Una investigadora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) se ha desplazado hasta la Amazonia brasileña para estudiar la diversidad de usos que se dan a sus bosques. Su objetivo es aumentar el conocimiento sobre ellos y sus posibles consecuencias para establecer estrategias de gestión forestal más sostenibles.
En la actualidad, la deforestación de la selva amazónica supone una catástrofe ecológica y un problema social que afecta, sobre todo, a las poblaciones que viven de sus recursos. Una de las estrategias para luchar contra esta pérdida acelerada de bosques es lo que los científicos han llamado 'manejo forestal diversificado', es decir, un plan de gestión en el que se integran los usos de extracción maderera y los usos no madereros (medicinas, rituales, alimenticios, o cosméticos), además de las funciones que desempeñan estas inmensas masas forestales (regulación del clima, protección de la erosión, conservación de la diversidad biológica o captura de dióxido de carbono).
Hoy la clave está en la implementación de estrategias no agresivas que integren los distintos usos y tengan en cuenta a los diferentes actores para conservar los bosques amazónicos y evitar su degradación. Esta política, que ya se realiza en algunos bosques tropicales, encuentra todavía muchas dificultades de carácter técnico y económico.
El nuevo estudio, que paarece en la revista Biodiversity and Conservation, aporta algunos de esos conocimientos y contribuye a la puesta en marcha de estrategias de gestión forestal diversificada más eficaces.
Cristina Herrero, investigadora principal del trabajo que es parte de su tesis doctoral, explica que el problema radica en que para unos pocos “los usos no forestales del suelo, como son los pastizales y los cultivos extensivos como la soja, son más rentables que los bosques". Algunos de los aspectos negativos de la extracción maderera es que facilita que los bosques se degraden. "Una vez degradados, es mucho menos costoso acabar de desmontarlos e implantar cultivos o pastizales”, puntualiza la experta.
Y continúa la investigadora: “Si se incluyeran en los planes de manejo forestal otros productos y servicios que proporcionan los bosques, tal vez podría ser rentable mantener estos ecosistemas y, además, se incluiría en esta estrategia a las personas que habitan estos bosques”.
Descripición de cuatro especies arbóreas
La investigación, dirigida por el profesor complutense Miguel Ángel Casado y la investigadora Carmen García Fernández, en la que ha colaborado también Plinio L. J. Sist, ha descrito las especies arbóreas que pueden ser objeto de usos diversos y que, por ello, pueden provocar “conflictos de uso”, es decir, incompatibilidad entre ciertos usos, como por ejemplo la tala de árboles y la extracción habitual de resinas o aceites.
Después, y ya que no todos los conflictos de uso son igual de intensos ni relevantes, la experta ha definido las cuatro especies arbóreas con un mayor potencial conflicto de uso: el cumarú (Dipterix odorata), el ipé amarillo (Tabebuia serratifolia), el ipé rojo (Tabebuia impetiginosa) y el jatobá (Hymenaea courbaril).
"El problema para estas especies es que presentan una densidad de ejemplares muy baja (menos de 0,2 por hectárea), por lo que son más sensibles a la explotación. Además, su madera es muy valiosa y al mismo tiempo sus productos no madereros (la corteza del ipé, la resina del jatobá y las semillas del cumarú) son caros y cuentan con un mercado internacional importante", explica Cristina Herrero.
Según la investigadora, “la importancia última de este conflicto, sin embargo, será diferente en función de las condiciones socioeconómicas de cada sitio, así como del uso real que las poblaciones hagan de estas especies”. Este trabajo supone un primer paso en el que se definen las prioridades en el manejo del conflicto de uso para la elaboración de planes forestales concretos.
Herrero afirma que “está documentado cómo algunas comunidades del Amazonas han tenido que dejar de consumir sus medicinas tradicionales cuando los árboles de los que las extraían iban desapareciendo por la tala masiva. No se trata de pretender, desde fuera, exaltar la vida en el bosque y aspirar a que la gente siga viviendo como sus abuelos. Esto sería, en mi opinión, sumamente injusto. Sin llegar a ese extremo, y mientras las propias comunidades deciden qué modelo de desarrollo quieren, es pertinente no privarles de los recursos naturales que, en muchos casos, son cruciales para su supervivencia”.
Ciencia y aventura
Cristina Herrero manifiesta que en una investigación como ésta hay también una buena dosis de aventura: “El trabajo de campo ha sido duro y emocionante a la vez. Un trabajo de este tipo siempre es difícil, pero si encima las dificultades burocráticas son enormes, se depende de factores como la lluvia torrencial, o si hay o no caza para alimentarse y poder continuar el trabajo, de que no haya ningún accidente... Hay que hacer un profundo ejercicio de paciencia para no desesperarse y, sobre todo, desarrollar un buen sentido del humor”.
Sobre su experiencia personal, cree que lo que recordará con más fuerza será “la soledad: las noches en la hamaca, escuchando la lluvia y el croar del sapo canú-arú mientras leía a la luz de la fogata o escribía”. Y es que “la experiencia marca no sólo por la aventura o la emoción, sino también por los momentos malos. En cualquier caso, la idea es devolver estos resultados a la comunidad y que les sirva poder valorar lo que tienen, tanto sus tradiciones como sus recursos”.
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Referencia bibliográfica:
Herrero-Jáuregui, C.; García-Fernández, C.; Sist, P.L.J.; Casado, M.A. “Conflict of use for multi-purpose tree species in the state of Pará, eastern Amazonia, Brazil”, Biodiversity and Conservation, 18(4): 1019-1044, 2009.
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