Para formar parte del mundo, la ciudadanía ha de saber sobre genética, tecnologías de la información, cambio climático y tantos y tantos otros asuntos.
“No os extrañe, amigos míos, que ponga el empeño de popularizar la Ciencia aún por encima de mi labor universitaria; la necesidad impone en España esta preferencia, que a muchos podrá parecer un sacrilegio”. Estas palabras están en el prólogo de una obra de divulgación científica escrita en 1896 por Odón de Buen, entonces catedrático de Ciencias Naturales en la Universidad de Barcelona.
El mismo De Buen, diez años antes, escribía en el semanario Las dominicales del libre pensamiento artículos bajo el epígrafe de Crónica científica. Se quejaba amargamente de la escasa cultura científica de los españoles con estas palabras: “Viva la Ciencia separada del pueblo, y estará a merced de los gobernantes, como el destino público de la más baja estofa”. Y ahí seguimos.
Según la encuesta sobre ciencia y divulgación hecha por la Fecyt, casi la mitad de la población española considera que su educación científica es baja, y, según otro trabajo de investigación, más del 40% de los españoles no puede identificar a ningún científico particularmente destacado: los españoles reconocen débilmente a grandes científicos nacionales como a Santiago Ramón y Cajal, mencionado por un 5%, y Severo Ochoa por un exiguo 2,5%. De Odón de Buen, ni hablamos.
Pero ese desconocimiento se compensa con el interés demostrado, tal y como se recoge en una investigación encargada por la Fundación BBVA, el Estudio Internacional de Cultura Científica, sobre una encuesta hecha a 1.500 personas en cada uno de los 11 países participantes, 10 europeos, entre ellos el nuestro, más Estados Unidos.
Este estudio muestra que “los ciudadanos europeos se sienten más interesados que informados en los temas científicos: el nivel de interés declarado por las noticias relacionadas con los temas científicos tiende a ser medio-alto, con una media de 6 en Estados Unidos y 5,6 en Europa en una escala de 0 a 10. Sin embargo, ese interés no se traduce automáticamente en un nivel de información similar. En general, siempre hay una diferencia entre el nivel de interés declarado y el de información. Esta distancia se observa en casi todos los países, y es aún más marcada en España: si bien la media de interés es muy similar a la media europea (de 5,7 en una escala de 0 a 10), es más baja (media de 4,7) en la escala de información que declaran tener”.
Es decir, los españoles tienen tanto interés como el resto de europeos pero se sienten peor informados, lo que probablemente es una buena noticia. Y creo que esa diferencia es una buena noticia porque refleja una incomodidad y anhela una mejoría. Y la mejoría la tenemos en casa y este agencia de información científica que cumple este mes cinco años es una buena prueba de ello.
¿Poca ciencia o poco reconocimiento?
Llevamos mucho tiempo, digamos varias vidas, con la polémica de la ciencia española, si llegó a ser o no o como era, si la laguna es solo científica o se da en otros campos. Cajal decía que al carro de España siempre le faltó la rueda de la ciencia. Ha habido arte, cualquiera de las siete, quizá sobresaliendo pintura y literatura; pero se dice que ha habido menos ciencias.
No está claro si ha habido menos ciencia o menos reconocimiento de esa ciencia, porque Cajal no hubiera podido hacer lo que hizo si no se hubieran dado un cúmulo de circunstancias, entre ellas el que tuviera de quien aprender.
Y lo mismo las lumbreras que iluminaban durante la edad de planta de la cultura, el primer tercio del siglo XX, cuando en prácticamente todas las disciplinas científicas, incluida la oceanografía de Odón de Buen, había investigadores de primer nivel, incluso en el terreno institucional, pues no en vano creó uno de los primeros centros de gestión de la investigación oceanográfica aplicada a los recursos pesqueros del mundo, ya en 1914, por no hablar de la Junta de Ampliación de Estudios, de 1907.
Quizá el hecho verdaderamente diferenciador fuera la Guerra Civil y la dictadura con sus terribles consecuencias de aislamiento, también científico, incluso para el reconocimiento. Y, en este asunto de la divulgación, lo mismo. Ha habido interés y ha habido respuestas, aunque quizá no tanto como nos hubiera gustado. Y las hay aún, como lo muestra esta misma agencia o las revistas científicas que están en los quiscos, entre las más buscadas en la encuesta mensual que supone ir a comprar una publicación.
Pero lo que sí ha cambiado es la velocidad. Es un lugar común señalar que hoy hay más científicos en activo de los que ha habido a la largo de toda la historia, lo que sin duda multiplica el conocimiento. Y no es que sean más listos, es que tienen mejores herramientas y están, sobre todo, mucho mejor comunicados, lo que hace que la adquisición de conocimiento sea cada vez más rápida.
Si, según una definición clásica, un científico es alguien que trabaja para dejar atrasado su trabajo, parece que últimamente se están dando mucha maña, lo que nos obliga a todos, para saber qué está pasando, a hacer un mayor esfuerzo para informarnos.
Y debemos hacerlo, porque de lo que no hay duda es que una sociedad ignorante tiene menos incentivos intelectuales para salir de su ignorancia. Y, siguiendo con este razonamiento, para tener una democracia de calidad es necesario que los ciudadanos tengan al menos una mínima formación cultural, y la ciencia, qué duda cabe, ha de ocupar su lugar dentro de la cultura.
El mundo está hoy gobernado por decisiones tomadas articulando debates en torno al conocimiento experto, y una parte relevante de la población no se puede quedar al margen de estos debates por incomparecencia, por desconocimiento, por incapacidad para comprender de qué se está hablando o qué implicaciones puede tener cada decisión. Hoy, para formar parte del mundo, la ciudadanía ha de saber sobre genética, tecnologías de la información, cambio climático y tantos y tantos otros asuntos. Y si queremos una sociedad madura, ha de tener las palabras, los conocimientos, la capacidad de entender.
Saber los nombres de las cosas
Puesto que nuestra vida está hoy más ‘tecnologizada’ que nunca en la historia, tenemos que saber los nombres de las cosas, tenemos que tener los conocimientos científicos y tecnológicos porque forman parte de la manera en la que estamos hoy en el mundo.
Una sociedad, por cierto, en la que al mismo tiempo que el conocimiento llega más lejos y más rápido, las falsas ciencias, en sus diversas manifestaciones de echadores de cartas, brujos de toda ralea, homeópatas y caraduras y estafadores de todo tipo abundan y son también más evidentes. Frente a estos dislates, recurro otra vez a Odón de Buen, quien dijo, en 1908, que "la educación es la quinina que destruye en la sangre los glóbulos negros dejados por siglos de intolerancia y fanatismo religioso".
Para alcanzar ese conocimiento, esa capacidad de entender de qué se habla cuando se está hablando de terapia génica, de predicción de terremotos, de calentamiento global o de cualquiera de los mil asuntos que hoy nos preocupan, la información científica de calidad es una herramienta básica que es necesario poner a disposición de la ciudadanía.
Por eso, también por eso, felicidades a la extraordinaria iniciativa de SINC, la primera agencia pública de ámbito estatal especializada en información sobre ciencia, tecnología e innovación en español. Para el tango, 20 años no era nada. En ciencia, cinco años es un mundo. En divulgación de la ciencia, mantener todo ese tiempo una agencia es un logro por el que debemos, más que felicitar a la agencia SINC y a su gente, felicitarnos a nosotros mismos.
Termino con otra cita de Odón De Buen, contundente y que podría resumirse en tres palabras: ciencia o barbarie: “Pónganse las trabas que se quiera, siempre resulta triunfante la soberanía popular; aun los césares y los dictadores que se creen árbitros de los destinos de los pueblos, vienen a ser al fin y al cabo la resultante de un estado de opinión pública, y cuando esta cambia, caen a tierra los que pretendían dominarla. Conquiste el positivismo la opinión popular, y su influencia será firme y duradera; la conveniencia, si esta quiere invocarse, exige conquistar la opinión en beneficio de las ciencias naturales”.
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