Comenzó la pandemia y Walter Velásquez se hizo la misma pregunta que muchos otros profesores: “¿Y ahora qué?”. Desde su esquina personal, en el municipio peruano de Colcabamba, a casi 3.000 metros de altura, su respuesta fue crear a Kipi, una niña robot que permitió que las comunidades aisladas tuvieran acceso a la educación y que ahora cobra una segunda vida.
Kipi (que significa 'cargar' en quechua) se ha multiplicado y hoy no es una, sino que son siete. La aceptación de las comunidades que visita Velásquez en el temido Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), resguardo del último reducto de Sendero Luminoso y epicentro cocalero de Perú, ha hecho que esta niña robot se convierta en una herramienta educativa fundamental en un sistema que no está dotado de mucho apoyo.
“Yo también pensaba que iba a durar solo durante la pandemia, pero ha sido tanta la aceptación de estudiantes en la comunidad que más niños empezaron a volver a las escuelas (y lo reclamaban)”, explica Velásquez.