Si hay un lugar en el mundo todavía relativamente virgen para el ser humano, donde los países, hasta ahora, más que competir en influencia han tendido a colaborar y a darse asistencia mutuamente, concentrados en la ciencia, ese lugar es la Antártida. Y China, que empezó a enviar discretamente sus primeras expediciones científicas al continente helado en 1984, a medida que ha estado ocupando un lugar de mayor influencia en la comunidad internacional, como segunda mayor economía mundial y como patria, de hecho, de uno de cada cinco personas en el planeta, se está preparando para incrementar también su capacidad de exploración y actividad científica en los polos, con un nuevo rompehielos y un nuevo avión polar.
Hasta ahora, sin embargo, ha sido otro barco el que se ha convertido en la seña de identidad –o, nunca mejor dicho, en el buque insignia– del programa de Expediciones Nacionales Chinas de Investigación Ártica y Antártica (Chinare, en sus siglas internacionales en inglés, que figuran también a ambos lados del casco de esta embarcación emblemática). Se trata del Xuelong (Dragón de Nieve, en mandarín), el buque polar de tracción no nuclear de mayor envergadura del mundo que hay activo en estos momentos.