El 7 de julio de 1550 es la fecha que oficialmente marca la llegada del chocolate al viejo continente. Una delicia de la que los europeos disfrutaron con muchos siglos de retraso respecto a las civilizaciones americanas.
Según los cálculos de los arqueólogos, el cacao se empezó a consumir en Mexico y Sudamérica hasta trece siglos antes del nacimiento de Cristo. Desde entonces, pueblos como el maya cultivaban la planta en sus jardines y utilizaban las semillas para enriquecer las bebidas de sus rituales.
Otros grandes consumidores eran los aztecas, que optaban por sazonar el líquido xocoatl (literalmente, agua amarga) con vainilla y chile. La vaina de la planta era tan valiosa que se utilizaba como moneda de intercambio.
A su llegada a tierras mexicanas, Hernán Cortés también fue conquistado por el chocolate. “Es una bebida divina que refuerza la resistencia y combate la fatiga. Una sola copa de este adorado líquido permite a un hombre caminar sin comer durante un día entero”, escribía tras haberlo probado.
Todavía persiste la polémica sobre si fue el propio Cortés o los dominicos quienes trajeron a España las semillas del cacao y los secretos de la elaboración de la bebida. Pero sobre lo que hay acuerdo es al señalar la sensación y el revuelo que levantó entre el clero y la nobleza de la época.
A partir de entonces, los monjes transportaban las semillas en sus viajes a los monasterios y varios nobles se aseguraban de llevar todo el instrumental necesario para preparar la bebida cuando visitaban las cortes extranjeras.
De esta forma, el chocolate se fue extendiendo a Italia, los Países Bajos, Francia, Inglaterra… generando una pasión que, tabletas y bombones mediante, se ha mantenido hasta la actualidad.