La omnipresencia mediática del SARS-CoV-2 provoca ansiedad y estrés. La sobreexposición a noticias relacionadas con esta y otras pandemias, alertan diversos estudios, influye en el bienestar emocional de las personas y al comportamiento de las sociedades.
La tos, la fiebre y el malestar general son algunos de los múltiples síntomas de la COVID-19. Pero en tiempos de pandemia, advierten distintos trabajos, la infección no es el único peligro para la salud pública. La ubicuidad informativa del nuevo coronavirus también puede provocar ansiedad y estrés en muchas personas.
A principios de febrero, antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase la pandemia por coronavirus, lo hizo por ‘infodemia’: el peligro por exceso de información alrededor de este virus. La gente quiere respuestas en un momento en el que todavía hay poca evidencia científica y mucha incertidumbre, lo que dificulta la búsqueda de fuentes fiables.
Es más, esta sobreexposición mediática puede suponer “una amenaza para la salud”, alerta un artículo reciente publicado por investigadores de la Universidad de California en Irvine (EE UU) en la revista Health Psychology de la Asociación Americana de Psicología. Dana R. Garfin y el resto de autores indican que el consumo excesivo de noticias puede incrementar la sensación del riesgo para la salud y amplificar el estrés. Las secuelas pueden persistir en el tiempo, más allá del brote.
Durante la primera semana de confinamiento, los estadounidenses que se sintieron más deprimidos fueron los que estuvieron más expuestos a informaciones sobre la COVID-19, según una encuesta en línea de la Universidad de Texas, en Austin (EE UU), a 5.626 individuos. El 17 % de los encuestados se pasaron más de siete horas diarias consultando informaciones sobre el virus.
Cuando las informaciones corren por redes sociales, los resultados son similares. Otro estudio, publicado recientemente por científicos de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Fudan (China) en PLoS One, observó que los jóvenes que más usaron las redes mostraron más ansiedad y depresión que el resto, tal y como se desprende de casi 5.000 encuestas en línea, hechas a finales de enero en el epicentro del brote.
Estas consecuencias sobre la salud –más allá de la enfermedad que provoca la infección–, ya se habían observado en epidemias anteriores. “Las enfermedades contagiosas nuevas dan miedo, nos asustan porque son desconocidas e imprevisibles”, apunta en un artículo en The Conversation Karin Wahl-Jorgensen, que investiga la relación entre los medios y las emociones en la Universidad de Cardiff (Reino Unido).
El miedo, según esta investigadora, ha tenido un papel clave en la cobertura informativa del nuevo coronavirus. Wahl-Jorgensen encontró la palabra ‘miedo’ en uno de cada diez artículos publicados entre mediados de enero y febrero de este año. Y el miedo, como tantas emociones, es contagioso y se puede propagar rápidamente, cuenta.
El miedo, como los virus, es una amenaza invisible. Durante la crisis del ébola de 2014, según un trabajo anterior de Garfin, los estadounidenses que más siguieron las noticias sobre la enfermedad presentaron niveles más altos de estrés, preocupación y deterioro funcional por el miedo al contagio, a pesar de encontrarse lejos del brote, que asoló África occidental entre 2014 y 2016 en su peor brote.
“La manera en que se comunica un riesgo, a menudo a través de las noticias, también puede afectar en cómo se percibe el riesgo”, subraya un artículo publicado en los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) sobre la percepción pública del ébola en Estados Unidos.
Que la novedad es noticia también aplica a los virus. El ébola reapareció en África en 2018. La cobertura durante el primer mes del rebrote no tuvo nada que ver con la atención mediática que ha recibido ahora el coronavirus. El SARS-CoV-2 generó durante su primer mes 23 veces más artículos y 27 más titulares en la prensa escrita anglosajona que la epidemia del ébola, según datos de LexisNexis para la revista Time.
Hay otras circunstancias que modulan cómo procesamos la información en situaciones de alerta sanitaria, dice a SINC Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la Universidad Pompeu Fabra. Algunos de estos factores son la familiaridad con el tema o la situación previa de vulnerabilidad emocional y mental de la gente.
Las personas con menos tolerancia a la incertidumbre sufren más la amenaza viral, concluyó un estudio sobre la pandemia por gripe A de la Universidad de Carleton (Canadá). En 2009, el virus H1N1 también aumentó los niveles de ansiedad entre la población, sobre todo entre aquellas personas que consideraban estresante la ambigüedad en su vida.
La sobredosis informativa por coronavirus puede provocar respuestas distorsionadas, advierten los investigadores de la Universidad de California en Irvine (EE UU). Los autores ponen como ejemplo la compra compulsiva de papel higiénico previa al confinamiento, una reacción bastante universal que se replicó en otros países, a pesar de ciertas variaciones territoriales. En Estados Unidos, el miedo al coronavirus disparó la venta de armas.
Más allá de la anécdota, que ha generado muchos memes, el problema emerge cuando estas reacciones afectan a necesidades básicas. Los mismos expertos advierten del desabastecimiento de mascarillas, claves para la protección de los sanitarios, o de la saturación del sistema sanitario.
La congestión y la desorganización de los hospitales, centros de salud y morgues son problemas comunes en las pandemias, relata un informe para la protección de la salud mental de las comunidades en estas situaciones, publicado hace casi una década por la Organización Panamericana de la Salud de la OMS.
“La comunicación es una parte importante de la evolución del brote epidémico”, considera Revuelta. “Es la única manera en la que puedes conseguir que se lleven a cabo las medidas de protección”, y pone el quédate en casa como ejemplo de éxito.
Los medios de comunicación se acercan a la realidad través de palabras y metáforas que le ponen nombre a lo que está ocurriendo. ‘Guerra’, ‘lucha’ y ‘héroes’ son algunos de los conceptos militares que se repiten estos días.
Este tipo de lenguaje se ha utilizado para informar y explicar estas enfermedades durante al menos un siglo, señala un estudio sobre el impacto mediático del SARS en 2003 de la London School of Economics (Reino Unido). El lenguaje militar ha permeado los discursos de inmunología, bacteriología e infecciones.
Las cifras demuestran la sobreexposición mediática al coronavirus es real. En España, el consumo de información creció un 59 % la semana del 23 de marzo –en plena pandemia–, en comparación a enero del mismo año, según Comscore.
La televisión e internet son los canales más utilizados para ponerse al día en esta crisis, según un estudio del Instituto Reuters publicado recientemente sobre acceso a la información en plena pandemia. En España –uno de los seis países analizados– destaca el uso de las redes sociales, sobre todo WhatsApp para hablar con familiares y amigos.
Para evitar el malestar de la población inmersa en la pandemia, distintos organismos están compartiendo recomendaciones. Los CDC aconsejan tomarse un descanso sin ver, leer o escuchar noticias, incluidas las redes sociales, ya que “escuchar hablar repetidamente sobre la pandemia puede ser molesto”.
Los periodistas también están en el punto de mira. “La responsabilidad social del periodismo exige que quienes lo ejercen sean conscientes de que su manera de informar influye no solo en el conocimiento de la ciudadanía, sino en la manera de conocer, entender y metabolizar la información”, apunta Elena Lázaro, presidenta de la Asociación Española de Comunicación Científica (AECC).
La entidad, que acoge medio millar de periodistas y demás comunicadores científicos entre los cuales también hay investigadores que divulgan, ha lanzado una guía para informar sobre la COVID-19. En la lista de consejos figuran informar sin generar alarmismo y manejar adecuadamente la incertidumbre.