Tiene 32 años, se llama Iván Hernández Almeida, es salmantino y doctor en geología por la Universidad de Salamanca, aunque actualmente trabaja en el departamento de geografía de la Universidad de Berna (Suiza). Este científico es el único español que participa en la expedición que en estos momentos desarrolla en el Mar de la China Meridional el Joides Resolution, el buque de investigación oceanográfica más importante del mundo.
La misión del Joides Resolution, que se enmarca dentro del Programa Internacional de Descubrimiento del Océano (IODP), es un gran consorcio de investigación internacional que –a bordo de un buque–, analiza la historia de la Tierra y la evolución de su clima a través de los sedimentos marinos acumulados durante millones de años.
En esta ocasión, los científicos quieren obtener datos sobre la formación del Mar de la China Meridional, muy interesante desde el punto de vista geológico, ya que se encuentra entre la cadena montañosa más alta del mundo, el Himalaya, y el punto más profundo del planeta, la fosa de las Marianas, y también entre las placas tectónicas Euroasiática, Pacífica e Indoaustraliana.
La formación de este mar se sitúa entre el Oligoceno y el Mioceno, concretamente, entre hace 32 millones y 16 millones de años, pero “la única forma de probar las edades de formación y expansión del fondo marino es perforando en la base de la cuenca”, explica Iván Hernández Almeida, y para eso ha viajado en el barco, que partió de Hong Kong el pasado 26 de enero y finalizará la expedición el 30 de marzo en Taiwán tras detenerse en tres localizaciones.
“Aunque esta región ha sido objeto de muchos estudios, todavía no se han recuperado muestras de la base de la cuenca, las más antiguas, que nos darían una idea de las edades de la apertura y expansión del fondo oceánico. Una mejor comprensión de la evolución de esta cuenca ayudaría a entender la evolución de cuencas marinas mucho mayores y la evolución tectónica y climática del Sudeste asiático”, afirma.
Uno de los puntos desde los que extraerá sedimentos se sitúa a 4.391 metros de profundidad, siendo el tercero más hondo de la historia del IODP. El barco está dotado con una gran torre de perforación, de la que descienden enormes tubos que funcionan como una gigantesca jeringuilla para introducirse en los sedimentos marinos y extraer los testigos: cilindros de muchos metros de longitud y de pocos centímetros de anchura.
La perforación en el fondo marino llega a ser de casi un kilómetro, de manera que los materiales que se obtienen corresponden a capas muy distintas de sedimentos que ofrecerán información geológica de millones de años.
Una vez recuperados los testigos, comienza el trabajo de investigadores como Iván Hernández Almeida, formado en Salamanca en las áreas de Micropaleontología y Paleoceanografía con profesores como Francisco Sierro y José Abel Flores, en el Grupo de Geociencias Oceánicas del Departamento de Geología. Identificando especies fosilizadas de microorganismos ayuda a datar los sedimentos extraídos.
“Datar el material de los testigos es muy importante en esta expedición, puesto que uno de los objetivos es saber cuándo comenzó a formarse el mar”, comenta.
La expectación que generan los radiolarios
Aunque hay siete micropaleontólogos en el barco, él se encarga de estudiar los radiolarios, que son organismos de plancton de esqueleto silíceo que tuvo ocasión de estudiar en la Universidad de Oslo y que son “muy bonitos, por cierto”, apunta, tanto que a los compañeros de la expedición que no están familiarizados con ellos les llaman mucho la atención y siempre hay gente que se acerca al microscopio a echar un vistazo.
En esta ocasión, hay 27 científicos en el barco de 10 nacionalidades distintas. China aporta la mayoría, pero también hay investigadores de EE UU, Corea del Sur, Australia, Brasil, Filipinas, Francia, Reino Unido, Países Bajos y España. La tripulación está compuesta mayoritariamente por filipinos, que “hablan algo de español”, pero el personal técnico, de especialistas e ingenieros de IODP, es mayoritariamente estadounidense.
El trabajo, el escaso descanso y los atardeceres
La vida a bordo está muy planificada y el trabajo no cesa, se perfora y se trabaja 24 horas los siete días de la semana. “Los científicos nos dividimos en dos grupos, de 12 horas de trabajo cada uno. El turno de día, en el que estoy yo, trabaja de 12 del mediodía a 12 de la noche, y el otro, viceversa”, relata el investigador español.
“El trabajo a bordo depende de cuánto se esté perforando. Los testigos al principio llegan muy rápido, porque a menor profundidad, el sedimento está más blando. Luego, el ritmo baja porque el material es más profundo y más duro. Aun así es fácil que se te acumule el trabajo y todavía no hayas acabado con una muestra cuando dan el aviso de que un nuevo testigo está listo para ser analizado”, agrega.
“Los paleontólogos somos los primeros en analizar los sedimentos para determinar de qué edad es la muestra observando los fósiles”, señala. Después pasan a los demás grupos: propiedades físicas, geoquímica, descripción y sedimentología.
Todos los científicos solicitan un número de muestras para enviarlas a sus respectivos centros de investigación y estudiarlas a su regreso de la expedición. “Normalmente tenemos que presentar informes semanales de nuestra actividad e ir preparando informes para cuando finalice la expedición, por lo que parte de las doce horas de descanso se emplean en trabajar más frente al ordenador”, asegura.
Tarea educativa y divulgativa
Sin embargo, los investigadores también reservan un hueco para otra tarea, “la educativa y divulgativa, que es muy importante para dar a conocer nuestra actividad”. Existe la posibilidad de que colegios de todo el mundo que lo soliciten se pongan en contacto con el barco para mantener una videoconferencia donde se muestra a los alumnos cómo es la vida en el barco en directo, con el objetivo de que se acerquen a la ciencia.
“Durante el poco tiempo libre que resta intentamos desconectar leyendo, llamando a la familia y los amigos, saliendo a cubierta o yendo al gimnasio para hacer algo de ejercicio”, indica Iván, porque rendir tantas horas de trabajo seguidas exige una gran condición física y mental. “Los atardeceres en el Mar de la China son espectaculares, y es frecuente avistar peces y delfines desde la cubierta”, agrega.
Por todo ello, el científico salmantino se acuesta muy tarde, “a las cuatro o las cinco de la madrugada”, y se levanta poco antes de incorporarse a su turno, que comienza a las 11:45 horas. “Compartimos habitación con otro científico del turno opuesto, al que casi nunca vemos”, relata. Para compensar tantas incomodidades, el trato que reciben de la tripulación e exquisito y “una de las cosas que más llama la atención es la comida, que es buenísima y muy variada”.
A su regreso, Iván Hernández seguirá contratado en la Universidad de Berna al menos hasta julio de 2015. Habitualmente, su trabajo no tiene que ver con los grandes periodos geológicos, sino que se centra en las reconstrucciones climáticas de los últimos 2.000 años y, en lugar de analizar los sedimentos marinos, extrae información de sedimentos de lagos de lugares tan distantes como Polonia y Chile, lo que permite analizar cambios climáticos y ambientales con una precisión de décadas e incluso años.
Sin embargo, esta experiencia en el Joides le abre un nuevo frente de investigación. “He pedido muestras de la parte más reciente del Pleistoceno, los últimos 250.000 años, para estudiar los cambios oceanográficos y climáticos más recientes en esta zona, relacionados sobre todo con los monzones asiáticos”, comenta.