Todavía se sigue sorprendiendo de que le paguen por viajar, porque Antonio G. Valdecasas disfruta enormemente con su oficio. Por eso no es siempre fácil distinguir entre sus vacaciones y su trabajo como investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Recuerda con emoción las expediciones a la isla de Coiba, en Panamá, con un 75% de territorio virgen gracias a que era una colonia penal.
“Un alacrán le pide a un rana que si le ayuda a cruzar a la otra orilla. La rana le dice que no, por temor a que le pique. Pero el alacrán insiste y cuando van por la mitad del río, le pega un picotazo y se excusa ante la rana diciendo: es mi carácter”.
Con esta fábula de Esopo Antonio G. Valdecasas biólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid explica el modo especial de vida de muchos naturalistas cuando están de trabajo. “Te tomas una tarde de respiro en medio de una expedición y sin querer terminas haciendo lo mismo que venías haciendo hasta ese momento. Debe ser también una cuestión de carácter”.
Entre sus viajes, Valdecasas recuerda con especial agradecimiento al ya fallecido director del Real Jardín Botánico de Madrid, Santiago Castroviejo, y la sucesivas expediciones que organizó a la isla de Coiba en el Pacífico de Panamá, isla donde se iba a establecer una estación biológica.
“Se trata de una isla muy interesante desde el punto de vista botánico y zoológico, ya que, en aquel tiempo contaba con un 75% del territorio virgen, pura selva primaria”, cuenta Valdecasas. “Y eso era así porque desde 1910 era una colonia penal en la que, cuando nosotros fuimos por primera vez, había alrededor de 1.300 presos en campamentos distribuidos a lo largo de la costa. Que fuera una colonia penal ahuyentaba a posibles colonos y favorecía su conservación”.
Cuenta que un preso de confianza era el cocinero de la estación. “Entrábamos a la isla con alimentos para dos o tres semanas, pero rápidamente desaparecía la carne y las cervezas. Tu dieta terminaba siendo arroz y lo que se pescara cada día,” explica entre risas.
Durante una expedición larga, es necesario tomarse unas horas libres en algún momento, por salud mental y física. “Una vez, cruzamos a la costa, a un paraje donde había un pequeño pueblito, y antes de entrar ya habíamos salido de él. Así que terminamos mirando la fauna de un arroyo cercano, que es donde está tomada la foto”.
Valdecasas está en contra de la distorsión ‘aventurera’ de las expediciones. “Cualquier expedición que merezca llevar ese nombre requiere una organización meticulosa, mucha disciplina mental y física y bastante dedicación. En la selva no se ficha a las tres. Por eso es necesario hacer pequeños paréntesis de vez en cuando, aunque solo sea para poder rascarse a gusto las picaduras de la chitra (insecto) y las coloradillas (ácaros)”.