El vicepresidente de Organización y Relaciones Institucionales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Francisco Montero de Espinosa, y la directora del Patronato de la Alhambra y el Generalife, Maria del Mar Villafranca, han presentado hoy, jueves, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, la primera parte del estudio Corpus Epigráfico de la Alhambra.
El proyecto, dirigido por Juan Castilla e impulsado por el Patronato de la Alhambra y el Generalife, es un trabajo pionero que recoge las más de 3.000 inscripciones árabes existentes en el Palacio de Comares de la Alhambra. El equipo ha recopilado, estudiado y traducido los epígrafes árabes de esta construcción, que han sido reunidos en un libro y un DVD.
Castilla destaca parte de la investigación: “Además de las dos formas básicas de escritura árabe, la cúfica y la cursiva, en la Alhambra se muestra una tercera, que podemos denominar mixta, resultado de combinar las dos anteriores. Por su peculiaridad, la escritura árabe no sólo se utilizó en arquitectura para dar fe de obediencia a Allah, sino que desempeñó, además, una función ornamental, ya que venía a suplir en la medida de lo posible a las artes plásticas, poco promovidas por el islam”.
La escritura árabe ofrece diversidad de formas, aunque existen dos tipos fundamentales: la cúfica y la cursiva. La primera surgió en Kufa, actual Iraq, en el siglo VII. Esta forma de escritura, también llamada kufi, comenzó a tener desde entonces la consideración de sagrada, ya que se utilizaba para realizar las copias del Corán.
La escritura cúfica, aunque se utilizó en un primer momento para la confección del texto sagrado, se empleó también en otro tipo de inscripciones y en otro tipo de materiales, como el textil, la cerámica o la madera. Se usó además para perpetuar el nombre de monarcas y poderosos en las construcciones religiosas y civiles. Por otro lado, la escritura cursiva, también denominada nasji o escritura de copistas, reemplazó poco a poco a la anterior ya que resultaba más fácil de leer.
Las inscripciones árabes del Palacio de Comares de la Alhambra recogen en su mayoría el lema dinástico de la época nazarí, Wa-lā gālib illā Allāh (No hay más vencedor que Alá, en su traducción al castellano), además de epígrafes de contenido diverso: piadosos, coránicos, otros que ensalzan al monarca que ha encargado la construcción y algunos versos que hacen alusión al propio soporte de la inscripción.
“Muchos de los versos que hemos estudiado ensalzan al monarca constructor y llaman la atención sobre las excelencias del elemento arquitectónico que da soporte a la propia inscripción. Posiblemente, no habrá otro lugar en el mundo en el que recorrer muros, tacas, columnas y fuentes se convierta en un ejercicio tan similar al de hojear las páginas de un libro de poemas”, destaca el investigador del CSIC.
Los proyectos de decoración
Los poetas de la época realizaban un trabajo que combinaba arte y ciencia. Bajo el mandato de los monarcas, los poetas, que trabajaban en la Secretaría de Redacción, ponían en marcha los proyectos decorativos.
Estos artistas se encargaban de diseñar los espacios donde se grabarían más tarde sus versos, algunas veces escritos ex profeso para esa construcción, y otras veces extraídos de composiciones realizadas con anterioridad. Más tarde ellos mismos realizaban un seguimiento continuo del desarrollo del trabajo y controlaban cómo se grababan sus versos en la piedra, el yeso o la madera.
El palacio de comares
“La construcción del Palacio de Comares comenzó en el siglo XIV bajo el mandato de Yusuf I, aunque se cree que fue su hijo Mohamad V el que terminó la obra, ya que diversas inscripciones atribuyen la autoría a su hijo”, detalla Castilla.
Yusuf I quiso que la decoración del palacio, que se convirtió en la residencia oficial, impresionara a las personas que lo visitasen, por lo que ordenó que se construyera y adornara de manera exquisita.