La formación de las estrellas y los agujeros negros son las líneas de investigación de Santiago García Burillo, un astrofísico del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), que hoy dejará durante unas horas sus estudios para mostrar los tesoros que encierra el centro que dio origen a esta institución. Se trata del Real Observatorio Astronómico de Madrid, un imponente edificio levantado hace dos siglos sobre una de las colinas del Parque del Retiro.
Nos encontramos frente al viejo observatorio. Son las 16 horas, ‘hora oficial’, o las 15 horas si nos fijamos en la ‘hora legal’ de la España peninsular, que se rige por el huso horario del meridiano de Greenwich. Si a esa hora le restamos los 14 minutos y 45 segundos que se aleja Madrid de ese meridiano obtendremos la ‘hora solar media’, y si tuviéramos un reloj solar podríamos ir más allá y conoceríamos la ‘hora solar verdadera’. Toda esta información la conocemos gracias a la labor de los astrónomos, que llevan siglos desvelando los secretos del movimiento de los planetas y las estrellas.
Antes de entrar al Real Observatorio Astronómico de Madrid, Santiago explica que el que animó al rey Carlos III a construir este edificio neoclásico fue el célebre marino Jorge Juan. El arquitecto Juan de Villanueva se encargó de diseñarlo. La primera piedra se colocó en 1790 y enseguida encargaron a William Herschel, un afamado músico y astrónomo británico-alemán, la construcción de varios telescopios.
Pasamos dentro. En el hall de la entrada se conservan dos de los viejos telescopios fabricados por Herschel, con un tubo de unos dos metros de longitud. “Aquel astrónomo descubrió el planeta Urano en 1781 con alguno parecido a estos”, comenta nuestro guía. Pero el gran proyecto de Herschel para el Observatorio fue un gran telescopio reflector, de más de 7 metros de distancia focal y con un espejo de 63 centímetros de diámetro. Se construyó y se probó en Inglaterra, y en 1804 se realizaron las primeras observaciones desde el Parque del Retiro. En aquella época diversos astrónomos españoles salieron a perfeccionar su formación a otros países europeos, pero la inversión en formación y material pronto se vería truncada por la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia.
En 1808 se destruye el gran telescopio de Herschel. Santiago explica que seguramente los soldados franceses, que instalaron un cuartel y un hospital militar en la colina del Observatorio, reutilizaron o quemaron la madera de roble con la que estaba fabricado, y quien sabe si fundieron el hierro para fabricar cañones. Hoy solo se conservan sus dos espejos. Observamos uno de ellos tras los cristales de una vitrina, sobre la que se sitúa una lámina que ilustra el esplendor del gran telescopio.
En el centro de la sala se balancea un péndulo de Foucault. Nuestro guía nos aclara que gracias a este tipo de péndulos se logró en su día demostrar la rotación de la Tierra y la fuerza de Coriolis. El científico se esfuerza en explicarnos por qué, además de oscilar, este instrumento realiza un giro completo cada 37 horas. “Si situáramos el péndulo de Foucault en los polos rotaría una vez al día, pero en el Ecuador no rota”, comenta.
Pasamos a la sala contigua. La gran cantidad de relojes repartidos por la estancia llaman la atención, y recuerda la importancia que ha tenido para el individuo la medida del tiempo. Sobre una plataforma elevada se encuentra un telescopio, parecido a un cañón, que sólo se mueve en el eje vertical. Se trata del “círculo meridiano de Repsold”, instalado en 1854 para determinar con precisión a qué hora de cada día del año era mediodía en Madrid. Este tipo de instrumentos marcaba las horas locales de las principales ciudades en el siglo XIX. “Afortunadamente años más tarde nos pusimos de acuerdo en marcar la misma hora en las localidades situadas en el mismo meridiano”. Santiago recuerda que aquellos telescopios también registraban con precisión el paso de las estrellas, lo que servia para estimar las coordenadas de la esfera celeste, de modo similar a como lo hacen los geógrafos con la Tierra.
El experto en estrellas y agujeros negros nos dirige ahora a la biblioteca, un recinto no muy grande tapizado de estanterías de madera repletas de libros. Parece la sala de un museo. Las escasas sillas permanecen vacías. Santiago nos recuerda que los astrónomos actuales ya no visitan este tipo de bibliotecas. Internet es ahora la herramienta que utilizan los científicos, y los resultados de las investigaciones más recientes se consultan on line. “El proceso de obtención de datos de los principales telescopios del mundo, que ya incluyen a modernos detectores espaciales, así como la publicación de nuestros trabajos, son tareas muy competitivas, en la que permanentemente estás siendo juzgado por tus colegas, pero así en la ciencia”, reflexiona.
Sobre las mesas de la biblioteca se sitúan dos esferas armilares, una con la Tierra en el centro del Sistema Solar y otra con los planetas girando alrededor del Sol. Nos recuerdan las dos maneras de entender el mundo: el sistema ptolemaico y el copernicano. Parece mentira que algo tan sencillo de entender hoy en día costara tantos siglos de discusiones y sufrimientos. Santiago comenta: “A menudo las teorías y las explicaciones más simples son las acertadas”.
El astrofísico aprovecha para recordarnos lo insignificantes que somos en el Universo. Nuestro Sol constituye solo una de las 100.000 ó 200.000 millones de estrellas de la Vía Láctea, que Santiago compara a un enorme disco o CD. El Sistema Solar ocupa su minúsculo espacio sobre la mitad de uno de sus radios. A su vez, la Vía Láctea sería tan solo una de las 100.000 millones de galaxias que conforman el Universo.
Salimos del Real Observatorio Astronómico de Madrid cuando el Sol se aproxima hacia su ocaso. Nos rodean las antiguas casas de los astrónomos. Otro científico del OAN, Mario Tafalla, nos explica que tras el abandono que sufrió el centro por la invasión napoleónica, en 1854 se recupera su organización. “Cuatro años más tarde se construye un nuevo edificio con una torre donde se alojaría el anteojo de Mertz, un telescopio con un espejo de 27 centímetros con montura ecuatorial, al que se uniría en 1912 otro de 40 centímetros encargado a los afamados fabricantes irlandeses de instrumentos científicos de la familia Grubb”, comenta.
Mario también señala que la construcción situada al otro lado del jardín se conoce como “el edificio del Sol”, por estar coronado por dos cúpulas que contenían otros dos telescopios de Grubb, destinados principalmente a la observación solar. Hoy se utiliza como sala polivalente para reuniones de trabajo, cursos y seminarios.
El Observatorio dejó de depender de la Corona en 1904, y desde entonces se integró en el Instituto Geográfico Nacional, donde continúa actualmente, dentro del Ministerio de Fomento. La vieja institución evolucionó hasta el moderno Observatorio Astronómico Nacional. Mario nos explica que el OAN, además del Real Observatorio Astronómico de Madrid, incluye a otras instalaciones como el Centro Astronómico de Yebes (Guadalajara), clasificado como Gran Instalación Científica española, y la Estación de Observación de Calar Alto, en Almería. También colaborara con instituciones internacionales, como el Instituto hispano-franco-alemán de Radio Astronomía Milimétrica (IRAM). La sede central de este organismo está en Grenoble (Francia), pero el IRAM cuenta con un radiotelescopio de 30 metros cerca del pico Veleta, en Sierra Nevada, a donde Santiago se dirige con frecuencia para desarrollar sus investigaciones.
Son la 17.59, hora oficial. El Sol se acaba de poner y una enorme luna llena asoma por el horizonte. La visita por el recinto del antiguo observatorio finaliza en un edficio constriuido recientemente para albegar, a escala real, una copia exacta del gran telescopio de Herschel. Es imponente. Resulta gratificante comprobar cómo los seres humanos volvemos a levantar aquello que destruimos. A pesar de todo, continuamos mirando hacia delante, hacia las estrellas.