Desde las dictaduras árabes hasta las democracias europeas, varios han sido los gobiernos que se han sometido en los últimos meses a una crítica vigorosa: la de sus propios ciudadanos. En medio de la crisis global, la insatisfacción hacia los sistemas políticos ha desembocado en innovadoras fórmulas de expresión y reacción no violenta. Tres especialistas en sociología de los movimientos sociales han desgranado para SINC las claves de estas protestas.
Las sociedades de la era neoliberal entraron hace años en un período de grandes turbulencias económico-políticas y malestares sociales. A ellos se añadió la crisis iniciada en 2007, económica y sistémica, que ha puesto de relieve la insoslayable necesidad de encontrar nuevos caminos e instituciones –distintas de los partidos y entidades tradicionales– para solucionar los problemas reales de la ciudadanía; y la respuesta más inmediata ha sido la aparición de vigorosos movimientos ciudadanos.
Hace menos de un año (El País, 7.07.2010, p. 27), después de constatar la reacción moderada de la población ante esa crisis de 2007, pronosticábamos un cambio de tendencia. Ya Barrington Moore, experto conocedor del conflicto social, advirtió que la propia lógica de la dominación de unos grupos humanos por otros explica que los primeros la den por supuesta.
Aunque “la ausencia de objeción abierta no significa que la aceptación de las desigualdades” sea voluntaria, al contrario, se puede siempre percibir en las actitudes populares una corriente soterrada de resistencia que, dadas ciertas condiciones, estalla. En la época reciente, el cambio de tendencia y el estallido se han iniciado en 2011 con las revueltas cívicas en Túnez y Egipto y la ‘Spanish revolution’ del Movimiento 15-M, ambas formas innovadoras de respuesta que buscan caminos nuevos.
Responden a distintos conflictos políticos
Son, por supuesto, fenómenos de protesta fundamentalmente diferentes. Las revueltas árabes son la punta de lanza de una presión desde abajo para democratizar esas sociedades, revoluciones democráticas que previsiblemente buscarán implantar un sistema político liberalizado que responda a las ansias de justicia social de la población.
En el caso español, el movimiento parece combinar trazos no desdeñables de anti-política, en algunos aspectos similar a la que surgió en los países postcomunistas después de 1989, con, sobre todo, una determinación por acabar con las formas inaceptables que se han instalado en las infrademocracias occidentales y que tanto la “guerra contra el terror” de Bush como la gestión de la crisis financiera y económica desde 2007 han llevado al límite y puesto a la vista del público.
En esta coyuntura histórica de crisis, el Estado se confunde con el mercado, mientras la sociedad civil contempla estupefacta cómo cobra cuerpo el dictum de Thatcher: “la sociedad no existe”.
Pero los procesos árabes recientes y el movimiento 15-M comparten también cosas importantes. Ambos responden a un resorte profundo de indignación, la 'economía moral' de Edward Thompson, que estalla cuando un determinado régimen político y social traspasa las líneas fundamentales (establecidas culturalmente) de aquello vivido como incompatible con la justicia social básica, la que garantiza un contrato social elemental en sociedades divididas en clases. Ambos expresan también los efectos de la crisis global sobre sectores y regiones especialmente desprotegidos.
Las subidas de los precios de los alimentos básicos (en 2008 y 2010) y la cancelación de ayudas y subsidios por la “liberalización” económica de los últimos años, en el Norte de África, y el plan de austeridad ordenado desde el núcleo duro de la UE en el caso español, han actuado como desencadenantes últimos de la indignación popular.
Finalmente, ambos casos han importado, por un proceso de difusión, las formas de la eficiente protesta masiva y directa pero no violenta que provocó, por ejemplo, la parálisis del régimen gaullista en 1968 y del régimen estalinista en las calles de Leipzig en noviembre de 1989. Y esto nos lleva a su característica distintiva de movimientos ciudadanos. Un movimiento ciudadano se autoimpulsa desde la sociedad civil y actúa al margen de la institucionalidad política con la vocación de constituirse en actor en la esfera pública. La condición básica que lo activa es que esa estructura institucional se niega a procesar por inaceptables ciertas demandas de la población.
Muchas crisis planetarias, pocos caminos
Contemporáneamente, exhibe varias innovaciones: articula acciones de masas autoorganizadas mediante vínculos organizativos débiles; representa a los que carecen de voz (numerosos sectores no representados de las clases populares); se comporta de manera espasmódica (aparece y desaparece de la calle y de la esfera pública, careciendo por ello de portavoces estables y liderazgo claro); e introduce elementos de moralidad política que se han ido desprendiendo de las democracias. En parte, la huelga general española de 1988 ya exhibió estas características; también los movimientos franceses de 1995 (contra la globalización neoliberal) y 2006 (contra el contrato de primer empleo), así como en las protestas globales contra la Guerra de Irak de 2003.
Los miembros de estos movimientos ciudadanos comparten –parafraseando a Frank Parkin– las causas profundas de la protesta: no reconocen espacio donde acomodarse ni horizontes a los que aspirar y están, por tanto, aprendiendo a despojarse de los gestos de deferencia que les exige la misma élite global que ha consentido la desintegración de sus oportunidades vitales y que no puede ocultar ya el carácter cleptocrático e irracional de su dominio (véase la película Inside job).
Se reconfiguran por 'compactación' de clases: las bajas, más afectadas por la gestión de la crisis y 'perdedoras' de la globalización; la subclase de los menores de 25 años condenados o al trabajo precarizado o al paro estructural; pero también las clases medias atemorizadas por su hundimiento en la proletarización (como ya se vio en el movimiento ciudadano de la Argentina de 2001).
Estos movimientos expresan que hay pocos caminos para revertir las (muchas) crisis planetarias que concurren: económico-financiera, poblacional, de sostenibilidad, de hiperdesigualdades, de retroceso de los limitados avances democráticos conseguidos, etc. Y, en esta coyuntura, aparecen como un actor político nuevo que pretende revitalizar las sociedades civiles desde abajo y forzar un cambio de rumbo.
Tal vez en 1968 se inició el recorrido no violento de un largo camino para deshacer el hilo que une la dominación y el privilegio con la subordinación. Los vehículos tradicionales, en forma de partidos de izquierda y progresistas, sindicatos y mayorías electorales, ya no sirven para esto y tendrán que ir a remolque o reinventarse. Por ahora son Tahrir, Sol, Catalunya y una ya larga lista de plazas públicas las que acuden al rescate.
*Salvador Aguilar y María Trinidad Bretones son profesores de la Universidad de Barcelona y miembros del Observatorio del Conflicto Social. Jaime Pastor es profesor en la UNED. Los tres participan como promotores en la constitución del Instituto de Ciencia Social Crítica (monthlyreview.editores@gmail.com). El texto es una breve síntesis divulgativa que deriva de la labor investigadora reciente de los autores.
Referencias bibliográficas del artículo
Peter Burnell y Peter Calvert (eds.). (2004) Civil society in democratization. Frank Cass, Londres.
Barrington Moore. (1978) Injustice. The social bases of obedience and revolt. Sharpe, Nueva York.
Frank Parkin. (1971) Class inequality and political order. Holt, Rinehart and Winston, Nueva York.
Edward P. Thompson (1971). "The moral economy of the English crowd in the Eighteenth century", Past and Present 50, February 1971, pp. 76-136.