El 9 de octubre del año 2000, los habitantes de la ciudad chilena de Puente Arenas recibieron una alarmante recomendación de las autoridades sanitarias: no salir a la calle durante el mediodía. La alarma se había disparado al constatar que el agujero de la capa de ozono se había extendido hasta el punto de dejar expuesta a la ciudad a las radiaciones ultravioletas del sol. Punta Arenas, que es una de las ciudades más austral del mundo (se encuentra tan sólo a unos 1400 kilómetros de la Antártida), había sufrido un importante incremento de los casos de cáncer de piel en los últimos diez años.