A principios del siglo XVII, pueblos indígenas de Norteamérica como los comanches adoptaron a los equinos que se dispersaban desde lo que hoy es México y los integraron en su modo de vida, mucho antes de que llegaran los colonizadores desde Europa. Así lo recoge un nuevo estudio en el que se aúna la ciencia, la historia y un aspecto novedoso en investigación: la cultura y tradición oral de los nativos.
“Se nos conoce como ‘Señores de las Llanuras’ y formamos parte de la tribu Shoshone. A finales de 1600 y principios de 1700 nos alejamos de nuestros parientes Shoshone hacia las llanuras del norte y luego hacia el sur, en busca de un nuevo hogar”, se lee en la página web de la Nación Comanche, uno de los pueblos originarios más conocidos que habitan y habitaron el territorio de lo que es hoy Estados Unidos.
Los comanches, según su propia presentación, migraron “a través de las llanuras, por Wyoming, Nebraska, Colorado, Kansas, Nuevo México, Texas y Oklahoma”, y finalmente se asentaron en el suroeste de Oklahoma. “El caballo fue un elemento clave en la cultura comanche. El pueblo dominaba sus habilidades a caballo y obtenía una enorme ventaja en tiempos de guerra”, en sus palabras.
Este rasgo de la cultura comanche vuelve a manifestarse relevante ahora, cuando un grupo internacional de investigadores presenta un estudio, portada de la revista Science, con datos sorprendentes sobre el momento en que los caballos domésticos de ascendencia española entraron en la vida de los pueblos indígenas norteamericanos.
Quizá nuestro hallazgo más importante sea que los descubrimientos arqueológicos, en este caso, validan las tradiciones orales de muchos de nuestros colaboradores, como los comanches
Según el equipo, liderado por el antropólogo William Taylor de la Universidad de Colorado en Boulder (EE UU) y que incluye investigadores de las naciones lakota, comanche y pawnee, estas culturas indígenas de las Grandes Llanuras (Great Plains) norteamericanas y las Rocosas septentrionales habrían integrado a los equinos que se dispersaban desde el territorio del actual México mucho antes de la llegada de los colonizadores europeos a la región. Los pueblos nativos adoptaron a los animales, como muy tarde, durante la primera mitad del siglo XVII.
Los autores han optado por analizar directamente las muestras históricas de los primeros ejemplares de caballos, en lugar de basarse en los registros coloniales, con los que hasta ahora se había dado por hecho que los animales se habían disgregado por el oeste americano a finales del siglo XVII.
Imagen satelital con la distribución aproximada de las Grandes Llanuras norteamericanas. / CC / William L. Farr.
Los análisis de restos arqueológicos de estos animales, procedentes de las grandes planicies y el norte de las Rocosas, incluyeron pruebas osteológicas, genómicas, isotópicas, radiocarbónicas y paleopatológicas. Los resultados revelaron que los primeros caballos domésticos norteamericanos muestran una fuerte afinidad genética con los españoles, lo que indica un origen europeo.
El artículo sugiere que las poblaciones de equinos se habrían expandido hacia el norte desde los asentamientos españoles en el suroeste americano, mucho antes de que llegaran los europeos a la región en el siglo XVIII, durante un tiempo de “cambios sociales perturbadores” entre los nativos.
Para conocer sus condiciones de vida en aquella época, SINC ha consultado a William Taylor sobre el vínculo y la función que cumplían los animales de carga entre las etnias locales.
“Nuestro proyecto demuestra que los caballos estaban integrados en las sociedades nativas al menos a principios del siglo XVII en gran parte del oeste de Estados Unidos, y que eran, en su mayoría, de origen español”, recalca. Además, destaca que “antes de esta época, otros animales de carga desempeñaban un papel importante en las Américas, especialmente los camélidos como la llama y la alpaca en Sudamérica, y los perros domésticos en gran parte de las Grandes Llanuras”.
Más de tres siglos después, diferentes visiones de aquellos fenómenos confluyen para intentar explicarlos con menos sesgos. Acerca de cómo las diferentes perspectivas enriquecieron este estudio interdisciplinario, Taylor sostiene que, “al aplicar una amplia gama de técnicas de las ciencias arqueológicas”, pudieron certificar no solamente que la primera integración de los caballos fue “mucho antes de lo que pensaban los investigadores occidentales”, sino también valorar “aspectos de la gestión de los caballos por parte de los nativos”, como “los cuidados veterinarios y la monta, a través de la osteología, la dieta y el movimiento, a partir de los isótopos”.
Por su parte, el historiador tribal de la Nación Comanche, Jimmy W. Arterberry, destaca “el respeto y el debate entre el equipo de investigación interdisciplinar”, porque, a su juicio, “permitieron una cooperación rica y significativa, como demuestran los resultados”.
Petroglifo de caballo y jinete en el yacimiento de Tolar (Sweetwater, Wyoming). Probable representación de autoría comanche. / Pat Doak.
Otro dato relevante es que, gracias a estudios de ADN antiguo, el trabajo muestra cómo el “cambiante paisaje social de las Américas” influía en los caballos, que iban adquiriendo “rasgos más fuertes de ascendencia británica” con el paso del tiempo, explica el autor principal.
Aunque el investigador destaca: “Quizá nuestro hallazgo más importante sea que los descubrimientos arqueológicos, en este caso, validan las tradiciones orales de muchos de nuestros colaboradores, como los comanches, cuyas tradiciones sugieren que ya criaban caballos antes de su larga migración a las llanuras del sur en el siglo XVIII”.
El portavoz comanche coincide con Taylor: “La tradición oral es el medio más eficaz para comunicar las formas de vida y las tendencias culturales dentro de la historia comanche en sí”.
Sin embargo, continúa Arterberry, “es muy importante, en esta era, producir documentación escrita, fotográfica y audiovisual, con interpretaciones desde dentro de la cultura, para compartir y comunicar entre nosotros y con el mundo en general”. Para el portavoz, tener un lugar en la divulgación de lo que es su pueblo, así como compartir sus narrativas históricas, “son imperativos también para la continuación de la propia cultura, por el bien de la memoria”, y valora “la incorporación de iniciativas de la ciencia moderna”.
En este caso, “el análisis realizado junto a los relatos de la historia oral, confirmaron y mejoraron nuestra comprensión de la llegada del caballo a la cultura nativa americana”, añade el representante de la comunidad comanche con presencia en el equipo.
Sobre las tradiciones del saber de los pueblos nativos, Taylor explica que “para la mayoría de los aficionados a los caballos de todo el mundo, estos no solo forman parte del pasado, sino también del presente y del futuro, porque desempeñan un papel no restringido al transporte, la economía o la ecología, sino que también están presentes en las ceremonias, las creencias y la cultura”.
El análisis científico realizado junto a los relatos de la historia oral, confirmaron y mejoraron nuestra comprensión de la llegada del caballo a la cultura nativa americana
Por esta razón, “la arqueología puede ayudarnos a apreciar la antigüedad y el valor de las tradiciones ecuestres como fuentes de estabilidad, curación y comunidad que hay que proteger y cuidar”.
Modelo tridimensional de cráneo de caballo equipado con una réplica de rienda, similar a las utilizadas por los jinetes de las Llanuras. / William T. Taylor.
¿Cómo pueden incorporarse con más asiduidad esos saberes milenarios de los pueblos originarios e indígenas en el conocimiento científico?, es la pregunta que se le formula al investigador principal del estudio. ”Este tipo de colaboración debe empezar por el principio: dejar que las comunidades indígenas ayuden a decidir qué preguntas de investigación deben plantearse y por qué”, responde.
Taylor insiste en este concepto, porque quiere dejar claro lo vital que resulta “dejar que los arqueólogos, investigadores, estudiosos y guardianes del conocimiento indígena decidan qué conocimientos aportar”. De este modo, argumenta, “será más fácil encontrar los puntos de conexión mutua entre ciencia, arqueología y tradición, y construir proyectos científicos que empiecen a hacer algo distinto” de lo que se venía haciendo.
Arterberry concluye: “Las principales razones para mantener viva la tradición incluyen perpetuar el conocimiento de quiénes somos y de dónde venimos, ser respetuosos con la vida en todas sus formas, alabar a nuestros antepasados por mantener la vida y dar las gracias al creador por dárnosla”.
REFERENCIA:
Taylor, W.T.T. et al. "Early dispersal of domestic horses into the Great Plains and northern Rockies". Science (2023).