El 12 de septiembre de 1933 el físico húngaro Leo Szilard andaba por el barrio londinense de Bloomsbury. Absorto en sus propios pensamientos, se detuvo en el semáforo de la avenida de Southampton. Estaba enfadado porque justo acababa de leer un artículo donde Ernest Rutherford aseguraba que era imposible controlar la energía atómica. En el breve instante que tardó en abrirse el semáforo, se le ocurrió una idea que más tarde permitiría controlar una reacción nuclear en cadena.
Según sus propias palabras, "cuando el semáforo pasó a verde yo crucé la calle, se me ocurrió repentinamente que si se podía encontrar un elemento que fuera bombardeado con neutrones y que emitiera dos neutrones cuando absorbiera un neutrón, tal elemento, si se reuniera en una suficiente cantidad de masa, podría desencadenar una reacción nuclear".
Sus primeros intentos fracasaron ya que no usaba los componentes adecuados, hasta que en 1936 asignó su patente a la British Admiralty para asegurar el secreto.
En 1942, junto al físico italiano Enrico Fermi en Chicago, produjeron el primer reactor nuclear. Ambos trabajaron también en la fabricación de una bomba atómica para Estados Unidos. Pese a ser Szilard un ‘científico de consciencia’ y no creer en la representación moral americana, los sucesos de Hiroshima y Nagasaki le convencieron.
Después de la guerra, Szilard permaneció fiel a su principio de que los científicos deben ser responsables de las consecuencias de su trabajo, por lo que cambió de disciplina y se pasó a la biología molecular. Leo Szilard falleció en California en 1964 con 66 años.