Un grupo de la Universidad de Alcalá ha dibujado el panorama de la quema forestal a lo largo de 42 años a escala nacional. El trabajo sostiene que el abandono de las tierras agrícolas y la subida de las temperaturas han contribuido a avivar los fuegos.
Por primera vez, una investigación revela cómo han evolucionado los incendios forestales en España en los últimos años durante el periodo de 1968 a 2010. El trabajo, coordinado por la Universidad de Alcalá (Madrid), se ha publicado en la revista Environmental Science and Policy.
Los principales resultados del estudio reflejan que, a grandes rasgos, en la década de los 70 se registró un incremento tanto del número de fuegos como de la superficie quemada. En 1990 hubo un descenso en la región del Mediterráneo que se extendió al resto del territorio en la estación vegetativa, de mayo a noviembre.
“Cada región tiene un régimen distinto”, indica a Sinc Vanesa Moreno, principal autora del trabajo e investigadora en el departamento de geografía de la Universidad de Alcalá (Madrid). “En el noroeste –prosigue– los incendios presentan dos estaciones, la primera entre finales de invierno y principios de primavera; la segunda en verano. Sin embargo, en la zona mediterránea, son más abundantes durante el periodo estival”.
Para llegar a estas conclusiones, se ha analizado el número de fuegos y la superficie quemada desde la creación de la base de datos oficial; parámetros que, junto a la estacionalidad, la intensidad, la severidad etc., definen el régimen de incendios.
De esta manera, el equipo científico ha obtenido las diversas tendencias a lo largo de 42 años. En términos estadísticos, estas se conocen como ‘puntos de cambio’ ascendentes o descendentes; y definen cómo se van trasformando los fuegos.
Además del emplazamiento, las diferencias climáticas, los factores ambientales –como el tipo de vegetación– y las actividades socioeconómicas también afectan a la aparición de siniestros forestales.
Por ejemplo, el abandono del pastoreo tradicional, que empleaba el fuego para limpiar o regenerar pastos, hizo que disminuyera el riesgo de incendios. En cambio, el éxodo rural, que resultó en el abandono de tierras agrícolas, produjo un incremento de la superficie quemada.
Por otro lado, el cambio climático, con el incremento de la frecuencia de las sequías y la escalada de la temperatura, se ha confirmado como uno de los impulsores del riesgo de fuegos.
Mejores estrategias de extinción y prevención
A pesar de todos estos elementos, “la gestión ha evolucionado y se ha mejorado la efectividad al adquirir medios para la supresión de los incendios, formación de profesionales, investigación, introducción de tecnologías y prevención, un aspecto que en los últimos años ha acaparado mucha atención”, sostiene Moreno.
Sin embargo, cuenta la investigadora, la efectividad de los medios de extinción en el control de las quemas es menor en condiciones extremas de altas temperatura, viento y múltiples focos.
“La ocurrencia de varios fuegos al mismo tiempo hace que los recursos y el personal se dividan, y la labor de extinción lleve más tiempo”, apunta la geógrafa. “En este sentido, la crisis ha ocasionado una reducción de la plantilla que podría disminuir la eficiencia en la extinción de los incendios”.
En esta situación, contar con un modelo estadístico que defina los regímenes de fuegos es útil para anticipar el riesgo de incendios en el contexto actual de cambio climático y el uso de la tierra.
Referencia bibliográfica:
M. Vanesa Moreno, Marco Conedera, Emilio Chuvieco, Gianni Boris Pezzatti. “Fire regime changes and major driving forces in Spain from 1968 to 2010”. Environmental Science and Policy, 37, 11-22 marzo 2014.
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