Ésta es la (breve) historia de un monolito, un entierro, una derrota y varios traslados. Comienza alrededor de 1479, cuando artesanos aztecas tallan la Piedra del Sol, un monolito que seguramente sirvió como altar para realizar sacrificios humanos. La Piedra tiene varios símbolos astronómicos y recibe su nombre de Tonatiuh, el dios solar que está tallado en su centro. Unos 40 años después la Piedra del Sol sufriría un destino parecido al del imperio azteca, subyugado por los españoles. Éstos quisieron rubricar su conquista destruyendo el Templo Mayor de México-Tenochtitlán, construyendo en su lugar una catedral, y enterrando la Piedra bajo la recién construida plaza del Zócalo.
El 17 de diciembre de 1790, unas obras en ciudad de México desenterraron la Piedra, que fue vuelta a poner bajo dominio católico, esta vez a vista de todos, en una de las paredes de la Catedral Metropolitana. Cuando México consiguió su independencia, el general Porfirio Díez ordenó que se trasladase la piedra al Museo Arqueológico en 1885. En 1964 volvió a sufrir un traslado al de Antropología e Historia, donde se encuentra hoy en día.