Las imágenes de fiestas y botellones han vuelto a poner en el centro de las críticas a los jóvenes. Los expertos piden no estigmatizar al colectivo ni caer en el falso cliché de que las generaciones anteriores eran mejores. Las campañas para frenar la transmisión del coronavirus serán más efectivas si las protagonizan ellos y se eliminan paternalismos.
Aunque no han sido el colectivo más golpeado por la pandemia, los jóvenes son el centro de todas las miradas. Durante el desconfinamiento y la nueva normalidad, los casos de fiestas, discotecas abarrotadas y botellones entre grupos de adolescentes y jóvenes están copando la atención mediática y se les tacha de irresponsables e insolidarios, volviendo al falso cliché de que las generaciones anteriores no eran así.
Sin embargo, si analizamos los casi 100 días que duró el estado de alarma, como explica a SINC María Teresa Pérez, directora general del Instituto de la Juventud (Injuve), “el comportamiento tanto de los jóvenes en general, como de la sociedad en su conjunto, ha sido ejemplar”. Y añade: “Ha habido conductas irresponsables pero han sido minoritarias”.
Los datos muestran que los casos de COVID-19 notificados a la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica de jóvenes entre 15 y 29 años, con diagnóstico posterior al 10 de mayo, suponían el 19,3 % del total a fecha de 17 de julio. De esos pacientes, hubo un fallecido, un dato que contrasta con los 143 decesos en pacientes de 80 años en adelante, los más castigados por este coronavirus.
A pesar de que la enfermedad en adolescentes y jóvenes no suele ser tan grave como en los ancianos, los expertos advierten que no son inmunes y que casos como el de la médica de 28 años que murió en Mota del Cuervo (Cuenca) por COVID-19 son una realidad.
Ellos, como el resto de la población, están aprendiendo a convivir con un riesgo desconocido. No es la primera vez. Si retrocedemos en el tiempo, en las décadas de los 80 y los 90 del siglo pasado, los que entonces eran jóvenes se enfrentaron a amenazas que hoy tienen menos fuerza pero siguen presentes. Los accidentes de tráfico, el consumo de drogas o el sida acabaron con las vidas de miles de españoles en esa época.
Ramón Espacio, presidente de la Coordinadora Estatal de VIH y sida (CESIDA), recuerda bien aquellos años. “A mediados de los 90, el sida fue la principal causa de la mortalidad en jóvenes en España, por encima de los accidentes de tráfico”, cuenta a SINC.
Los datos de defunciones recogidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) tanto de hombres como de mujeres de entre 25 y 29 años revelan que, hasta 1991 la principal causa de muerte en esta franja de edad eran los accidentes de tráfico, pero desde 1992 hasta 1996 lo fue el sida.
Aunque la COVID-19 y el sida son dos enfermedades completamente distintas, tienen en común que hablamos de dos pandemias y que, en ambos casos, las medidas de prevención son fundamentales para evitar la transmisión de los virus.
En el caso del sida, tras el pico de muertes en España a mediados de los 90, las cifras empezaron a bajar lentamente gracias a varios factores. Espacio apunta a una mayor concienciación de los jóvenes, en especial hombres que tenían sexo con hombres, a un creciente uso del preservativo y a medidas estructurales para disminuir el consumo de drogas, sobre todo por vía parenteral –el uso de jeringuilla–, que era una de las mayores vías de transmisión del virus.
“El sida tiene una carga de estigma que dificultó muchísimo que la gente se sintiera afectada y que las campañas llegaran a la población general porque, desde el principio, el VIH –el virus que causa la enfermedad– desgraciadamente se asoció a los mal llamados grupos de riesgo”, puntualiza el presidente de CESIDA.
Estadística de defunciones según la causa de la muerte en jóvenes de entre 25 y 29 años. El color verde refleja los casos de sida y el naranja, los de accidente de tráfico. / INE
Precisamente en aquella época, en 1986, se creó la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), cuyo objetivo era prevenir el consumo de drogas, otra de las mayores amenazas de esos años que aún sigue presente. Más de tres décadas después, FAD ha ampliado su foco a nuevas áreas y en relación con la actual pandemia, ha puesto en marcha varios estudios para analizar cómo ha sido el comportamiento de la juventud española.
“Ahora los jóvenes corren otros riesgos, cada uno en la época y con las situaciones de riesgo que les toca vivir. Ciertamente, esta generación está sufriendo una pandemia, un fenómeno nuevo en la historia reciente que tiene unas características propias y diferentes a otros riesgos para la salud de otras épocas como por ejemplo, el sida”, compara a SINC Anna Sanmartín, subdirectora del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de FAD.
La experta destaca que, ante un riesgo que los jóvenes pueden ver más lejano sobre su salud física, lo importante es fomentar la responsabilidad individual, haciendo hincapié en que la pandemia nos ha afectado a todos en nuestro bienestar. “No se trata solo de apelar a la solidaridad intergeneracional con sus mayores, sino con la sociedad en general, para que podamos desarrollar nuestras vidas con la mayor normalidad posible”, matiza.
Durante el confinamiento, Aroa Méndez y Xao Feixa, estudiantes de segundo de bachillerato en un instituto de Lleida, decidieron contar cómo lo estaban viviendo en un diario ilustrado. Sus vivencias forman parte del libro Adolescentes confinad@s (2020), escrito por el antropólogo social Carles Feixa, que convivió con las dos jóvenes durante el estado de alarma.
“Las adolescentes tenían dos 'mascarillas protectoras' que los adultos tenemos menos: la cultura de la habitación y la cibercultura”, comenta a SINC Feixa, que es catedrático de Antropología Social en la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). El antropólogo se queja de que estos jóvenes fueron “los grandes olvidados por el Estado” pero que, aun así, vivieron el confinamiento de forma muy satisfactoria, “casi como un rito de paso”.
Los expertos consultados coinciden en la fragilidad de esta generación, que se ha visto doblemente sacudida en un breve espacio de tiempo: primero, por la reciente crisis económica y ahora, por la pandemia.
“Los juicios de valor sobran. Lo que cuenta son las oportunidades materiales concedidas a cada generación y la actual, en este sentido, es de las peor tratadas en términos históricos. Sin apenas salir de una crisis económica se encuentran con una crisis sanitaria y, en ambos casos, son las víctimas más propicias”, advierte Feixa.
Los especialistas alertan de que esta pandemia, como ya ocurrió con la crisis económica, retrasará el paso de los jóvenes a la vida adulta porque el desempleo y la precariedad laboral aumentarán. El epidemiólogo George Patton, responsable del grupo de Salud adolescente en el Murdoch Children’s Research Institute (Australia), cree que volveremos a ver tasas muy altas de desempleo juvenil en gran parte del mundo.
“Esto tiene el potencial de dejar a los jóvenes en el fenómeno del waithood –período de espera–, incapaces de hacer una transición lejos de su familia de origen a una vida independiente”, explica a SINC.
Además del impacto económico, varios estudios han analizado las consecuencias que puede tener esta etapa en sus vidas. En el caso de las relaciones sociales, un artículo publicado en The Lancet Child & Adolescent Health alerta de que la reducción del contacto social cara a cara en la adolescencia, un periodo en el que el entorno y las relaciones son importantes para el desarrollo cerebral, la salud mental y el desarrollo de uno mismo, podría tener efectos perjudiciales a largo plazo.
“La interacción social es un componente crucial para el desarrollo de los adolescentes. Por estudios en animales sabemos que la falta de interacción social durante el desarrollo temprano puede tener consecuencias negativas más adelante”, señala a SINC Jack Andrews, investigador del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres (Reino Unido).
Durante el estado de alarma, la tecnología se convirtió en el gran aliado de los jóvenes para paliar la falta de comunicación cara a cara con sus amigos, unos dispositivos con los que se manejan como pez en el agua y que incluso tuvieron que enseñar a usar a sus propios padres y madres. Por eso mismo, y pasado el confinamiento, los expertos apuestan por utilizar estas mismas herramientas hacerles llegar mensajes que frenen la transmisión del SARS-CoV-2.
Como plantea un artículo publicado en la revista Trends in Cognitive Science, las autoridades sanitarias deberían incluir a los adolescentes en sus campañas de prevención para que sean ellos quienes las lideren y compartan su ejemplo en las redes sociales, llegando a sus amigos y a todos sus contactos. Así se sentirían parte de la solución.
“Es más probable que los adolescentes se adhieran al distanciamiento social si se ve como una norma entre su grupo de iguales”, mantiene Andrews, que participa en el estudio. Siguiendo esa misma idea, el investigador propone que los organismos de salud pública se dirijan a perfiles influyentes en estas redes para que difundan las normas entre sus jóvenes seguidores.
La directora general del Injuve –un organismo público adscrito al Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030– es consciente de la importancia de poner a la juventud en el centro de las campañas. “Es imprescindible que los responsables políticos seamos capaces de escuchar a los jóvenes y de incorporar sus propuestas y aportaciones a las políticas de recuperación de nuestro país”, afirma.
En su opinión, se debe encontrar un equilibro entre la flexibilidad que requiere la adaptación progresiva a la nueva normalidad y la prudencia para evitar volver atrás en la situación epidemiológica.
Junto a estas medidas en positivo, los especialistas recalcan lo que no funciona con los jóvenes, para evitarlo en las campañas dirigidas a ellos. “No funciona el autoritarismo ni el paternalismo. Se trata de convertir esas medidas en algo trendy, moderno, bien visto”, subraya Feixa.
Las fiestas y los botellones son un riesgo para la expansión del virus, pero los expertos piden no estigmatizar a la juventud. Durante el confinamiento, grupos de jóvenes ayudaron a colectivos vulnerables como personas mayores llevándoles comida o fármacos, entre otras iniciativas.
“La crisis del coronavirus en nuestro país ha sacado a la luz el lado más altruista y solidario de la juventud”, sostiene la directora general del Injuve, quien recuerda que todas las generaciones, incluidas las de los 80, los 90 o los millennials, han sido acusadas de irresponsables o de egoístas, aunque la realidad, antes y ahora, sea otra.
La pandemia tampoco puede provocar que olvidemos su compromiso con la igualdad o el medioambiente. “En los estudios del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud los jóvenes de 15 a 29 años se muestran como una generación feminista, que busca la justicia social y defiende el medioambiente, lo cual muestra que son una generación muy necesaria en muchos sentidos”, concluye la subdirectora del centro.