La evolución de los mosquitos, una posible amenaza para la fauna de las Galápagos

La evolución de los mosquitos, una posible amenaza para la fauna de las Galápagos
Iguana marina, una de las especies más afectadas por la evolución del mosquito.

Un cambio en la dieta de los mosquitos puede tener consecuencias mortales para la fauna de las Galápagos. Ésta es la conclusión de un equipo de investigadores de la Universidad de Leeds, la Sociedad Zoológica de Londres y el Parque Nacional de Galápagos, que ha descubierto que los mosquitos de las islas han desarrollado una querencia por la sangre de los reptiles, a diferencia de sus parientes de tierra firme, que se alimentan básicamente de mamíferos.

Mediante el empleo de técnicas genéticas, los investigadores muestran que el mosquito colonizó las Galápagos hace 200.000 años y no se introdujo a través de los humanos, como antes se pensaba, lo que les permitió un tiempo de adaptación a las condiciones de las islas. También han descubierto que, a diferencia de las poblaciones de tierra firme, que suelen vivir en manglares y marismas, el mosquito de las Galápagos, Aedes taeniorhynchus, también puede reproducirse hasta a 20 kilómetros de la costa y a altitudes de hasta 700 metros. El equipo cree que el cambio en su comportamiento alimenticio se debe a una adaptación a la vida en las Galápagos, dado que las islas tenían muy pocos mamíferos hasta la llegada del hombre, hace unos 500 años.

Los mosquitos son un vehículo de transmisión de muchas y graves enfermedades, como la malaria aviar. Aunque todavía no hay pruebas de que estas enfermedades estén presentes en las Galápagos, la amplia presencia del mosquito, y el hecho de que se alimente de una gran variedad de especies nativas, significan que cualquier nueva enfermedad que llegue del continente podría extenderse rápidamente a la fauna a lo largo de la isla. Dado su largo aislamiento, la fauna de las Galápagos no tiene muchas posibilidades de tener mucha inmunidad a nuevas enfermedades, por lo que los efectos podrían ser devastadores. El estudio se publica en Proceedings of the National Academy of Sciences.

Fuente: SINC / AG / Penelope Curtis
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