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EICOS: Una oportunidad única de comunicar y entender la ciencia

Hay oportunidades únicas en la vida. Ocasiones de ésas que le hacen a uno sentirse privilegiado, viviendo una experiencia que no será posible repetir en ningún momento en ningún otro lugar, que sólo tienen sentido aquí y ahora.

Entrada del centro de Biofísica Química del Instituto Max Planck
Entrada del centro de Biofísica Química del Instituto Max Planck. Foto: Patricia Luna.

Ésa es la sensación que, durante una semana, compartimos los 15 periodistas dedicados a la comunicación científica elegidos para pasar varios días en Gottingen, en el centro de Biofísica Química del prestigioso Instituto Max Planck, haciendo de científicos de verdad, manchándonos las manos con los líquidos asépticos de los laboratorios como parte de los llamados “Fellows de EICOS” (European Initiative Communications of Science), la iniciativa europea de comunicación científica.

Somos quince, cada uno de una esquina de Europa. Están Ivar y Anna Lena, junto con Arno, la selección escandinava, los más altos, también los que hablan inglés con un acento más depurado. Vangelis y Dimitra viajan desde el sur de Europa, directamente desde la clásica Atenas. Paul representa a la Europa del Este, Olga, a la Rusia que no es este ni oeste, Anil, a la Turquía que no sabe como encajar dentro de rompecabezas europeo, las dos Evas se unen desde la zona oeste de la Alemania reunida, Massimo y Daniela aportan el humor italiano y los comentarios sobre el café, la selección española la representamos Aitana y yo. Y para completar, Alvin, desde Zambia, pone la nota exótica.

La formación y las experiencias no podrían ser más variopintas. Los hay que tratan de ganarse la vida como freelance, hay quien trabaja para agencias de noticias, radios nacionales, televisiones locales, periódicos regionales, portales especializados, revistas divulgativas. Los hay con formación científica y otros, como yo, que no, que estamos en esto porque por suerte las ganas de aprender no se acaban nunca, y en ese caso, ningún ámbito mejor que el científico…

Las cosas –organización alemana- se establecen pronto y quedamos divididos en cuatro equipos, cuatro grupos decididos a desafiar a la investigación básica. Paul, Massimo y Dimitra será el equipo que estudie las vesículas sinápticas, en el área de neurología. Anna Lena, Alvin, Anil y yo nos vamos al de las moscas, la famosa Drosophila, Daniela, Olga, Eva y Vangelis serán el equipo del splicing, y los que se dediquen a la simulación computacional de la dinámica de las proteínas Arno, Ivar, Aitana y Eva María.

La suerte está echada. Una semana de un programa intenso, desayuno a las 8, laboratorio desde las 9 hasta las 7 de la tarde, con descansos entre medio que serán completados por charlas de los tutores, y después de los participantes en el programa, sobre las actividades que llevan a cabo el resto de los grupos. En fin, que durante la semana no habrá ni una neurona (de los miles de millones que componen nuestros cerebros) que tenga tiempo para darse la buena vida.

Comenzamos. Jamás olvidaré el olor, intenso, cortante, ácido, que habita el laboratorio de la Drosophila. Al ver la luz amarilla, las condiciones en las que se mantienen las moscas, a determinadas temperaturas para aumentar su reproductividad, la imagen de pequeños animales amontonados en las probetas, el olor, ese olor. y la pasión con la que Ulrich, nuestro tutor, habla de la Drosophila.... .Uno se convence que, en verdad, los científicos son seres de otro planeta. La mayoría de los compañeros salen de la visita común al laboratorio agradeciendo no ser asignado a esa sala, pero a nosotros, los chicos Drosophila, nos gustan los retos.

Pues menos mal. La primera explicación teórica sirve para poner las cosas en contexto. ¿Por qué es tan importante la Drosophila? Es una pregunta recurrente al mirar al tamaño ínfimo de esta mosca de la fruta, las que se encuentran pegadas a algo dulce, cuyo nombre pomposo parece hacer justicia a su importancia. Para Anil, biólogo molecular además de periodista, las razones parecen más claras que para Anna Lena, Alvin o para mí.

Pero pronto la incertidumbre se disipa. La Drosophila tiene un pequeño genoma formado por 4 pares de cromosomas, tiene un ciclo de vida muy corto, de apenas dos semanas y se reproduce rápidamente y de forma prolífica. Un embrión se desarrolla en apenas dos horas y una sola mosca puede poner más de 400 huevos en un día. Además, se puede modificar genéticamente con cierta facilidad, lo que hace posible realizar experimentos para determinar la función exacta de un gen determinado.

La Drosophila es uno de los llamados animales modelos que llevan más tiempo estudiándose, de hecho dentro de dos años se cumplirá un siglo. A través de ella se han producido descubrimientos fascinantes, como el grupo de genes Hox, que determinan en las moscas, pero también en las ratas y en los humanos, el desarrollo de la espina dorsal y las distintas partes del cuerpo. Lo fascinante, lo que ha permitido Drosophila, es demostrar que hombres, ratas e insectos compartimos exactamente el mismo grupo de genes, o como diría Darwin, que en realidad todas las especies proceden de exactamente el mismo material genético.

Tras la clase de teoría comenzaremos la práctica: cruzamos distintos genes en moscas modificadas genéticamente y vemos lo que pasa. Los resultados son impresionantes, especialmente en los llamados genes esenciales, aquellos que cumplen funciones vitales, que hacen que los cruces sean letales. Mucho más vistosos son los cruces del gen eyeless, el que determina la forma y color de los ojos, y así, pasamos varias horas viendo moscas de ojos rojos, o amarillos, o naranjas, moscas sin ojos que viven, aunque serían aplastadas por la ley de la selección natural en la selva de la vida normal o moscas que tienen ojos en las antenas.

Resulta escalofriante leído así, pero las moscas modificadas genéticamente son estériles y no tendrían ninguna posibilidad de sobrevivir fuera de las favorables condiciones del laboratorio. Aún así, las medidas de seguridad son máximas. Para mantenerlas quietas en utilizamos dióxido de carbono, lo que las atonta, después se les aplica formol y no queda ninguna duda, pero por si acaso antes de salir al exterior, pasan por una cámara fría donde se exponen a temperaturas que ninguna mosca podría sobrevivir.

[El segundo experimento será sin embargo mucho más complicado. Se trata de ver la expresión de los genes, cómo determinados genes se manifiestan en ciertas partes del cuerpo, en cierto momento del desarrollo y la forma que adquieren. Para ello tenemos que aislar embriones y tras un complejo proceso de lavado y fijación de varios elementos químicos, que pasamos un día entero preparando, somos capaces de ver el color fluorescente que se manifiesta de forma veloz, una vez los embriones comienzan a desarrollarse. Impresionante. Uno puede asistir en directo, en el espacio de dos horas, a la formación del cuerpo entero de una mosca, como espectador privilegiado de la naturaleza.

Habrá más experimentos, sobre los ovarios de las moscas, el proceso de oegénesis, la fijación de elementos que permiten presenciar estos sucesos en un microscopio, la fotografía y documentación de todos los elementos del experimento... Y ser científico parecía tan fácil. En realidad, hay algo de labor manual, de artes plásticas, y mucha, mucha paciencia].

Pero eso no es lo más importante. A la hora de elaborar la presentación, cuando tenemos que rendir cuentas de nuestro trabajo a otros grupos, hay algo en nosotros que ha cambiado.

En esta semana intensa de experimentos y de tratar de asimilar conceptos complicados, procesos como el PCR, o el sistema GAL4-UAS, cuestiones de genética clásica, extremadamente complejas como para ser explicadas y comprendidas en unas horas de una semana, pero cuyo principio cuaja, hay algo en nosotros que ha cambiado. La pasión con la que tratamos de poner junta la información, la forma de pensar en cómo transmitirla, la esperanza de que los demás puedan llegar a entender... y comprender la importancia de la Drosophila, me recuerda, al verla en mi misma y en los ojos brillantes de mis compañeros, a ese destello que una vez, en Ulrich, nuestro tutor, interpreté como una cierta dosis de locura.

¿Qué es lo que ha cambiado?

Quizá sea el resto de las presentaciones de esta semana donde uno tiene la impresión de no ser capaz de asimilar tanta información. La cristografía, la electrolisis, los procesos de comunicación entre las células nerviosas, las sipnasis, la proteína SNARE, el genoma alternativo, la hibridización in situ, los intrones, los exones, el pre m-ARN, el espleosoma, la florescencia microscópica más allá del límite de la defracción del departamento de nanobiofotónica, la simulación de la membrana de una proteína, el acuaporín...

Quizá sea los pocos ratos que quedaron libres en esa semana. Las comidas con los tutores, los ratos después de la cena, las dos visitas culturales, esos momentos en que los científicos y los periodistas, por una vez, por varias veces, se unieron formando un solo grupo, sin bandos, sin oposición, sin rencores, sin tener en cuenta quién sabe más de qué. Esas charlas distendidas en las que uno pregunta ¿pero para qué estudias esto? Y el otro responde: pues no lo sé, lo hago porque me gusta, pero no sé para que va a servir ni que aplicación tiene y ni sé si quiero responder esa pregunta. Lo hago por el misterio, por descubrir el misterio que encierra la vida, y las aplicaciones vendrán después.

Eso es lo que aprendemos. El verdadero sentido de la palabra investigación primaria en un centro privilegiado, el Max Planck, donde a la gente se le paga por hacer lo que les gusta, sin pensar las aplicaciones, que a buen seguro, vendrán después. El amor hacia el la única y sola razón del puro saber.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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