella erupción, el avión de investigación C-212-200 del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) examinó en vuelo las concentraciones de las cenizas y tomó muestras para analizarlas. Desde el aire, in situ, se puede distinguir mejor que con los lídares, los detalles y las diferencias entre las partículas.
En algunas zonas los técnicos confirmaron que las concentraciones eran menores de lo que indicaban los modelos de predicción, por lo que se pudo reducir la “zona roja” considerada peligrosa para la aviación. Además se observó, mediante perfiles verticales, que las cenizas se distribuían en capas.
“El objetivo final de estos estudios es establecer con precisión las zonas del espacio donde se puede o no volar y garantizar las condiciones de seguridad de las aeronaves”, subraya a SINC el ingeniero Bartolomé Marqués, subdirector General de Experimentación y Certificación del INTA.
Los investigadores siguen perfeccionando las técnicas y preparándose para la próxima erupción. Esta misma semana uno de los grupos de la Organización de Aviación Civil Internacional ha realizado el ejercicio VOLCEX11/01 para simular como habría que actuar ante una posible nube de cenizas originada tras la erupción de un volcán en Islandia, el Grímsvötn en concreto.
Por su parte, los satélites de observación de la Tierra también se han mostrado efectivos como herramientas para predecir las erupciones volcánicas y seguir sus consecuencias. Tras la explosión el pasado octubre del volcán Merapi en Indonesia, por ejemplo, se utilizaron los datos de los satélite Envisat de la Agencia Espacial Europea (ESA), el satélite MetOp de Eumetsat y el satélite Aura de la NASA para monitorizar la nube de cenizas.
La amenaza de los volcanes
Este volcán asiático dejó a su paso más de 200 muertos y miles de damnificados. Las consecuencias de los volcanes y las cenizas no sólo afectan al tráfico aéreo, también se cobran vidas y afectan a la salud humana y al medio ambiente.
“Algunos elementos como el flúor son directamente letales para animales y personas; además la inhalación de las cenizas también es peligrosa durante la erupción y por su remoción durante días o meses por el viento, en niveles muy próximos a la superficie terrestre”, apunta Gimeno, cuyo equipo de investigación analiza los efectos de la contaminación por elementos traza potencialmente tóxicos (ETPT). Estos compuestos nocivos, por ejemplo, se transfieren fácilmente a la hidrosfera y afectan a la flora y fauna acuática.
El vulcanólogo minimiza las consecuencias del volcán islandés del año pasado: “La alarma generada fue excesiva. A pesar de su incidencia sobre el tráfico aéreo europeo, la erupción no fue tan importante, porque contrariamente a las erupciones muy explosivas, cuyas cenizas permanecen en la atmósfera durante meses o años, las cenizas del volcán islandés se depositaron horas o días después de su emisión”.
“Francamente más importantes” fueron las erupciones del volcán islandés Hekla en 1947 y la de Laki en 1783, que aunque muy poco explosiva, “fue mucho peor por la emisión de enormes cantidades de óxidos de azufre (SOx) que formaron nubes tóxicas (la llamada niebla seca) durante algunos meses y que afectaron a buena parte de Europa”, manifiesta Gimeno.
La erupción de aquel volcán produjo un número importante de víctimas directas e indirectas (como malas cosechas y hambre). “En Islandia se calcula que murió más de la mitad de las reses, y en los dos años siguientes hasta entre un 20 y un 25% de la población total de la isla falleció por hambruna”, recuerda el investigador, que no olvida la presencia amenazante del Katla.