Los investigadores en el campo de los estudios literarios funcionan con metodología científica. Sus logros deben considerarse aportaciones para la ciencia. Si alguien hoy lo pone en tela de juicio, es por desconocimiento.
La herencia positivista de los dos siglos anteriores unida a una ya larga tradición investigadora, y a un apoyo razonable en estos últimos años por parte de las instituciones educativas a tal tipo de investigación, todo ello, sumado a la existencia de buenos equipos de investigación e investigadores, lleva a suponer que el panorama que ofrece la investigación en este campo en nuestro país es altamente satisfactorio. Es cierto que hemos llegado a la cumbre, como demostraré; pero esa excelencia no lleva a que la recepción de las novedades de tal investigación sea la adecuada.
Una decadencia anunciada
En las Universidades del Estado español, los estudios de Filología Hispánica están en plena decadencia; con la nueva reestructuración de las licenciaturas a la que obliga la convergencia europea, se va a suprimir la licenciatura en Lengua y Literatura españolas en varias de ellas; y en las demás, el declive es manifiesto por el acusado descenso del número de alumnado.
¿Qué ha sucedido para que en unos pocos años se haya dado un cambio tan brusco? No hace mucho tiempo se exigía una nota alta en los exámenes de selectividad a los estudiantes que querían elegir la carrera de Filología Hispánica; ahora no sólo no se exige nota alguna, sino que quedan muchas plazas vacías. ¿Es sólo un desinterés general por las Humanidades como se viene pregonando?
La razón no está en un repentino cambio de apetencias entre los jóvenes, sino en la supresión de una pieza, que es la que está dando al traste con los estudios literarios, con la edición de textos y con la misma capacidad lectora de los niños españoles. Un estadio educativo está unido estrechamente a los otros: no se puede observar qué está sucediendo en la etapa universitaria sin ver qué ha ocurrido en la educación secundaria. Y ahí está la causa de esta lamentable decadencia: la ausencia de la literatura como materia obligatoria en la etapa educativa más amplia.
Se ha suprimido por completo la enseñanza de la historia de la literatura; en la ESO sólo hay una materia que se llama “Lengua y literatura”, en donde lo literario va al remolque de la lengua, y ambas materias fundidas quedan relegadas a una escasa franja horaria. No hay tiempo para que se lean las obras de nuestra riquísima literatura, que tampoco son materia de examen en la prueba de acceso a la Universidad. No es raro que la capacidad lectora de los estudiantes españoles haya suspendido en el informe PISA, porque si no leen textos literarios, no pueden entender ni esas obras ni ningún texto, porque sólo leyendo se desarrolla la capacidad lectora, y con ella la comprensión de lo escrito.
Como el alumnado de ese estadio educativo esencial no lee obras literarias, han desaparecido casi las ventas de estos textos, de tal manera que ya no es rentable para editorial alguna tener una colección de clásicos (y utilizo el término “clásico” en sentido amplio incluyendo en él a los autores que forman parte ya de la historia de la literatura). Las editoriales que llevaban a cabo tal labor están pasando a manos de grandes grupos editoriales, cuyos objetivos son otros, y las colecciones de clásicos están desapareciendo.
¿Dónde se va a publicar, en un futuro inmediato, una edición de un clásico poco conocido, o incluso un estudio de uno de los clásicos del canon establecido? En ninguna parte, o tal vez en editoriales universitarias sin distribución comercial o en publicaciones subvencionadas con dinero público, siempre que el escritor o la obra se considere de interés local. Por esta razón hablaba de la cumbre alcanzada en los estudios literarios, de la que se está descendiendo ya. En un breve plazo de tiempo, ni habrá apenas licenciados, ni se leerán tesis doctorales (ya no hay casi estudiantes españoles de Doctorado), ni se publicarán ensayos sobre asuntos literarios ni se harán ediciones, porque no habrá medio alguno para publicar las pocas investigaciones que se lleven a cabo.
¿Es, pues, una falta de interés de la sociedad hacia los estudios literarios o es el derrumbe causado por la supresión de una pieza esencial de la educación básica que se hizo sin meditar las consecuencias? Si los puestos de trabajo en ese nivel se han reducido considerablemente porque así lo han hecho las horas de docencia de las dos materias (de la literatura fundida con la lengua), ¿es un fenómeno incomprensible la reducción del alumnado de tales licenciaturas o es sólo una consecuencia lógica?
Suprimir la lectura de las obras literarias ha llevado a esta catástrofe actual que se manifiesta en la decadencia absoluta de la licenciatura de Filología Hispánica en todo el país, y, por consiguiente, en el futuro descenso en picado de la investigación en ese campo. Ni habrá investigadores ni tendrán donde publicar.
La sacralización de la historia de la literatura
¿Cómo se divulgan los resultados de las investigaciones en el campo de la historia literaria? Por los mismos cauces que en otros ámbitos: en los congresos que organizan las asociaciones de hispanística literaria, en los ensayos que ven la luz en las revistas especializadas o en forma de libros. ¿Qué repercusión tienen esas investigaciones? Si en algún caso el estudio lleva a la rectificación de algo mal conocido de la historia de la literatura o a la precisión de algo antes confuso, ¿qué discusión provoca la investigación que demuestra que todo lo que figura en las historias de la literatura no es inamovible?
Si supone algún borrón en lo sacralizado, alguna rectificación de bulto, alguna pequeña revolución, se suele mirar hacia otra parte y callar, se suele esperar a que el tiempo, que todo lo cura, eche paletadas de olvido sobre esa disidencia sospechosa sencillamente por serlo. Cualquier hipótesis en una investigación parece implicar un desconocimiento en este ámbito, porque se sabe muy bien lo que está escrito y recopilado en la historia de la creación literaria, y lo que está escrito no puede modificarse. Si las hipótesis con pruebas respetables hacen avanzar la ciencia, no sucede lo mismo en el campo de la historia de la literatura. ¿Será tal vez porque el concepto “ciencia” tiene otro matiz en tal ámbito?
Quizá esa decadencia anunciada y ya presente en sus primeras manifestaciones justificará la falta de discusión ante una investigación que supone un cambio revolucionario, un avance científico: el silencio será cada vez más manifiesto, y la reducción de esa parcela, esencial para la cultura de nuestro país –de cualquier país–, también.
Rosa Navarro Durán (Figueras, Girona, 1947) es especialista en literatura española de la Edad de Oro. Entre sus ediciones de texto destacan las del anónimo Libro de las suertes (CSIC,1986), las Obras de Luis Carrillo y Sotomayor (Castalia, 1990), la Poesía de Francisco de Aldana (Planeta, 1994), el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma (Cátedra, 1992) y el Diálogo de Mercurio y Carón (Cátedra, 1999) de Alfonso de Valdés, las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes (Alianza Editorial, 1995; 2ª edición revisada, 2005), La dama boba y El perro del hortelano (Hermes, 2001) y La famosa tragicomedia de Peribáñez y el Comendador de Ocaña de Lope de Vega (Biblioteca Nueva, 2002); La vida de Lazarillo de Tormes de Alfonso de Valdés (Alfonsípolis, 2003, 2ª ed. 2006; y Biblioteca Castro, 2004); La vida del Buscón (Edebé, 2008). Ha editado cuatro volúmenes de Novela picaresca (Biblioteca Castro, 2004, 2005, 2007 y 2008).