El Grupo de Investigación en Valoración de la Condición Física de la Universidad de León acaba de publicar un artículo en la revista científica Journal of Occupational and Environmental Health sobre el nivel de esfuerzo físico que supone a los miembros de las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF) la extinción de fuegos.
Un nuevo trabajo, dentro del proyecto de investigación Factores condicionantes del rendimiento del personal especialista en extinción de incendios forestales (PEEIF), tiene como principal novedad el haberse realizado en condiciones reales de incendio y no mediante simulación
Según ha explicado a DiCYT el profesor José Gerardo Villa Vicente, “a través de la empresa Tragsa y de los trabajadores que, voluntariamente, han querido participar en el estudio, hemos recopilado toda la información sobre incendios forestales. De esta manera, hemos llegado a analizar cerca de 200 sujetos y unos 15 incendios por cada uno de ellos”, detalla.
A lo largo de cuatro años, los investigadores e la Universidad de León han controlado más de 2.000 incendios forestales y los han clasificado en cuatro apartados en función del esfuerzo requerido para los miembros de las BRIF: de menos de una hora de duración; entre una y tres horas; entre tres y cinco, y más de cinco horas.
El responsable de la preparación física en el ámbito de los incendios forestales de Tragsa, ubicado en el Laboratorio del grupo, y dos licenciados en Educación Física contratados conjuntamente y formados en este ámbito, han sido los encargados de recopilar todos los datos.
“Cuando el fuego podía preverse los agentes forestales voluntarios ingerían una cápsula de temperatura que registraba tanto su temperatura central como las variaciones a lo largo de todo el tránsito intestinal, durante unas 24-48 horas hasta que se defecaba”, precisa el profesor Villa, quien apunta que de esta forma se ha logrado obtener el dato más importante, “cómo influyen las condiciones térmicas y el esfuerzo que la persona realiza en la temperatura central del cuerpo”.
Después, independientemente de que ingirieran la cápsula o de que salieran al monte a extinguir un fuego, a entrenar o a realizar labores de limpieza, los agentes forestales se colocaban una cinta pectoral para registrar su frecuencia cardiaca cada cinco segundos.
A su vez, dado que cada uno porta un equipo de protección (formado por un traje, un casco, unos guantes y unas botas) y unas herramientas, lo que incrementa el peso entre 6 y 20 kilos, se han instalado sensores de temperatura ambiental y sensores de temperatura interna dentro de la camisetas y dentro del mono de trabajo, para conocer cómo se va acumulando la humedad y cómo varía la temperatura corporal.
“El equipo les protege frente al fuego pero dificulta la transpiración, a lo que se suma su peso y las condiciones del trabajo en el monte, con terrenos irregulares, pendientes, etc, y sometidos a más de 30 grados de temperaturas normalmente secas. A través de los sensores podemos saber hasta qué punto eso impide el intercambio térmico con la piel y por tanto la disipación de calor. Incluso, hemos incluido sensores de flujo de calor que miden las llamaradas o las corrientes convectivas de calor que reciben”, apunta.
Paralelamente, uno de los técnicos contratados acompaña a las cuadrillas y anota los tiempos de trabajo y de recuperación de cada uno de los miembros, así como el tipo de ataque al fuego que realizan o el avituallamiento que reciben.
Implicación en los planes de preparación física
Una vez obtenidos los datos, toda la información se centraliza, se limpia y se analiza en función de las variables que se desea estudiar. Como señala el investigador, “casi siempre buscamos saber qué tipo de esfuerzo le ha supuesto al agente forestal el trabajo e intentamos pormenorizar, como estamos haciendo en estos momentos, aspectos como si el tipo de combustible difiere al esfuerzo que tienen que realizar el trabajador o si el terreno más o menos abrupto requiere también mayor nivel de esfuerzo”.
Dado que a estos trabajadores se les exige una determinada condición física, el equipo científico trata de comprobar “en qué medida una mayor o menor preparación no sólo mejora el rendimiento sino también la salud y la seguridad de los agentes forestales”. A través de estos estudios, lo que tampoco estaba recogido en la literatura, han establecido una serie de índices de trabajo que han trasladado a los planes de preparación física de estos trabajadores.
Un esfuerzo más alto que el descrito
En el artículo publicado en el Journal of Occupational and Environmental Health, el grupo de investigación resume lo ocurrido en los incendios acaecidos durante cuatro veranos. Tal y como subraya José Gerardo Villa, antes de iniciar el estudio cada verano se somete a los miembros de las BRIF a unas pruebas de esfuerzo. “En el laboratorio analizamos su respuesta cardiovascular, medimos el consumo de oxígeno máximo, que viene siendo la capacidad de trabajo físico que tienen, e identificamos las dos zonas de umbral de esfuerzo, aquella en la que no prácticamente no hay y aquella que, si supera, entra en fatiga, lo que se denomina umbral anaeróbico. De esta manera identificamos tres zonas de trabajo, la liviana, la óptima-moderada y la de trabajo intenso”.
Tras recibir los registros de los pulsímetros que llevan los agentes forestales, los investigadores observan cuánto tiempo han estado trabajando en cada zona. Posteriormente, comprueban “si esa zona se relaciona con que la duración de los incendios sea mayor o menor, con el fin de conocer qué demanda en respuesta cardiovascular y estrés térmico les requiere su actividad laboral en función de la duración de los fuegos”. La combinación de ambas cuestiones supone también una novedad en este campo de investigación y ha desvelado que la demanda de esfuerzo que se requiere al bombero forestal es más alta que la esperada y que la descrita. “De aquí que el desarrollo de planes de preparación física específica como los que ya ha puesto en marcha Tragsa sean absolutamente imprescindibles”, concluye.