La Red de Terapia Celular (Red Tercel) del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) organizó la semana pasada en Madrid la I Jornada sobre Reprogramación Celular, en la que los expertos españoles han estimado que “aunque aún queda un largo camino por recorrer, los primeros candidatos podrían ser las enfermedades con un déficit más simple, como las hematológicas o la diabetes tipo I2”.
En la actualidad, por lo menos una decena de grupos españoles están investigando en el conocimiento y la posible aplicación terapéutica de las células madre pluripotentes inducidas (iPS), que contemplan una gran variedad de patologías como la anemia de Fanconi, algunos tipos de ceguera, leucemias infantiles, enfermedad de Parkinson o enfermedades genéticas raras.
Las iPS son células adultas reprogramadas para comportarse como células madre embrionarias. Su descubrimiento abrió un nuevo campo a la medicina regenerativa y palió gran parte del dilema ético que supone la utilización de células madre embrionarias en la investigación. Pero al igual que ocurre con las embrionarias, la ciencia aún no ha resuelto la capacidad teratogénica de las iPS cuya aplicación, por ahora, llevan implícito el desarrollo de tumores.
En la I Jornada sobre Reprogramación Celular se analizaron los ensayos que están en marcha en España y los retos pendientes. “La reducción de la manipulación genética de las iPS, el conocimiento de los mecanismos implicados y la generación de modelos de enfermedad han sido logros espectaculares”, destaca Javier García-Sancho, director del Grupo de Activación Celular del Instituto de Biología y Genética Molecular (IBGM) de Valladolid y coordinador de la Red Tercel.
“Hay ciertos indicios de que las células iPS podrían conservar una cierta memoria dependiendo de la célula de origen, lo cuál indicaría que la reprogramación no es completa”, añade Ángel Raya, responsable del Grupo de Control de la Potencia de Células Madre del Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC).
Los investigadores no se atreven a aventurar los años que tardará la puesta en marcha de un ensayo clínico con células iPS pero apuntan que el período no será inferior a 10 o 12 años porque antes de plantear cualquier iniciativa en este sentido hay que tener resuelto el problema de la bioseguridad.
En cuanto a las enfermedades que podrían beneficiarse de su aplicación, con el conocimiento actual, “las candidatas más probables serían las que presentan un déficit más simple como las enfermedades hematológicas o la diabetes tipo I que, al menos conceptualmente son más fáciles de abordar que las neurodegenerativas, que requieren un grado de organización celular mucho mayor”, detalla García-Sancho.
Entender y controlar la reprogramación
En 2007, las iPS humanas aparecieron en el panorama científico gracias a la publicación de dos trabajos liderados por equipos estadounidenses y japoneses. Hasta entonces, la única forma de que una célula adulta retrocediera hasta convertirse en célula madre embrionaria y ser así capaz de transformarse en cualquier célula -nerviosa, hepática, hematológica- era a través de complejos experimentos de clonación, como los de la oveja Dolly, que no habían tenido éxito en humanos. Un año después, la revista Science consideró que la reprogramación celular era uno de los diez avances científicos más importantes del año.
No obstante, los investigadores siguen sin entender con detalle en qué consiste el fenómeno de la reprogramación, qué sucede y cómo y si se puede controlar. También existe una gran expectación por verificar de forma definitiva si la reprogramación conseguida mediante la técnica de Yamanaka es, en realidad, una reprogramación completa, es decir, si las células iPS son exactamente equivalentes a las células madre embrionarias.
Uno de los primeros ensayos españoles con iPS y liderado por Ángel Raya y Juan Carlos Izpisúa del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona junto a Juan Bueren, director del Programa de Terapia Génica de Células Hematopoyéticas del CIEMAT, estudió la curación in vitro de la anemia de Fanconi con células madre inducidas. Las conclusiones se publicaron el año pasado en la revista Nature.