Tenemos un gran reto: conseguir entre los latinos de los Estados Unidos lo que se da por hecho en España, que los científicos sean un grupo social positivamente valorado.
Cuando Pampa García me propuso escribir sobre el estado del periodismo científico y la divulgación con ocasión del quinto aniversario de SINC, primero respondí que "sí, por supuesto" y después, ya enfrentado a la pantalla del ordenador, empecé a enumerar los conflictos que surgían. Por el lado ético y periodístico ninguno, por suerte. En realidad se trataba de conflictos memorísticos o, para seguir la etiqueta de esta publicación, ‘neurocientíficos’.
Veréis, desde su nacimiento a finales de 2007 SINC se ha convertido para mí –y creo no equivocarme si digo que para muchos– en algo así como un pilar de la comunidad.
Seguro que a todos nos ha pasado, en mayor o menor medida, alguna vez: llega un nuevo inquilino a tu edificio al que le debes apenas la cortesía de la cohabitación y del que no esperas nada porque ni tan siquiera te habías dado cuenta de que ese apartamento estuviera desocupado.
Pasan unos años –cinco, en este caso– y no podrías explicarte el mundo sin él.
¿Cómo ha conseguido sostener, cohesionar, facilitar así tu existencia? No tienes ni idea. Tu cerebro no tiene un registro secuencial, biográfico de cómo ha sucedido. Y no lo tienes porque, a lo largo de este tiempo, ha hecho su magia en silencio, permeando cada planta de esa finca, algo gris y anodina, que os ha sido dado compartir, mejorándola sin pedir nada a cambio. Siempre presto a compartir herramientas o echarte un cable para pintar, voz constructiva en las juntas que escucha y habla con acierto. Vamos, el vecino perfecto.
Ahora bien, muy a pesar de las bondades de unos y otros inquilinos, este edificio está pasando un mal momento. Desde el inicio de la presente crisis, los periodistas han encajado golpes de extrema dureza: ‘jibarizaciones’ de plantilla, o la mucho más simple y directa supresión de secciones, suplementos y publicaciones, se han cebado con nuestro sector. Y no es de extrañar.
En España, a la ciencia básica o la innovación sin puertos USB o inscripciones "Made in China" tradicionalmente se las ha considerado no prioritarias. Tal vez esta sea una de las razones por las que el nacimiento de SINC, exquisitamente sincronizado con la debacle económica y sus rémoras periodísticas, haya sido tan importante.
Más rostros de científicos hablando en español
A nivel personal, contar con SINC hace mejor a Science Friday. Llegamos más lejos, tenemos más variedad de contenido y más voces hispanohablantes en nuestro programa. Digo esto porque uno de los principales retos que enfrentamos y sobre el que, a diferencia de los de índole estrictamente económica, sí podemos efectuar un cambio, es la necesidad de poner más rostros, de científicas y científicos, jóvenes y no tan jóvenes, ahí fuera, hablando en español.
Creo que esta es la mejor manera de disolver los viejos cálculos que dificultan la articulación entre ciencia y sociedad. "Que inventen ellos", no pertenece a un país moderno y democrático como España. SINC facilita la salida a la calle de la ciencia en español. Prueba de ello es, mucho más allá de lo que NPR –National Public Radio de los EE UU, donde producimos Science Friday– haga, que una rápida búsqueda en Google nos devuelva multitud de diarios y blogs, en América Latina y Estados Unidos, que publican sus contenidos.
Ser leída –y vista y oída– es el primer paso para que la ciencia tome el lugar que le corresponde o que a muchos nos gustaría que tuviera en nuestra sociedad. El trabajo de una agencia como SINC, de un documental como En busca del primer europeo o tantos otros realizados, nos acerca cada día más a esa realidad porque solo una sociedad que los conozca estará en situación de reclamar en las urnas un mejor trato para la ciencia y sus protagonistas, los científicos.
Internet hace posible que, aunque medien más de 6.000 km entre las oficinas de SINC, en Madrid, y las de Science Friday, en Nueva York, nuestros respectivos rincones en la web 2.0 estén a pocos clics de distancia. Algo harto positivo porque así podemos unir esfuerzos a ambos lados del Atlántico, en las dos Américas y en la península ibérica.
Aquí en los Estados Unidos la situación es, si cabe, todavía más compleja. De un lado tenemos una cultura dominante –la anglosajona, capitalista y protestante– que está a favor de la ciencia y, sobre todo, sus aplicaciones.
La lengua española debe ser un vehículo de ciencia
Nadie en su sano juicio duda de la importancia de la investigación básica ni de que un paciente y cuidadoso refinado en las universidades provee el combustible que alimenta el motor de la innovación y, en definitiva, hace avanzar el bienestar. Esto se traduce en lo que a ojos de un español expatriado es una sana presencia de la ciencia en los medios de comunicación en inglés.
Del otro, el valor del español –la lengua– es ambiguo. Aunque su auge inevitable empieza a moldear aspectos de la política nacional, no es –¿todavía?– un vehículo cultural de primer orden. Si lo llegará a ser o si, conforme las generaciones de latinos sean asimiladas, por pragmatismo o esnobismo, estas tomen el inglés como lengua de la cultura, está por ver.
Quién sabe, tal vez el spanglish que domina la costa este acabe por formalizarse en una opción interesante. En cualquier caso, tenemos un gran reto: conseguir entre los latinos de los Estados Unidos lo que Metroscopia de El País daba por hecho en España, que los científicos sean un grupo social positivamente valorado.
Estoy convencido de que lo conseguiremos. Como también estoy convencido de que va a ser un trabajo duro. SINC, Science Friday y el enorme grupo de amigos que estamos en este barco tenemos objetivos parejos y el convencimiento de que la lengua española debe ser –y es, más de lo que muchas veces estamos dispuestos a concederle– un vehículo para crear, transmitir y discutir la ciencia.
Derek Bok, Presidente de la Universidad de Harvard entre 1971 y 1991, acertó en la diana cuando dijo aquello de “If you think education is expensive, try ignorance”.
Lo hemos probado suficientemente.
La ignorancia no convence.
Es el momento de la ciencia.
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