Miles de personas fallecieron y resultaron heridas en los ataques del 11 de septiembre en Nueva York. La cifra de afectados creció con el tiempo debido a las intoxicaciones. A ellos hay que añadir otras víctimas silenciosas, los seres queridos que arrastran trastornos por la traumática pérdida.
El 11 de septiembre de 2001 el mundo miró a EE UU con estupefacción y horror. Cuatro atentados terroristas ensombrecieron la ciudad de Nueva York y el Pentágono con el secuestro de aviones comerciales para perpetrar los ataques. Casi 3.000 personas perecieron ese día y más de 25.000 resultaron heridas, muchas de ellas con lesiones permanentes.
La nube tóxica que produjo el derrumbamiento de los edificios del World Trade Center, en especial las Torres Gemelas, provocó a largo plazo enfermedades entre policías, bomberos y otros cuerpos de rescate. Pero hubo otras víctimas. Como en cualquier atentado, los familiares y seres queridos que perdieron a alguien siguen en muchos casos afrontando un duelo complicado, es decir una sensación de anhelo, añoranza y tristeza constantes e intensos y una incapacidad para superar la muerte.
Para la mayoría de las personas que experimentan un duelo, los sentimientos de angustia y de pérdida tienden a disminuir con el tiempo. En el caso del duelo complicado, en lugar de desaparecer, los síntomas a menudo pueden persistir e impedir a las personas vivir su vida normal. Además, pueden ir acompañados de pensamientos o imágenes insistentes del fallecido y de una sensación de incredulidad o de incapacidad para aceptar la dolorosa realidad de la muerte de la persona.
“El dolor, por supuesto, es una respuesta normal a la pérdida de alguien cercano. Sin embargo, aunque la mayoría de las personas experimentan que su angustia relacionada con el duelo disminuye con el tiempo, la pérdida traumática (como la muerte por un atentado terrorista) puede provocar reacciones psicológicas graves, intensas y persistentes”, señala a SINC Kristin Alve Glad, investigadora en el Centro Noruego de Estudios sobre la Violencia y el Estrés Traumáticos.
El duelo tras pérdidas no naturales —producidas en atentados, pero también en accidentes, suicidios, desastres u homicidios— se alarga en el tiempo, incluso años después de la tragedia, aunque algunas personas sí sean capaces de superar la muerte traumática.
En un estudio liderado por la Universidad de Utrecht en los Países Bajos, un equipo de científicos realizó una revisión sistemática de 25 investigaciones sobre personas en duelo tras este tipo de pérdidas. Descubrieron que cerca del 50 % de ellas presentaban un trastorno de duelo prolongado. “Esto sugiere que aproximadamente la mitad muestra problemas psicológicos duraderos”, recalca Glad.
Esta pena constante se incluyó en 2018 en la revisión que se hizo de la Clasificación Internacional de Enfermedades (denominada ICD-11) de la Organización Mundial de la Salud, según anunció un artículo en el European Journal of Psychotraumatology. Esta alteración se distingue de otros trastornos mentales como la depresión y el estrés postraumático y se asocia con una mala salud física, una menor calidad de vida y un deterioro funcional, unidos a un intenso dolor emocional relacionado con la pérdida.
Uno de los principales efectos que sienten los afectados como respuesta al trauma es el trastorno de estrés postraumático debido a la intención maliciosa de los terroristas y la naturaleza imprevisible de los ataques. Pero también se corre el riesgo de que se sufran otros problemas de salud graves.
“Otras formas bien conocidas de psicopatología que pueden experimentar las personas directamente afectadas por un atentado terrorista son la ansiedad y la depresión”, comenta la experta noruega. En este sentido, el escenario que presentaron las víctimas del 11S y sus reacciones psicológicas es extrapolable a otros incidentes, como el de la isla de Utøya, en Noruega del que se cumplieron diez años hace unas semanas.
El 22 de julio de 2011 la explosión de un coche bomba en Oslo y pocas horas después un tiroteo en la isla de Utøya dejaron un total 77 fallecidos y cientos de heridos, la mayoría adolescentes, que se encontraban en un campamento de verano organizado por la división juvenil del Partido Laboralista Noruego que gobernaba en ese momento.
Para la investigadora existen ciertas diferencias entre el 11S y el atentado en Noruega: “El tipo de ataque (hombre armado vs. colisiones de aviones), la ubicación (atrapado en una isla vs. en medio de una ciudad), el grupo de edad (principalmente jóvenes y adultos jóvenes en Utøya vs. todos los grupos de edad, pero principalmente adultos), y la juventud políticamente activa en el de Noruega a la que se dirigió directamente el terrorista”.
Junto a su equipo, la científica ha liderado un estudio que ha permitido examinar por primera vez la asociación en el tiempo entre los síntomas del duelo complicado y el trastorno de estrés postraumático en una muestra de supervivientes a un duelo por pérdida traumática.
Para ello se centraron en 275 supervivientes del atentado perpetrado en Utøya que perdieron a un amigo cercano, a un miembro de su familia o a una pareja. Se les realizaron varias entrevistas individualizadas a los 4-5 meses de la tragedia, a los 14-15 meses y a los 30-32 meses.
Los resultados indican que los síntomas de estrés postraumático predijeron las reacciones de duelo complicado a posteriori, pero no sucedió lo contrario. “Esto es importante, porque sugiere que el tratamiento de los síntomas de estrés puede impedir el desarrollo posterior del duelo complicado. Pero se necesitan más estudios”, declara a SINC.
El tratamiento de los síntomas de estrés puede impedir el desarrollo posterior del duelo complicado. Pero se necesitan más estudios
Otra reciente investigación, realizada por la Universidad de Bergen en Noruega y centrada en las víctimas de este mismo atentado, identificó diferentes trayectorias de recuperación de los familiares, que en un 13 % se convertía en un duelo crónico.
Los hallazgos del trabajo destacan “el difícil proceso de duelo y la lenta recuperación que caracteriza a la mayoría de los familiares cercanos afligidos por un ataque terrorista”. Por eso, el estudio sugiere que los programas de salud mental de cada sistema sanitario se esfuercen en realizar una labor de detección temprana y un seguimiento a largo plazo de los afectados.
La asistencia psicológica a los familiares suele ser uno de los primeros servicios que se ofrecen en el hospital tras un atentado, como demuestra un trabajo centrado en los ataques bomba en Israel en 2000 y 2004. En estos casos, la unidad de asistencia a la familia trabajó con otras unidades profesionales del centro hospitalario y de la comunidad, y de manera general ajusta sus operaciones a las características de cada evento.
Pero los primeros auxilios psicológicos son solo el principio de una serie de ayudas que requieren estas personas. En realidad se enfrentan a otros retos, mucho más duraderos. Tras los atentados de Noruega, la Dirección de Salud del país asesoró a los municipios afectados sobre cómo organizar los servicios sanitarios y el apoyo a las familias directamente afectadas.
“Los supervivientes y sus familias vivían en municipios de todo el país, y como la gravedad de la masacre indicaba que muchos necesitarían un seguimiento a lo largo del tiempo, el plan se ancló en los servicios sanitarios existentes en los municipios”, cuenta la científica noruega.
El programa, que duró un año, se basó en tres principios fundamentales: proactividad en el alcance temprano, continuidad en las respuestas e intervenciones específicas para las personas que lo necesitaban. Se designó a un profesional como persona de contacto para los supervivientes y sus familias durante al menos el primer año.
Según la científica, este experto ofrecía un encuentro personal y proporcionaba información sobre las medidas de ayuda disponibles en el municipio y en los servicios sanitarios especializados. También evaluó de manera regular a las víctimas, en especial si estas requerían más ayuda. “El objetivo era garantizar que se identificaran y atendieran todas las necesidades de servicios de los supervivientes directamente afectados y de sus familiares cercanos”, recalca.
Sin embargo, aunque el seguimiento de los afectados se extendió durante doce meses, para los especialistas, debería durar más. “En retrospectiva, vemos que muchos tuvieron dificultades durante varios años después del atentado y que, por tanto, la necesidad de ayuda se extendía mucho más allá del primer año”, apunta Glad.
El estudio demostró que unos 2,5 años después del ataque uno de cada cinco supervivientes declaraba seguir necesitando ayuda al seguir con trastornos psicológicos. Además, uno de cada siete la requería por problemas de salud somáticos relacionados con el atentado.
Los expertos coinciden que tras un atentado terrorista se mantenga un seguimiento y una asistencia a largo plazo proactivos de estas personas, teniendo en cuenta las diversas necesidades y las características de cada una. También sugieren que la red de apoyo se extienda ya no solo a los familiares y seres queridos de los fallecidos, también a los contactos más cercanos como los compañeros de colegio o de trabajo.
“Las personas de la red social inmediata a los fallecidos deberían considerarse afectadas por derecho propio y recibir un seguimiento”, concluyen.