Aunque Filomena haya sido una nevada que no se había visto en años, en España otras borrascas también han azotado a numerosas poblaciones, desde la cornisa cantábrica a la costa mediterránea. Un vistazo a los documentos históricos refleja que hace décadas los vecinos también se ayudaban para despejar sus calles, la gestión de las basuras era un problema y el hielo dominaba aceras y calzadas varias jornadas.
La borrasca Filomena ha sido tan intensa como se temían los meteorólogos. En la ciudad de Madrid se llegaron a superan los 50 centímetros de espesor en algunas estaciones de medición, lo que la convierte en una de las mayores nevadas registradas en la capital en las últimas décadas.
Pero no es la única de esta virulencia que ha azotado a España. Si miramos los registros históricos, encontramos algunas incluso mayores, aunque no resulta fácil recopilarlas. “Sobre nevadas históricas hay infinidad de documentos y datos pero el principal problema es su dispersión. No hay, o al menos yo no conozco, un libro o monografía dedicado exclusivamente a ellas”, afirma a SINC José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored y consultor de la Organización Meteorológica Mundial en España.
La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) tiene un registro de efemérides en el que aparecen las más importantes. También en hemerotecas de periódicos y revistas, o en los archivos del NO-DO se pueden consultar muchas de ellas, como detalla el periodista Joaquim Elcacho en un artículo en La Vanguardia.
“Además de hemeroteca, hay registros tomados por AEMET y nivómetros que miden la profundidad y espesor de la capa de nieve, aguanieve y también del granizo, y que calculan la cantidad de agua precipitada de esta manera en un lugar concreto”, señala a SINC Mar Gómez, doctora en Físicas y responsable del área de meteorología de eltiempo.es.
En las efemérides de AEMET la primera nevada de importancia que aparece se remonta al 5 de enero de 1232 y se ubica en uno de los lugares más azotados también por Filomena, la localidad de Morella, en Castellón. Según este registro, el rey Jaime I “pasa el río Bergantes, en Morella, en medio de una gran nevada”.
“Las nevadas que se citan en las efemérides de AEMET hasta finales del siglo XIX no son representativas de las precipitaciones de nieve intensas que se han registrado en España, sino que solamente se incluyen porque hay testimonios históricos, crónicas o registros de diversas instituciones”, dice a SINC Manuel Palomares, de AEMET.
La consulta de documentos históricos revela similitudes entre esta última borrasca con otras del siglo pasado, como la ayuda vecinal para despejar las calles de nieve, la imposibilidad de circulación de vehículos como tranvías o carruajes, las heladas posteriores, la falta de medios y el aislamiento de algunas zonas. A continuación destacamos algunas de las nevadas más representativas de los últimos tiempos, ya sea por la intensidad de la precipitación o por la zona poco usual en la que se produjeron.
La ‘nevadona’ de los tres ochos es como llaman en Asturias y Cantabria a la espectacular sucesión de nevadas que tuvo lugar entre mediados de febrero y mediados de marzo de 1888 en la cornisa cantábrica. Lo recoge Viñas en su libro Conocer la meteorología (2019), donde relata que murieron muchas personas por avalanchas y por el hundimiento de sus casas debido al peso de la nieve. También fallecieron vacas, ovejas, caballos y todo tipo de ganado que no pudo soportar las gélidas temperaturas y los destrozos de los establos.
Llegaron a acumularse varios metros de nieve en algunas localidades. “Cuatro o cinco metros enterraron localidades como Sotres o Bulnes el 29 de febrero de 1888”, indica Gómez. En el puerto de Pajares quedaron arrasados caseríos enteros. “Las nevadas fueron copiosas y, además, acompañadas de bajas temperaturas y fuertes vientos que provocaron importantes ventisqueros en muchas zonas, sobre todo de montaña”, añade la meteoróloga.
Fotografía de las nevadas de 1888 tomada en Reinosa (Cantabria) que aparece en la investigación de Cristina García-Hernández. / Ayuntamiento de Reinosa.
Cantabria y Asturias estuvieron incomunicadas con la meseta durante 12 días, ya que las precipitaciones taparon las bocas de los túneles del ferrocarril. La causa está, según narra Viñas en su libro, en la persistencia de un flujo muy marcado del norte, con un alto contenido de humedad sobre el Cantábrico que resultó clave para la sucesión de esas grandes nevadas, intercaladas por breves períodos de calma en los que la nieve daba paso a fuertes heladas.
Uno de los duros testimonios desde Carreña (Asturias) lo reproduce José Manuel Puente en un artículo de la Revista del Aficionado de la Meteorología: “Aquí todo está sepultado por la nieve, se agotaron completamente los recursos y alimentos para hombres y ganados, que los ganados que no perecieron perecerán en toda su totalidad, que un carro que venía con víveres para este Concejo no pudo llegar y viose obligado a retroceder en dirección a Onís a donde tampoco le fue posible poder llegar (…) De seguir así la muerte de muchas personas será cierta y el ganado todo perecerá. El hambre aprieta ya en la morada del pobre”.
Los apoyos entre los vecinos fueron clave para salvar muchas situaciones. En un estudio publicado en Investigaciones Geográficas, Cristina García-Hernández resalta la mala gestión de la crisis por parte de las autoridades asturianas, que centraron sus esfuerzos en aliviar la situación de incomunicación con el exterior de la región y ofrecieron ayudas económicas insuficientes.
“En las áreas de montaña, sin embargo, rasgos como la cultura del trabajo comunal y la solidaridad vecinal evidenciaron su utilidad desde el punto de vista organizacional, mostrándose como el mecanismo paliativo más eficiente, única respuesta inmediata ante el desastre, capaz de llegar a la totalidad del territorio afectado”, resalta la geógrafa.
Portada de la revista Nuevo Mundo del 1 de diciembre de 1904 digitalizada por la BNE. / BNE.
Uno de los diarios españoles más longevos, el ABC, recuerda el temporal que azotó Madrid a principios del siglo XX. El 29 de noviembre de 1904 empezó a nevar sobre la ciudad y no paró hasta 32 horas después. “Según los cronistas, la capa blanca alcanzó los 72 centímetros de espesor en la calle Leganitos y más de un metro en el paseo de Recoletos”, destaca el periódico.
Como ha ocurrido con Filomena, el temporal paralizó la vida de la ciudad. Los -9 ºC que se registraron obligaron a cerrar teatros y a interrumpir el servicio telefónico. Tampoco hubo abastecimiento para los mercados y ni el ferrocarril, carruajes, ni tranvías podían abrirse paso entre tanta nieve.
En un artículo de Meteored, Viñas se refiere a uno de los testimonios de la época, publicado en El Imparcial: “El aspecto de la población es triste y desolado. Casi solitarias las vías, cerradas muchas tiendas, poco concurridos los cafés, suspendidas ayer las funciones teatrales, interrumpida la comunicación telefónica, encerrados en sus casas la mayor parte de los vecinos... Madrid comienza el último mes del año como un pueblo muerto y enterrado bajo inmensos bloques de mármol”.
El meteorólogo explica cómo el origen estuvo en una profunda borrasca atlántica que, desde Madeira, se fue acercando al Golfo de Cádiz, para después cruzar la zona del Estrecho y adentrarse en la península. Esta borrasca inyectó aire cargado de humedad y se encontró con aire frío de origen polar que, los días previos a la nevada, se había instalado en la península.
La Biblioteca Nacional de España (BNE) ha publicado un artículo en su blog sobre esta nevada con testimonios, crónicas e imágenes de esos días. Un extracto, aparecido en el diario Época, dice lo siguiente: “En una casa de los Cuatro Caminos la nieve ha obstruido la entrada, impidiendo que los vecinos puedan salir a la calle. Los vecinos adquieren los comestibles por medio de cuerdas que echan desde los balcones y a la que ata los pedidos un dependiente de una tienda de ultramarinos”.
Hoy en el #BlogBNE os hablamos del temporal de 1904: La gran nevada de ese año alcanzó un grosor de casi 75 centímetros https://t.co/m0spVTrCpz pic.twitter.com/Ntx7hzSQGn
— Biblioteca Nacional de España (@BNE_biblioteca) January 13, 2021
La gran nevada de 1926 en el Levante
Si es raro ver la ciudad de Madrid nevada también lo es cuando esta precipitación deja un manto blanco en la costa mediterránea. “Entre el 25 y 27 de diciembre de 1926 muchos alicantinos vivieron una auténtica Navidad blanca ya que esa misma noche empezaron a caer grandes copos en algunas localidades del interior de la provincia”, cuenta Gómez.
Portada de 'La Gaceta de Levante' del 29 de diciembre de 1926, extraída del estudio de Jorge Olcina y Enrique Moltó.
La meteoróloga afirma que los ingredientes para fabricar nieve eran perfectos: una entrada de viento húmedo de levante en superficie desde el Mediterráneo hacia el sudeste peninsular y una inyección de aire más frío en altura impulsada por un fuerte anticiclón ubicado sobre las islas Británicas.
“La nieve llegó a cuajar en otras ciudades costeras del sudeste como Almería, Torrevieja, Cartagena, Málaga e incluso Sanlúcar de Barrameda”, enumera Gómez. En un estudio sobre las repercusiones que tuvo la nevada en las montañas de Alcoy realizado por Jorge Olcina y Enrique Moltó, los investigadores reproducen un bando sobre basuras hecho público el 12 de enero de 1927, es decir, 16 días después de la nevada.
“Se hace un Ilamamiento al vecindario para evitar que transcurridas las excepcionales circunstancias que a ello dieron lugar, se depositen las basuras sobre la nieve, so pena de multa de 75 pesetas. Se hace observar en el bando que los encargados de recoger las basuras Ilamarán en todas aquellas bocacalles, aun en aquellas en donde no tengan acceso los carros de la limpieza pública”, avisaba el bando de Alcoy.
En blanco y negro, fotogramas del NO-DO del 7 de enero de 1963 sobre la nevada de Barcelona. A color, la Plaça Catalunya de Barcelona, durante la nevada de 1962. / Daniel Julià Lundgren.
La noche de Navidad de 1962 no la habrán olvidado muchos barceloneses. Como refleja AEMET, cayó una fuerte nevada en la capital catalana y en sus alrededores que duró tres días, alcanzó hasta 46 centímetros de espesor y se pudo incluso esquiar en la calle Balmes, una larga avenida que atraviesa los distritos de Sarrià-Sant Gervasi, Gràcia y el Eixample.
Coincidiendo con su 50º aniversario, El Periódico publicó un especial que rememoraba un evento tan inusual para Barcelona. “La ciudad no estaba preparada para aquella nevada tan importante y la posterior helada. No tenía quitanieves y se tardó en tomar medidas. Ha quedado en la memoria que conviene reaccionar con rapidez, aunque sea Navidad”, recordaba el periodista Josep María Cadena, que tenía 27 años cuando ocurrió.
Ni tranvías, ni autobuses, ni coches, ni taxis. El aeropuerto del Prat estuvo cerrado durante cuatro días y la capital necesitó hasta un mes para recuperarse. “Recuerdo que la gente subía a los terrados y tiraba el hielo a la calle, lo que se acabó prohibiendo por las abolladuras de los coches aparcados y prisioneros de la nevada”, relataba el periodista.
En cuanto a las temperaturas, las zonas afectadas por la nevada registraron valores por debajo de los 0 ºC. En algunos puntos del litoral central la temperatura mínima llegó a -5 ºC y en la llanura del Vallès se alcanzó una mínima de -10 ºC en muchos puntos. El NO-DO la describió como “la mayor nevada del siglo en Barcelona”.
Una máquina quita nieve en una calle de Burgos tras la nevada del 26 de diciembre de 2004. / Tnarik Innael
Aunque esta nevada es más reciente, la incluimos por su espectacular intensidad. También en navidades, el 26 de diciembre de 2004, la nieve colapsó la provincia burgalesa y dejó un fallecido por accidente de tráfico. Más de 6.000 personas tuvieron que dormir en polideportivos.
La meteoróloga Gómez recuerda que, aunque Burgos ha visto grandes nevadas a lo largo de su historia, esta fue de las mayores que se han documentado. “El espesor en diferentes zonas de la ciudad osciló entre 50-60 centímetros con ventisqueros de 70 centímetros. La gran nevada obligó a cerrar una de las carreteras más transitadas de España, la A1, dejando atrapadas a miles de personas”, describe.
Las condiciones atmosféricas ese día eran las idóneas para que se produjeran estas intensas precipitaciones en forma de nieve: viento del norte-noroeste, lo que implica aire frío, pero también un considerable volumen de vapor de agua en el aire al tener recorrido marítimo relativamente cercano a la zona afectada, como explica Gómez. Además, las temperaturas en superficie estaban por debajo de los 0 ºC.
La cantidad de nieve caída tardó varios días en desaparecer y mantuvo completamente aislados a seis municipios de la provincia días después de la tormenta. Como ha ocurrido con Filomena, también tuvo que intervenir personal militar para ayudar a los conductores atrapados en las carreteras.
En los registros históricos es habitual encontrar expresiones como “cinco palmos de nieve” o “media vara”. ¿Cómo se medía la nieve hace siglos? “Antiguamente la base de las unidades de medida era el cuerpo humano, con pies, brazas, codos o palmos, o también elementos de medida como cañas, varas o cordeles”, comenta Gómez.
Otras referencias que se tomaban eran la altura de una persona o hasta lo que medía la puerta de la iglesia. “Estas medidas antiguas hay que cogerlas con “pinzas” ya que los seres humanos tendemos a ser exagerados cuando algo nos impacta y emociona, como es el caso de una gran nevada”, alega Viñas.
Tuvieron que pasar siglos para llegar a un sistema universal de medida con es el métrico decimal y, aunque se propuso a finales del siglo XVIII, Gómez destaca que su uso más generalizado no llegó hasta finales del siglo XIX y XX a nuestro país.
“El espesor es una medida que puede cambiar en muy pocas horas. En los observatorios se mide a las horas oficiales de observación, antes de que la nieve empiece a fundirse, helarse o aplastarse”, sostiene Palomares.