En paralelo a la preocupación por el cambio climático ha ido creciendo la meteorología mediática, patente en la proliferación de espacios televisivos, blogs y webs específicos. Gracias a los recursos audiovisuales y a su mayor eficacia predictiva, la información del tiempo se ha vuelto la más consultada por el público, que, aparte de utilizarla en su orientación práctica, encuentra en ella una fuente de placer visual y un combustible para la conversación social.
El tiempo ya no es lo que era. Para captar la diferencia, basta internarse en ese museo del audiovisual, YouTube. Allí se puede comparar el parte meteorológico de los años 60, a cargo de un señor con aire de profesor de instituto y tiza en ristre, que apenas disponía de sesenta segundos para explicar en blanco y negro mapas de isobaras de cartón, con los actuales espacios televisivos de hasta siete minutos de duración presentados por una señorita de buen ver y atuendo casual contra un decorado chroma de fantásticas vistas tomadas por satélite. El cambio es impresionante.
La transformación arrancó con el Weather Channel, el canal estadounidense que desde 1982 viene demostrando la viabilidad de una fórmula centrada en 24 horas de pronósticos y temperaturas. Desde entonces, esos contenidos han cotizado al alza en el mercado informativo; lo prueba la multiplicación de blogs, webs y aplicaciones meteorológicas, y el hecho de que las empresas se disputen el patrocinio de los espacios televisivos sobre el tiempo. Así, un tema noticioso juzgado antaño aburrido y monótono se ha tornado un ingrediente imprescindible de la esfera mediática.
Una demanda real
¿Está justificada semejante oferta mediática? ¿Responde a una demanda real de la población? Los productores del Weather Channel aseguran que sí, pues, según han declarado, el éxito de su producto se explica por la existencia de una brecha entre la dieta meteorológica habitual y el interés por previsiones que no fueran estrictamente locales, estimulado por el boom del tráfico aéreo.
En lo relativo a España, Luis Balairón, exdirector del Programa de Cambio Climático de la Agencia Estatal de Meteorología, refiere a Sinc que aquí también existía una demanda insatisfecha; lo evidencia el aluvión de llamadas telefónicas registrado en los años 90 al entonces Instituto Nacional de Meteorología, en busca de previsiones más detalladas que las suministradas en los boletines diarios. Y aporta otro indicador más reciente: el auge del negocio de los pronósticos a medida de las necesidades de bodegueros, estaciones de esquí, organizadores de eventos deportivos o taurinos, etc.
A juicio de la experta de Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, la profesora María Luisa Sánchez Calero, los españoles reclamaban sobre todo claridad: “Mi abuelo agricultor siempre se quejaba de que ni la radio ni la televisión explicaban el pronóstico de manera comprensible”. Una queja muy similar expresaban “los científicos, que pedían que se divulgara mejor, pues los presentadores acuñaban términos como 'ciclogénesis explosiva', que muy pocos entienden”, comenta la autora del libro La información meteorológica como servicio.
Actualmente, tales contenidos son los favoritos de una nutrida audiencia. Según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2011, el 69,5 % de los españoles se informa habitualmente sobre el tiempo, por encima de los aficionados a las noticias de deportes (44,9 %), política (34,2 %) o tráfico (24,2 %). A diferencia de otros temas cuyo seguimiento suscita notables diferencias de género, el interés por la meteorología iguala a hombres (69,7 %) y mujeres (69,2 %).
En el desglose que hace Sánchez Calero de esos consumidores destacan los pescadores, que “si escuchan que se avecina una borrasca no saldrán a la mar”; los alérgicos, porque están “siempre atentos a las novedades sobre niveles de polen”; las tiendas de ropa, que “montan sus escaparates en función del pronóstico para estimular las ventas”; los agricultores “deciden sembrar según lo que les diga el parte”; y los ciudadanos de a pie deseosos por “escoger qué ponerse para salir a la calle” o “saber si habrá nieve en la sierra para ir a esquiar”.
“La gente que vive en ciudades tiene casi todo bajo control, menos el devenir atmosférico”, explica a Sinc José Miguel Viñas, presidente de la Asociación de Comunicadores de Meteorología (ACOMET). De allí que el urbanita siga con tanta atención la información meteorológica, “en especial la relativa a los festivos, donde se concentra su ocio; aunque en el día a día le preocupa que la lluvia pueda alterar el tráfico, algo que le afecta directamente”, continúa Viñas.
Satélite, radar y redes sociales
La demanda del público ha sido atendida gracias a la ampliación exponencial de los recursos. “Los comunicadores disponen de herramientas cada vez más potentes con las que construir historias más cercanas a la realidad del ciudadano, desde fotografías de nubes o nevadas tomadas con teléfono móvil hasta imágenes de satélite y de radar que permiten hacer seguimientos en tiempo real, algo impensable hace años. Todo ha contribuido al protagonismo de dicha información”, indica Viñas.
Espectaculares y a la vez dramáticos ... los mejores de 2015. https://t.co/KR5vlVoKTn pic.twitter.com/0NO4iL2eFM
— Mario Picazo (@picazomario) enero 4, 2016
A ello se suman las mejoras en eficacia predictiva. “Antes se decía ‘aciertas menos que el hombre del tiempo”, recuerda Sánchez Calero. Esa percepción negativa se ha ido disipando: la confianza media de los españoles en la previsión meteorológica alcanza cotas elevadas; la mayoría la considera muy o bastante acertada (92,4%), comprensible (90,3 %) y útil (91,2 %), recoge el estudio del CIS.
Riesgo de sensacionalismo
La valoración positiva contrasta con el diagnóstico escéptico realizado hace años por la Organización Meteorológica Mundial (OMM): “El matrimonio entre predicción meteorológica y medios de comunicación nunca ha sido especialmente feliz, aunque siempre se haya reconocido la importancia de continuar juntos”. Y asimismo choca con quienes en España detectan cierto sensacionalismo televisivo: “La información ahora es menos técnica y más impactante, con titulares que rotulan 'Veranazo' lo que se llamaba 'Veranillo de San Martín'”, indica a Sinc Manuel Toharia, uno de los hombres del tiempo de TVE, quien lamenta que “debido al ansia por exprimir un tópico atractivo y la innovación tecnológica que propicia la espectacularidad se llegue hasta el catastrofismo”.
En contra, Sánchez Calero defiende que el enfoque exagerado de las noticias sobre fenómenos extremos no afecta a la previsión del tiempo. “En España se ha producido un avance cualitativo y cuantitativo importante, gracias a las nuevas tecnologías y al trabajo de editores, periodistas y expertos. Hoy se le presta mayor atención a este espacio, intentando dar una información más útil y práctica, presentada de forma rigurosa, clara y comprensible para las audiencias”.
Los espacios del tiempo son un marco perfecto para la divulgación, una oportunidad que aprovechan presentadores como Mònica López. / Imagen: RTVE
Viñas comparte su valoración positiva: “En el público prima el interés por la información sin más, aunque la curiosidad innata por conocer el mundo que nos rodea incita a ir más allá. Los espacios del tiempo constituyen un marco perfecto para la divulgación, una oportunidad que la mayoría de los comunicadores no desaprovecha. Con ello educan a la sociedad en meteorología, consiguiendo que muchas personas tomen conciencia de la problemática ambiental o de cuestiones ligadas al cambio climático”.
Motor de la conversación
Godwin Obasi, exsecretario general de la OMM, advirtió en su día que el contenido y las formas de las predicciones proporcionadas por diarios, radio y televisión ya no dependían únicamente de las necesidades del público y de lo que los meteorólogos podían proporcionar, pues los medios “determinan lo que puede decirse o enseñarse, cómo decirlo o presentarlo y cómo se interpretará”.
Le faltó matizar que esa capacidad modeladora no es todopoderosa; la oferta mediática solo puede crear la demanda si atina a atender alguna necesidad del público. Quien antes pensaba viajar a Sicilia no esperaba saber si en la isla llovería en los siguientes cinco días; ahora, consciente de que hay webs que le darán esa información, ese viajero se ha convertido en un visitante asiduo de ellas.
La influencia mediática se nota más bien en nuestra relación con el tiempo, que ya no es “algo que uno sale a experimentar en el terreno; se ha tornado una experiencia tecnológica, accesible por satélites e incesantemente monitorizada por la televisión e internet”, explica Marita Sturken, especialista en comunicación de la Universidad de Nueva York. “Lo que se veía como un fenómeno natural se ha vuelto fuente de fantasía tecnológica. Su aptitud para ser tremendamente mundano y a la vez espectacularmente dramático es motivo de placer visual. Ha pasado de ser un indicador de fuerzas naturales a un entretenimiento: no está para vivirlo, sino para mirarlo y consumirlo”.
Más allá de toda la parafernalia, el tiempo sigue cumpliendo una función insustituible en la interacción cotidiana. Como tópico impersonal, neutral y disponible a cualquiera, resulta muy apropiado para establecer vínculos e impedir silencios incómodos con personas distantes o desconocidas; además, su relativa impredecibilidad asegura un renovado tema de conversación, de acuerdo a Nikolas Coupland y Virpi Ylanne-McEwen, sociolingüistas de la Universidad de Cardiff (Reino Unido). En ese sentido, la información meteorológica nos proporciona un recurso clave de cara a la necesidad social de consensuar experiencias compartidas. No es poca cosa.
La citada encuesta del CIS confirma la importancia de la televisión como principal fuente de información sobre el tiempo en España (74 % de los entrevistas acceden diariamente a ella), seguida de la radio (19 % de acceso), Internet (15 %) y la prensa (10,5 %). Dicha cobertura televisiva ha estado marcada por tres hitos: el primero, en los años '60, personalizado en Mariano Medina, “el primer hombre del tiempo que popularizó la meteorología en España como nunca antes se había hecho”, recuerda Viñas.