Marta Barrachina ha conseguido cuatro millones de euros con los que equipar la nueva sede de su empresa y desarrollar un test de detección precoz para un gran problema de salud pública: el alzhéimer. Pero la demanda de congeladores, máquinas de secuenciación y pipetas por la covid-19 complica sus planes y los de otros equipos de investigación.
La pandemia ha obligado a posponer muchos planes. Proyectos de investigación se han aplazado o cancelado por el nuevo coronavirus. En el caso de Marta Barrachina, doctora en bioquímica y especialista en enfermedades neurodegenerativas, tendrá que esperar unos meses para tener a punto su propio laboratorio. Justo ahora que había conseguido más de cuatro millones de euros de financiación, la mayoría de los cuales provienen de la última convocatoria de las EIC Accelerator del Consejo Europeo de Innovación.
En diciembre de 2020 se trasladó del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL), donde a finales de 2017 creó la spin-off ADmit Therapeutics para desarrollar un test de diagnóstico precoz de alzhéimer en sangre. “Nunca nadie se hubiese imaginado que no tendríamos ni equipamiento ni material de laboratorio disponible”, cuenta a SINC desde su nueva sede, en un edificio de la farmacéutica Ferrer, situado en Esplugues de Llobregat, a las afueras de Barcelona.
El diagnóstico y la vacunación contra la covid-19 han agotado las existencias de congeladores de —80ºC, máquinas de secuenciación genética y puntas de pipeta, utilizadas para manipular muestras de sangre y ADN. La demanda mundial de estos productos demora la entrega, mientras que encarece aquellos que siguen disponibles.
“El incremento de precios es bestial”, cuenta Barrachina, que ha pasado de pagar cinco euros por la caja de guantes a gastarse 18. En su plan de negocio había contemplado imprevistos de todo tipo, menos el de una crisis sanitaria global como la actual. “Esto evidencia que siempre te olvidas de riesgos”, comenta.
Igual que Barrachina, hay otros científicos que se han encontrado con una situación parecida. “Lamentablemente, la covid-19 ha parado el trabajo de laboratorio, los congresos y el networking, lo que es especialmente perjudicial para los investigadores que recién comienzan sus laboratorios”, se lamenta un artículo, publicado en la revista Cell, que recoge seis experiencias similares.
En ADmit Therapeutics necesitan su propio espacio de investigación para implementar controles de calidad y pasar certificaciones que les permitan hacer llegar su test de diagnóstico de alzhéimer al mercado.
La pandemia ha agotado y encarecido el 'stock' de congeladores, máquinas de secuenciación genética y puntas de pipeta, necesarias para el trabajo de la empresa de Barrachina. / Núria Jar
En el mundo hay unos 50 millones de personas diagnosticadas con una demencia, de las cuales entre el 60 % y el 70 % son alzhéimer, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las previsiones estiman que los casos de deterioro cognitivo aumentarán a 82 millones en 2030 y 152 millones en 2050, debido al aumento de la esperanza de vida, también en los países de ingresos medios y bajos. En España, hoy hay 800.000 personas que conviven con el alzhéimer, según la última actualización de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Como la covid-19, el alzhéimer también es una prioridad mundial de salud pública. Como la covid-19, el alzhéimer tampoco cuenta con un tratamiento eficaz.
Los pocos fármacos disponibles ni curan ni frenan la progresión de la enfermedad. Es más, el 99,6 % de los tratamientos que se investigan no se acaban aprobando, según una revisión de casi medio millar de ensayos clínicos llevados a cabo en una década.
“Tenemos la urgencia de encontrar nuevas terapias”, instan los autores del artículo, publicado en 2014 en la revista Alzheimer’s Research & Therapy. Hace casi veinte años que se aprobó el último fármaco contra el alzhéimer, la memantina, en 2003; después de que a finales de año la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) descartase dar luz verde al aducanumab.
A diferencia de la covid-19, el alzhéimer no cuenta con un test para identificar casos de forma precoz. La neurodegeneración es un proceso silente que tarda unos veinte años en mostrar los primeros síntomas. Como consecuencia, la investigación de nuevos fármacos es compleja, al no poder identificar pacientes en estadios tempranos.
El criterio de inclusión actual de voluntarios en ensayos clínicos se basa en la detección de beta-amiloide en el cerebro, pero la acumulación de esta proteína no siempre augura un alzhéimer. En estas técnicas de neuroimagen, que permiten observar el cerebro de forma no invasiva, se cuelan entre un 20 % y un 30 % de falsos positivos, según una investigación publicada en la revista Alzheimer Disease & Associated Disorders.
El inicio del alzhéimer, cuenta Marta Barrachina, comienza antes de la acumulación de las proteínas beta-amiloide y tau en el cerebro, en forma de placas y ovillos que provocan la muerte de las neuronas y sus conexiones. Las huellas precoces del alzhéimer se encuentran en la fábrica energética de las células: “Las enfermedades neurodegenerativas relacionadas con el envejecimiento comienzan con una alteración de la mitocondria. En el caso del alzhéimer, su mal funcionamiento hace que empiecen a alterarse los niveles de beta-amiloide y tau”, explica.
La sede de ADmit Therapeutics se encuentra en el edificio de la farmacéutica Ferrer, en Esplugues de Llobregat (Barcelona). / Núria Jar
Marta Barrachina mezcla conceptos científicos y empresariales en su discurso. Habla de secuenciación genética, pero también de cómo escalar un producto. Estudió un MBA, que le permitió descubrir que quería ser la CEO de su propia spin-off, que nunca se había imaginado que montaría.
Desde su posición actual, esta investigadora considera que hay poca pedagogía dentro de la comunidad científica en relación a la transferencia de conocimiento: “La ciencia no solo son las publicaciones”.
La spin-off de Barrachina proviene de años de investigación en el grupo de neuropatología del IDIBELL, el instituto de investigación asociado al Hospital de Bellvitge, uno de los siete grandes hospitales públicos catalanes.
En los últimos años, ha identificado distintos marcadores biológicos en muestras de pacientes muertos que habían donado su cerebro a la ciencia. Los resultados, entre los cuales hay una patente, se publicaron en 2016 en The American Journal of Pathology. Aquellas huellas precoces de alzhéimer respondían a cambios en la expresión del material genético de las mitocondrias, que luego se tradujeron en demencia.
En 2023 esperamos empezar a ofrecer servicios a farmacéuticas para optimizar sus ensayos clínicos, lo que nos permitiría mejorar nuestro algoritmo predictivo del alzhéimer
Posteriormente, Barrachina intentó encontrar las mismas huellas epigenéticas en muestras de sangre, de las que extraer el material genético del paciente. El seguimiento anual de 130 voluntarios, de los cuales cuarenta desarrollaron alzhéimer, le permitió localizar los marcadores en los voluntarios que acabaron cayendo enfermos.
Unos resultados que, luego, el grupo de investigación del IDIBELL comparó con otros veinte pacientes australianos de la cohorte AIBL, que le permitió comprobarlos en otro contexto. “Los marcadores epigenéticos, como la metilación del ADN, pueden variar en función del área geográfica, porque hay influencia del ambiente”, subraya.
El próximo paso de la investigación de Marta Barrachina, con su empresa ya montada, es ampliar estas observaciones a más pacientes para conseguir un algoritmo que permita predecir qué personas desarrollarán alzhéimer.
“Ningún sistema de salud implementará nuestro test de diagnóstico precoz, porque no hay fármacos”, admite esta científica, que cree que su modelo de predicción puede ser útil para corregir la inclusión de voluntarios en los ensayos clínicos. “En 2023 esperamos empezar a ofrecer servicios a empresas farmacéuticas para optimizar sus ensayos clínicos, lo que nos permitiría mejorar nuestro algoritmo predictivo”, proyecta.