Los descubrimientos de los españoles en América son más o menos conocidos, pero no lo son tanto los que lograron en el océano que había más allá: el Pacífico, denominado durante casi tres siglos ‘el lago español’. En este 2013 que se celebran los 500 años de su descubrimiento rescatamos del olvido las historias de aquellos hombres y mujeres que entregaron sus vidas al mayor de los océanos.
No es habitual bajar a la playa y meterse al agua con una armadura, un estandarte y acompañado de un notario y un sacerdote cantando el tedeum, pero Vasco Núñez de Balboa lo hizo el 29 de septiembre de 1513 para tomar posesión en nombre de la Corona de Castilla del que llamó Mar del Sur. Aquel aventurero del Renacimiento, con antecedentes de polizón y esposa indígena, acababa de descubrir el Pacífico.
Con este engañoso nombre lo bautizó poco después Fernando de Magallanes, cuya expedición acabaría dando la primera vuelta al mundo en 1522 al mando de Juan Sebastián Elcano. “España financia y organiza aquel primer viaje a través del Pacífico, y esto es lo realmente importante”, comenta a SINC el hispanista británico Hugh Thomas, consciente de que aquel viaje cambió el curso del comercio mundial. “Hubo que esperar casi 60 años –añade–, hasta que el corsario inglés Francis Drake circunnavegara por segunda vez la Tierra, lo que supuso todo un desafío para España”.
La expedición de Magallanes-Elcano inaugura los descubrimientos de muchas de las más de 20.000 islas que pueblan el Pacífico. El objetivo era llegar a las Molucas o islas de las especias –en disputa con los portugueses–, pero de camino encontraron otras que más tarde se conocerían como las Marianas, por la reina española Mariana de Austria.
La lista de islas y archipiélagos que conservan el nombre que les dieron los españoles es larga: Carolinas, por el rey Carlos II; Filipinas, en honor a Felipe II; Marquesas, por un marqués virrey de Perú; Nueva Guinea, porque sus habitantes les recordaron a los de la Guinea africana; las Galápagos, descubiertas por casualidad por el barco de un obispo; Juan Fernández, llamadas así por su descubridor; o Salomón, donde pensaron que estaban las minas del famoso rey y cuya isla más grande, Guadalcanal, se llama como un pueblo sevillano.
Incluso algunas teorías sugieren que el explorador Pedro Fernández de Quirós descubrió Australia. Seguramente no llegó, pero pensó que lo había hecho al desembarcar en 1606 en una isla a la que denominó Austrialia –por Austral y la casa de Austria– del Espíritu Santo. Lo que sí es verdad es que el segundo de aquella expedición, Luis Váez de Torres, atravesó el estrecho que hoy lleva su nombre, entre Australia y Nueva Guinea.
En uno de los diarios de Quirós queda constancia de lo duros que eran aquellos viajes, donde las tempestades, los enfrentamientos con los corsarios, la falta de alimentos y las enfermedades como el escorbuto –que hinchaban hasta sangrar las encías de los marineros– hacían estragos entre la tripulación: “Hubo un marinero que dijo que más valía morir una que muchas veces, que cerrasen los ojos y dejasen la nao ir al fondo del mar. Que ni Dios ni el rey obligaban a lo imposible”.
El profesor Pablo Emilio Pérez-Mallaina, catedrático de Historia de América en la Universidad de Sevilla ofrece más ejemplos: “Cerca de las Marianas había un lugar conocido como el ‘cementerio de doña María’, una noble que allí se suicidó al no poder suportar tantas penalidades. También existe el testimonio del capellán de un buque que ofició 92 funerales en 15 días. Y el caso más extremo fue el del galeón San José, que en 1657 llegó a México convertido en un barco fantasma, sin nadie vivo a bordo. Probablemente todos murieron de peste”.
Uno de los mayores problemas que tuvieron las primeras expediciones era que no podían volver por el Pacífico. Los vientos, las corrientes y las tempestades les arrastraban una y otra vez hacia el oeste. La primera gran expedición que intentó regresar a América fue la de García Jofre de Loaísa, muy bien dotada en 1522 por la Corona, pero que acabó en fracaso, como todas las que le siguieron durante más de 40 años. Parecía una maldición, que obsesionaba a los reyes en España y a los virreyes en América.
“Los españoles tuvieron el valor de navegar sabiendo que al regresar tendrían el viento en contra, lo que es muy aventurado, porque cuando uno hace esto nunca sabe cómo volverá a casa”, apunta Felipe Fernández-Armesto, historiador de la Universidad de Notre Dame (Francia).
Hubo que esperar hasta 1565, cuando en la flotilla de Miguel López de Legazpi a Filipinas se embarca el fraile Andrés de Urdaneta, un veterano navegante y cosmógrafo superviviente de la expedición de Loaísa. Urdaneta encontró el camino del ‘tornaviaje’ subiendo hacia el norte y aprovechando la corriente japonesa de Kuro-Shivo hasta alcanzar Acapulco, en México, el 8 de octubre de aquel año.
En realidad un desertor de la expedición, Alonso de Arellano, lo había conseguido casi tres meses antes con la ayuda de un piloto afroespañol. “Pero el fraile tenía un plan realista y perfectamente concebido, mientras que Arellano y sus hombres solo hicieron esa navegación a punta de milagros", aclara el historiador Amancio Landín en uno de sus libros.
Sea como fuere se acababa de abrir la vía que utilizaría durante 250 años el Galeón de Manila, una de las rutas marítimas comerciales más antiguas, largas y duraderas de la historia mundial. “Llevaba la plata desde México y traía la seda de Oriente: fue el verdadero príncipe del Pacífico”, dice Hugh Thomas, quien subraya cómo a partir de 1570 este océano se convierte en un auténtico ‘lago español’. Además el hispanista recuerda los planes de algunos nobles y prelados españoles para, desde Filipinas, conquistar la China de la dinastía Ming en la época de Felipe II: “¡Qué oportunidad perdida!”.
En cualquier caso los descubrimientos españoles en el Pacífico no se detuvieron. Hombres y mujeres, como Isabel Barreto de Castro –la primera almirante en la historia de la navegación española– surcaron sus aguas en busca de nuevas tierras, riquezas y prestigio, aunque también de aventuras. Navegar por el Mar del Sur, contactar por primera vez con tribus lejanas, explorar lugares que ningún otro europeo había pisado antes y, así, forjar historias y leyendas que han perdurado hasta nuestros días.
Una de ellas la protagonizó el capitán Gabriel de Castilla, que en 1603 zarpó desde Valparaiso (Chile) para, en principio, reprimir a los corsarios holandeses, pero que pudo acabar llegando nada menos que a la Antártida. Algunos documentos sugieren que así lo hizo y hoy una de las bases antárticas españolas lleva su nombre.
En el otro extremo del Pacífico, en las costas de Canadá y Alaska, también hubo expediciones españolas a partir del siglo XVIII, con capitanes como Juan Francisco de la Bodega y Quadra, hábil negociador con su homólogo británico George Vancouver, o Esteban José Martínez, que contactó por primera vez con la nación indígena de los haida y detectó el asentamiento de puestos rusos.
“Este encuentro pacífico –en los dos sentidos– entre españoles y rusos en las costas de Alaska es realmente interesante”, señala a SINC Salvador Bernabéu, profesor de investigación del CSIC, quien se lamenta del desconocimiento de nuestra historia en el Pacífico, “entre otras razones por la falta de temarios en los niveles primarios, la escasez de especialistas y la dejadez de gobiernos y embajadores, aunque tengo confianza en que poco a poco esto va a cambiar”.
En la Ilustración, la época de la razón y de los adelantos técnicos, se producen también las expediciones científicas. Una de las primeras la protagonizó el marino Jorge Juan. En 1734, todavía estudiando, se embarcó junto con Antonio de Ulloa, en una expedición francesa organizada por la Real Academia de Ciencias de París para medir en Ecuador el grado de achatamiento de la Tierra.
Aunque la gran expedición científica ilustrada es la de Alejandro Malaspina y su colega José de Bustamante y Guerra. Entre 1788 y 1794 cartografiaron muchas de las islas y costas pacíficas. Los naturalistas de su tripulación recogieron un inventario de 14.000 plantas y más de 500 especies animales (357 aves, 124 peces, 36 cuadrúpedos y 21 anfibios), además de efectuar investigaciones astronómicas y mediciones de la gravedad en lugares tan lejanos como Nueva Zelanda. Desgraciadamente las desavenencias con los políticos de entonces –Godoy–, impidieron difundir estos logros y Malaspina acabó preso en un castillo de La Coruña hasta 1802.
Precisamente desde esta ciudad partió al año siguiente la primera expedición humanitaria de la historia. La protagonizó el médico Francisco Javier Balmis, quien logró vacunar contra la viruela a miles de personas en América y las islas del Pacífico, aunque para transportar el virus tuviera que utilizar a 22 niños huérfanos. Fue el último gran viaje antes de la batalla de Trafalgar, en 1805, que marca la pérdida del poderío marítimo español.
Las expediciones se reducen al mínimo y solo una destaca a lo largo del siglo XIX: la Comisión Científica del Pacífico, al mando de Patricio María Paz. “Es un viaje romántico organizado en la época isabelina, entre 1862 y 1866, donde participaron importantes naturalistas que dejaron un legado de colecciones botánicas y zoológicas que han servido para estudios a lo largo del siglo XX”, destaca Miguel Ángel Puig-Samper, profesor de investigación del CSIC.
El investigador considera que desde entonces, una vez que España perdiera las Filipinas y la isla de Guam en 1898, no ha vuelto a haber otra gran expedición al Pacífico hasta la reciente Malaspina 2010. Este proyecto oceanográfico interdisciplinar tiene como objetivo valorar la biodiversidad y el impacto del cambio global. Su principal ‘tesoro’ es la colección recogida en el océano, que queda sellada hasta dentro de 30 años, cuando se reabrirá para analizar los cambios.
Las muestras se tomaron desde el buque Hespérides, que circunnavegó la Tierra en sentido contrario al que tomó la expedición Magallanes-Elcano. En su vuelta a España pasó por el Canal de Panamá, cuyas obras de ampliación también están lideradas por una empresa española –Sacyr– y que constituyen una de las mayores obras de ingeniería del mundo. Esta ‘superautopista de agua’ aumentará un 40% su capacidad de tránsito de mercancías en 2015, no muy lejos de donde Núñez de Balboa inauguró hace 500 años las exploraciones españolas en el Pacífico.
Exposiciones y seminarios por el aniversario del Pacífico
Hasta febrero de 2014 se pueden conocer valiosos documentos en la exposición Pacífico. España y la aventura de La Mar del Sur, organizada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a través del Archivo General de Indias de Sevilla y Acción Cultural Española. Por su parte, el Museo Naval y la Casa de América también invitan a visitar La exploración del Pacífico, 500 años de Historia. Los actos de ambas exposiciones han servido de ayuda para la elaboración de este reportaje, así como los ponentes del seminario El Océano Pacífico, conmemorando 500 años de su descubrimiento organizado por la Fundación Ramón Areces.