Los cristales han llamado la atención del ser humano desde siempre, ya sea por su crecimiento natural con superficies poliédricas, por sus vistosos colores o por su perdurabilidad. En los últimos años, muchos científicos y no científicos hemos dirigido nuestra atención a cristales de tamaños nanométricos por ser la base de buena parte de la nanotecnología, por los nuevos fenómenos que en ellos se dan y por la misma fascinación de siempre trasladada a dimensiones sólo un poco superiores a las de los constituyentes elementales de la materia. Tenemos métodos para hacer que, sin necesidad de moldes, estos nanocristales crezcan con diferentes tamaños y adquieran, bien formas sencillas como nanohilos, o bien formas más complejas. Además sabemos cómo concederles diferentes colores para que funcionen como detectores/emisores de luz y/o como fibras ópticas por donde guiarla y amplificarla. La imagen (19 µm x 6 µm) presenta nanoestructuras de un óxido metálico obtenido en laboratorio que evocan el perfil de una metrópoli, ofreciendo una conexión visual entre su mundo sub-micrométrico y nuestras dimensiones humanas, donde serán integradas.