El Comité Científico para la Investigación en la Antártida ha aprobado que un islote del Archipiélago de las Shetland del Sur se llame Cacho en honor a un investigador y escritor español. El protagonista de esta historia nos cuenta su trayectoria y experiencias en el continente blanco.
Son muy pocos los accidentes geográficos de la Antártida que llevan nombres de personas españolas, pero este año el Diccionario Geográfico Internacional del Scientific Committee on Antartic Research (SCAR) recoge uno nuevo: Cacho Island.
Es un islote rocoso de menos de un kilómetro de largo que a partir de ahora será conocido con el apellido del físico Javier Cacho (Madrid, 1952), experto en ozono y química atmosférica, además de escritor y divulgador, en reconocimiento a “su contribución en la promoción de la Antártida y su apoyo al Programa Antártico Búlgaro”. Cacho nos ha explicado más detalles de ‘su’ isla.
¿Has estado alguna vez en Isla Cacho? ¿Cómo es?
No, todavía no he pisado mi isla. He estado en la península de Byers, en isla Livingston, a unos 13 kilómetros. Si hubiera podido leer el futuro, la habría podido ver con unos prismáticos. Cacho es una isla de las denominadas ‘menores’ del Archipiélago de las Shetland del Sur, que está compuesto por once islas mayores, entre ellas Snow (junto a la que se encuentra), Livingston y Decepción. En estas dos últimas se localizan las dos bases españolas en la Antártida.
Isla Cacho tiene aproximadamente 750 metros de largo y 350 de ancho, con forma de media luna. Se encuentra muy próxima a la península de Hall, separada por un estrecho de medio centenar de metros. Durante mucho tiempo este estrecho estuvo bloqueado por los hielos y cubierto de nieve, lo que hizo pensar que era un brazo de la propia península. La disminución del hielo en esta zona es lo que ha permitido comprobar que era una isla.
¿Tiene algún interés especial?
Con un brazo de la península de Hall forma una ensenada (llamada de Ivaylo o Ivaylo Cove en honor a un héroe de origen humilde que llegó a ser emperador de Bulgaria en el siglo XII), que está muy bien protegida de los fuertes vientos y corrientes de la zona. En ella fondeaban los antiguos buques foqueros, mientras los cazadores se repartían por las playas de la isla Snow dando muerte a focas y elefantes marinos. Todo esto lo sabemos por los cuadernos de bitácora de los navegantes. El lado norte de las islas no ofrecía protección a los barcos y estos la buscaban en las zonas meridionales, como también ocurría en la bahía sur de isla Livingston, donde ahora se encuentra la base española Juan Carlos I y la búlgara San Kliment Ohridski. En toda la costa que rodea la isla Snow, el único punto al abrigo de las tempestades es precisamente esa ensenada que forma con 'mi' isla.
Isla Cacho se encuentra muy cerca de la isla Snow (una de las mayores del Archipiélago de las Shetland del Sur en la Antártida) y hasta hace poco estaban unidas por un brazo de hielo. / Wikipedia/Google Map
¿Cuándo hubo cacerías de focas en esa zona?
El descubrimiento de la Antártida en 1820 –este año celebramos el bicentenario– por un navegante inglés [Edward Bransfield, aunque otras fuentes consideran que lo consiguió tres días antes Fabian von Bellingshausen al servicio de Rusia] supuso el comienzo de una cacería masiva de las focas que poblaban sus playas. Era un próspero negocio que no conocía de regulaciones y que logró, en tan solo cuatro años, llevar al borde de la extinción a varias especies. Aunque no hay registros precisos, se cree que en esas temporadas se dieron muerte entre un millón y millón y medio de focas; algunos autores llegan a elevar la cifra a dos millones.
Luego, casi un siglo después, comenzó también la caza de ballenas en la Antártida. En este caso su centro de operaciones ya no fue la ensenada de Ivaylo entre las islas de Snow y Cacho, sino isla Decepción en esta parte y Georgia del Sur en el mar de Weddell.
¿Cómo se pone nombre oficial a una isla en la Antártida?
Hace siglos cada explorador podía dar a los accidentes geográficos el nombre que quisiera, tanto el de su rey o reina como el de un amigo, su niñera o el de su gato. Desde hace tiempo eso ya no es posible y tienen que ser nombres que guarden una profunda relación con la Antártida. Cualquier país que pertenezca al Tratado Antártico tiene potestad para proponerlos, si no lo tienen ya. Eso exige un minucioso trabajo de localización y una precisa caracterización geográfica.
En esta zona, este trabajo lo realizó la Comisión Búlgara para los Topónimos Antárticos, que luego recibió la propuesta del Instituto Antártico Búlgaro de nombrar a uno de estos accidentes con mi nombre. Una vez que fue aprobado, desde la oficina del Presidente de Bulgaria se envió la propuesta al SCAR, la máxima autoridad científica en la Antártida. Este organismo comprobó que efectivamente ese accidente geográfico no tenía nombre asignado, que la información geográfica era la adecuada y que los méritos por los que se proponía eran suficientes.
¿Cuáles han sido en su caso?
Se retrotraen a que participé en la Primera Expedición Científica Española a la Antártida en la campaña 1986-1987, que he vuelto en varias ocasiones más, que he sido fefe de la base antártica española Juan Carlos I, que llevo años publicando libros sobre la historia de la exploración en la Antártida, así como una intensa labor de divulgación de aquel continente en la sociedad y, finalmente, por la ayuda que he prestado al Programa Antártico Búlgaro.
¿Qué relación tiene con Instituto Antártico Búlgaro?
Conozco a Christo Pimpirev, su director, desde hace un cuarto de siglo. La base búlgara está muy próxima a la española y desde siempre hemos mantenido muy buenas relaciones de vecindad. En la Antártida el trabajo siempre es en equipo, y la solidaridad y el apoyo mutuo son constantes. Nos hemos ayudado los unos a los otros en muchas ocasiones allí, y después he mantenido sólidos lazos de amistad con miembros del equipo búlgaro. He participado en seminarios e impartido conferencias en la universidad de Sofía. Han traducido varios de mis libros y están a punto de publicar mi libro sobre Nansen, el maestro de la exploración polar, al que en Bulgaria tienen en gran estima.
¿No habría sido más lógico hacer la propuesta desde algún organismo de España?
Quizás debería haber partido de la Comisión española para topónimos en la Antártida, pero en más de 30 años de actividad antártica esta comisión ha puesto poco más de dos docenas de nombres, comparado con otros países que han puesto centenares o miles, y todos ellos neutros, como punta Hespérides, caleta Argentina o cerro Mirador. Salvo Monte Reina Sofía, nunca han puesto nombres de personas.
¿Hay más accidentes geográficos en la Antártida con nombres españoles?
No muchos, poco más de una docena. Curiosamente, todos han sido puestos por búlgaros, que han querido honrar al primer español que en el siglo XVIII avistó las islas Georgia del Sur [Gregorio Jeréz], al comandante del navío San Telmo y jefe de aquella flota [Rosendo Porlier].
También han puesto nombres de accidentes geográficos a la oceanógrafa Josefina Castellví, que levantó la base Juan Carlos I, así como a otros científicos y montañeros españoles. Respecto a islas, la única con nombre español es Cacho Island. Debe de ser de las pocas que quedaban sin nombrar. Esto me hace estar todavía más orgulloso, porque la comisión búlgara bien podría haberla pedido para un científico de su país o de otra nacionalidad.
¿Personalmente destacarías alguna zona antártica de las que conoces?
Sin lugar a dudas la península de Byers, en el extremo occidental de la isla Livingston y muy próxima a las islas Snow y Cacho. Es un lugar tan extraordinario desde el punto de vista biológico que es necesario un permiso especial para llevar a cabo labores de investigación científica. Y por supuesto isla Decepción, un volcán que se hundió la caldera formando una inmensa laguna interior, a donde se accede por una estrecha entrada. Es el mejor de los puertos naturales de la zona y de toda la Antártida. Lo único es que es un volcán activo, que es monitorizado en todas las campañas por científicos españoles.
¿En cuántas campañas antárticas has participado?
Como investigador participé en la primera expedición científica española del 86-87 que comenté. Luego, también estuve en dos campañas como científico a la base de Marambio (de Argentina), una de ellas en invierno. Posteriormente fui jefe de la Base Antártica Española Juan Carlos I en tres campañas y, finalmente, el pasado verano austral regrese a la Antártida como escritor a la base búlgara San Kliment Ohridski, dentro de un programa cultural. Además, he estado en numerosas ocasiones en las tierras árticas europeas.
Javier Cacho es buen conocedor de las regiones árticas y antárticas. / Foto cortesía del entrevistado
Eres físico, pero tus investigaciones se centraron en la química atmosférica del ozono, ¿no?
Fui a la Antártida, junto a otros muchos científicos de otros países, para contribuir a la solución del gran problema medioambiental que era el agujero de ozono. En muy poco tiempo se descubrió la causa que lo estaba provocando (principalmente compuestos clorofluorocarbonados o CFC), y puesto que eran productos producidos por la actividad industrial, se informó a los gobiernos y se aconsejaron las medidas a tomar.
En un tiempo muy corto —la situación era realmente muy preocupante— se adoptaron las medidas necesarias y se cumplieron. Puesto que esos compuestos permanecen en la atmósfera decenas de años, los que ya se habían emitido siguen todavía, aunque sus concentraciones están disminuyendo progresivamente.
Parece que este problema se ha abordado bien...
Sí, los niveles de ozono en la Antártida se van recuperando. Es un proceso lento, pero hay evidencias científicas de que estamos en el buen camino y, posiblemente, en unos años el agujero de ozono será historia. Es la primera gran batalla medioambiental a nivel global que estamos ganando, lo que me hace ser optimista y pensar que, si somos capaces de ponernos de acuerdo como nos pusimos en su momento con el ozono, lograremos revertir los grandes desafíos que nuestro consumo exacerbado está provocando en muchos campos.
¿Qué es lo más duro y gratificante de estar en la Antártida? ¿Volverás pronto?
Sin lugar a dudas, lo más duro es la separación de la familia, los amigos y de todo el entorno social que construimos a nuestro alrededor, aunque las nuevas tecnologías están ayudando mucho a hacer más llevadera la situación. También está el peligro constante al que nos enfrentamos. Es un entorno maravilloso, pero que no perdona la mínima equivocación, y el equipamiento médico de las bases, en caso de accidente o enfermedad grave, es muy precario. Por la otra parte, me quedo con muchos recuerdos: el silencio profundo de aquel lugar y la solidaridad y amistad entre las personas. Y claro que pienso volver, entre otras cosas, tengo que ir a pisar la isla a la que han dado mi nombre.
Has publicado varios libros sobre los grandes exploradores polares, como Amundsen, Scott, Shackleton o Nansen. ¿Qué destacarías sobre estas figuras?
Como denominador común de todas ellas, su coraje para enfrentar desafíos casi imposibles y la perseverancia para luchar con denuedo por alcanzarlos. Luego cada uno tiene sus características propias.
Amundsen en la profesionalidad, el marcarse un objetivo vital y mantenerlo a lo largo de toda su existencia. De Scott su entusiasmo, que le llevó a enfrentar unas situaciones completamente ajenas a lo que estaba acostumbrado, y dar lo mejor de sí mismo por adaptarse a ella. Shackleton es el arquetipo de líder, que sabía combinarlo magistralmente con un optimismo inquebrantable. Por su parte, Nansen es el científico que afronta los grandes desafíos sin perder de vista que la razón de ser de esas aventuras es contribuir al conocimiento científico.
Yo recomendaría leer sus epopeyas, a través de mis libros o los de otros autores, porque a cada uno, y en cada momento de nuestras vidas, estos personajes y sus hazañas nos dirán una cosa diferente. Dejémosles que nos hablen.
Javier Cacho inició su carrera investigadora en los años 70 en la Comisión Nacional de Investigación del Espacio (CONIE), donde realizó los primeros estudios sobre la capa de ozono en la Antártida, fruto de los cuales fue su libro Antártida: el agujero de ozono (1989). Además de miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida en 1986, fue colaborador de la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología en el Programa Antártico Español (CICYT) y secretario del Comité Nacional de Investigación en la Antártida.
Ha participado en varias campañas de investigación como jefe de la base antártica española Juan Carlos I y ha sido director de la unidad de cultura científica del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA). En los últimos años ha publicado diversos libros relacionados con la historia de la exploración polar como Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida, Shackleton, el indomable, Yo, el Fram y Héroes de la Antártida.