El 25 de mayo 1945, la Segunda Guerra Mundial en Europa acababa de terminar y, hasta ese momento, la tecnología se había desarrollado, en su mayor parte, con fines armamentísticos.
Sin embargo, el científico británico Arthur C. Clarke –autor de la novela 2001, una odisea en el espacio y coguionista de la película de Kubrick que lleva el mismo nombre– publicó un documento en el que imaginó un futuro distinto. The Space-Station: Its Radio Applications proponía el uso de satélites espaciales para las comunicaciones globales. Su visión adelantó un mundo comunicado mediante satélites artificiales.
En aquella época, su propuesta no fue tomada en serio pero veinte años después se volvió realidad cuando se lanzó el satélite Early Bird (madrugador) de la ompañía Intelsat en abril de 1965. Este fue el primer satélite comercial de comunicaciones puesto en órbita.
El artículo analizaba como la tecnología espacial, similar a la utilizada en el cohete alemán V2 durante la guerra, se podía usar con fines pacíficos para poner satélites en órbita con un cohete capaz de transportar una carga con una velocidad superior a la inserción orbital.
Clarke popularizó la idea del uso de la órbita geostacionaria por la que los satélites viajan de oeste a este, a una altura superior a los 36.000 km sobre el Ecuador y a la misma velocidad que la rotación de la Tierra, por lo que parece que está siempre en el mismo sitio.
En honor del científico británico, la órbita geostacionaria también es conocida hoy como órbita de Clarke, al igual que el cinturón de Clarke es la zona del espacio en el plano del ecuador donde se puede conseguir órbitas geoestacionarias, a 35.786 km sobre la superficie terrestre.