Cuando ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada en 2011 terminaban más de cuatro décadas de terrorismo. Lo letal de algunos momentos pudo hacer creer que aquello se trataba de una auténtica guerra. No fue así porque ni hubo dos bandos ni la violencia cobró las dimensiones de una contienda, pero ello no es óbice para que se hable de final y de paz, según un estudio de la Universidad del País Vasco.
El catedrático de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Antonio Rivera Blanco ha publicado recientemente en la revista Vínculos de Historia un artículo donde aborda cuánto y cómo hay de final y de paz, y de qué manera se están tratando los momentos postreros de ese conflicto terrorista y la fase ulterior a estos en que nos encontramos.
A lo largo de medio siglo, el terrorismo relacionado con el País Vasco causó 914 muertes; de ellas, más de nueve de cada diez lo fueron por las diferentes marcas de ETA (y Comandos Autónomos Anticapitalistas). El terrorismo se convirtió en el principal problema de la democracia española: aunque nació en la dictadura, el 95% de los asesinados lo fueron tras morir Franco.
La violencia de la banda estuvo respaldada por un sector social aplicado a justificar sus acciones, a fijar las ventajas que le proporcionaba su actuación y a mantener una estrategia de la tensión. ETA pretendía crear un estado independiente, socialista y euskaldún en los territorios del espacio cultural vasco. Su acción se desarrollaba en una sociedad nacionalista que se relacionaba con la banda de una determinada manera.
“Más allá de si existe o no un ‘conflicto vasco’, ETA y su acción lo hicieron realidad, aunque su esfuerzo por visibilizar dos contendientes enfrentados nunca pudo con la condición plural y no compartimentada de la sociedad vasca”, explica Rivera. “Bastó con que la banda terrorista dejara de matar para regresar a una sociedad normal sin una violencia terrorista que desvirtuaba y mediatizaba todos y cada uno de los actos e intenciones de los ciudadanos”, añade.
Las distintas miradas al terrorismo y a su final se corresponden con interpretaciones de la historiografía y de las ciencias sociales. Los estudios sobre ETA se centraron primero en su ideología y estrategia, y conforme avanzaba el siglo XXI atendieron a los efectos de su acción, sobre todo de las víctimas, y a su prolongada crisis.
Las interpretaciones están todavía marcadas por la provisionalidad de suponer un hecho reciente. Unas pocas reflexiones autobiográficas o balances analíticos son todo lo que hay como referencias, así como una multitud de documentos recogidos por los medios de comunicación.
“Las claves secretas o ignoradas todavía lo serán por un tiempo y su futuro conocimiento servirá para aquilatar o corregir muchas de las afirmaciones que hoy se hacen. En ese sentido, asumimos que desde la disciplina histórica el abordaje de este tiempo presente genera gran incertidumbre, pero se trata de incorporar un análisis de mayor proyección y de competir con las aportaciones de otras disciplinas más proclives a la inmediatez de juicio que la nuestra”, comenta el catedrático.
¿Cómo se llega al final de ETA?
Existen varios puntos de vista sobre la llegada del final de ETA, desde el que establece como causa primera del final del terrorismo “la eficacia y firmeza del Estado de derecho” al que destaca la combinación de política y policía (y jueces, colaboración internacional e inteligencia), pasando por los que hacen hincapié en las conversaciones mantenidas entre 2000 y 2006, que se plantearon como “fin dialogado del terrorismo”.
Una misma realidad y muy diferentes interpretaciones. “La ciudadanía vasca, a tenor de la interpretación demoscópica, prefiere pensar que fue su reacción social lo que puso fin a ETA, seguida de la evolución interna de la izquierda abertzale, de la presión de los movimientos pacifistas y después de las asociaciones de víctimas, y, muy al final, de la acción policial y judicial, la colaboración francesa y el Pacto por las Libertades. En la misma encuesta un 60% declaró que nunca había ido a una manifestación contra el terrorismo. Los números no respaldan las impresiones”, afirma Rivera.
Pero para llegar a ese final, era necesario el debilitamiento de una de las dos partes confrontadas. Fue ETA la que evidenció esa situación. Su actividad se incrementó a partir de 2007, pero el número de detenciones y la importancia de estas fueron a la par de aquella. Por eso el anuncio del “cese definitivo de la actividad armada” fue unilateral y no resultado de una negociación entre partes con asunción recíproca de obligaciones futuras. “Cuando ETA anunció su final terrorista no llegó a Euskadi ninguna paz; solo cesó, unilateralmente, la fuerza distorsionadora que la hacía imposible desde hacía medio siglo”, recalca en su artículo.
Víctimas y memoria
Tras la desaparición de ETA, comienza el proceso de la reparación de las víctimas y, con ella, el relato de su victimización y las políticas públicas de memoria, que deben aplicarse a una recuperación de la cultura democrática. De lo contrario, se antepone el pragmatismo de una sociedad en paz, pero soportada en valores poco cívicos. Ese proceso se inició con el acuerdo del 12 de julio de 2012 de la Ponencia para la Paz y la Convivencia del Parlamento vasco, que sentó las bases para “una paz con memoria” y principios como responsabilidad, memoria compartida, pluralidad de la sociedad vasca, compromiso ético y garantía de no repetición.
“Tales criterios se llevaron con alguna zozobra al Plan de Paz y Convivencia 2013-2016 y luego al de Convivencia y Derechos Humanos 2017-2020. Antes incluso, en marzo de 2013, el Parlamento había establecido el llamado “suelo ético”, con la abstención abertzale. En él se afirmaba que ninguna causa puede situarse por encima de la ética y de los derechos humanos, ni justificar el recurso a la violencia”, amplía Rivera.
Ese “suelo ético” se ha convertido en la “prueba del nueve” para la izquierda abertzale: su aceptación le permitiría legitimarse en la competición política y abrir su espacio electoral a más sectores. Pero el final de ETA se ha limitado por parte de esa cultura política a la afirmación de que “matar estuvo mal”, que “la violencia fue un error”, lo que queda lejos de lo que le han pedido las víctimas y el resto de partidos, incluido el PNV.
Desde que en diciembre de 2011 hiciera por vez primera un reconocimiento del “dolor y sufrimiento que las múltiples violencias han producido en Euskal Herria”, la izquierda abertzale está anclada ahí, sin una revisión autocrítica de su historia y, mucho menos, sin atribuir a ETA la centralidad en esa trayectoria de muerte.
Referencia bibliográfica
Antonio Rivera Blanco. "Una paz donde no hubo guerra. El final del terrorismo en el País Vasco". Vínculos de Historia (2018; Núm. 7: 115-131) http://dx.doi.org/10.18239/vdh_2018.07.07