El 3 de febrero de 1984, un equipo de médicos e investigadores de la Universidad de California anunciaron el nacimiento de un niño de una madre infértil gracias a la transferencia de embriones concebidos en el útero de otra mujer. Esta técnica era muy utilizada para la reproducción del ganado pero hasta ese momento no se había realizado en humanos.
Para conseguir este logro, los médicos transfirieron un embrión en fase de desarrollo desde el vientre de la mujer en la que había sido concebido mediante inseminación artificial hasta el útero de su ‘nueva’ madre.
A diferencia de la fecundación in vitro, una técnica en la que se extirpa quirúrgicamente un óvulo fértil y se fecunda en un laboratorio para después implantarlo de nuevo en el útero de la madre, el trasplante de embriones no requiere ni cirugía ni anestesia.
Nueve meses después del proceso, nació un bebé “sencillamente hermoso”, tal y como explicaron los médicos, y con un perfecto estado de salud.
En enero de ese mismo año, investigadores australianos habían anunciado el nacimiento de otro niño gracias a una técnica muy parecida en la que implantaron un óvulo de una mujer fértil a otra que no podía concebir. Sin embargo, el procedimiento llevado a cabo por el equipo australiano necesitó fecundar el óvulo en un laboratorio y no en el cuerpo de la donante como sí lograron los investigadores de la Universidad de California.