Sylvia Nasar (Rosenheim, Alemania, 1947) es la autora de Una mente maravillosa, la biografía de John Nash en la que se basó la oscarizada película protagonizada por el actor Russell Crowe. También dio a conocer la historia de Grigori Perelman, el matemático que resolvió la conjetura de Poincaré y que renunció a la medalla Fields. Nasar ha visitado estos días Madrid para explicar por qué los científicos son ahora tan populares como las estrellas de rock.
¿Qué ha cambiado en los últimos años para que los científicos sean ahora famosos y admirados?
Tenemos que pensar en el pasado. En otro tipo de épocas, los reyes, los guerreros o los escritores eran el paradigma de los logros de una sociedad. Pero ahora vivimos en la era de la información y de la informática. Tenemos a Steve Jobs, Bill Gates, Bill Simons y el resto de genios de Silicon Valley, gente que durante décadas ha estado asociada a los ordenadores, a los grandes descubrimientos médicos y a otros grandes avances que revolucionan nuestra vida cotidiana. Ellos representan ahora la excelencia académica y el éxito profesional.
Entonces, ¿qué diferencia a estos científicos del resto de los mortales?
El matemático Paul Halmos hizo una distinción entre dos tipos de genios: aquellos que hacen algo que todos nosotros podemos hacer aunque ellos lo hagan mejor –por ejemplo, todos podemos correr, pero un atleta tiene más entrenamiento y lo hace más rápido–, y los que tienen una sabiduría que nos parece algo misteriosa e inaccesible –Beethoven compuso su 9ª sinfonía siendo medio sordo–. Los científicos están en esta segunda categoría: parecen tener poderes especiales, son como superhéroes.
Además de sus logros científicos, ¿son también célebres por tener un carácter peculiar?
Evidentemente, no todo el que gana un Nobel o una medalla Fields se convierte en una celebridad. Son muy pocos los que lo consiguen. Creo que esto tiene que ver con historias personales que se convierten en cuentos como los de hadas. Ejemplos de ello son las historias de Grigori Perelman que mezcla la búsqueda del Santo Grial con la lucha de David contra Goliath, la de Will Hunting que es como Cenicienta, e incluso la de Einstein que en la película I.Q. se convierte en una especie de Peter Pan.
¿Fue algo así lo que vio en John Nash?
Sí, en su caso Nash era como el patito feo y tenía también una historia de resurrección, la de alguien que prácticamente volvía de entre los muertos. La primera vez que me hablaron de que estaba en la lista de candidatos al Nobel ni tan siquiera sabía que estaba vivo. En Economía había estudiado el teorema del equilibrio de Nash, pero era algo muy antiguo y creía que su autor había muerto hace mucho tiempo. Cuando llamé a su departamento, me contaron su historia. Había sido un genio en su juventud, tuvo esquizofrenia, había sido como un vagabundo durante 30 años y, de repente, se recuperó. En ese momento pensé: “¡Dios mío! ¡Es la mejor historia que he oído nunca! Sobre todo, como periodista de Economía.” [risas].
¿Esperaba el éxito que obtuvo la biografía?
Para nada, en general, la mayoría de libros pasan sin dejar rastro. Pero tres semanas después de que publicara su historia, me empezaron a llamar varios agentes. La historia de Nash había impactado tanto a aquellos que lo conocían como a los que tenían parientes con una enfermedad mental.
¿Quedó satisfecha con la película?
Completamente. Todo salió bien: fue el director adecuado –Ron Howard–, se eligió a la estrella correcta –Russell Crowe–, y el guión era maravilloso. Los guionistas acertaron al cambiar la estructura narrativa respecto a la de la biografía y hacernos ver el mundo a través de sus ojos. De repente, a mitad de la película, nos damos cuenta de que todo lo que creíamos que era cierto no es más que una ilusión. Y esto es precisamente lo que vivió el propio Nash. De esta forma nos ponemos en su propia piel, la de alguien que no distingue entre la realidad y su imaginación. Normalmente esta gente nos genera cierto rechazo porque nos parece rara y hasta peligrosa. Pero los guionistas lograron que empatizáramos con uno de ellos.
Russell Crowe interpretó a John Nash en Una mente maravillosa / Dreamworks
¿Qué fue lo que le llamó la atención en el caso de Grigori Perelman?
Que rechazara un premio por el que otros morirían. Es como Gandhi, un santo, gente más pura que el resto, capaz de retirarse del mundo por adherirse a un principio más elevado. Ese tipo de renuncia es misteriosa y hay algo de heroísmo en ella. Pero me decidí a escribir el reportaje –al principio se lo iba a dar a uno de mis alumnos– cuando supe que un matemático chino de mucho prestigio pretendía reclamar para dos de sus alumnos el reconocimiento público de lo que en realidad había hecho Perelman: resolver la conjetura de Poincaré. Era la historia del ermitaño ruso contra el gran emperador chino.
¿Qué impresión le produjo cuándo le conociste en persona?
Fue muy curioso. No habíamos conseguido contactar con él, así que nos presentamos directamente en casa de su madre y allí estaba. Una semana antes, el New York Times lo había descrito como un loco eremita que vivía en el bosque. Sin embargo, el tipo con el que nos encontramos tenía un traje europeo, mocasines italianos y estaba viendo un partido de fútbol en la tele. Cuando me estaba presentando y le dije que había escrito Una mente maravillosa, me interrumpió: “No he leído el libro, ¡pero he visto la película de Russell Crowe!”. El único regalo que aceptó fue un ejemplar de la biografía. A la mañana siguiente ya se lo había leído e incluso parecía conocer a Nash mejor que yo. Creo que ese es uno de los motivos por los que aceptó hablar con nosotros. Quería evitar la celebridad basada en algo que no fuera su trabajo, y despreciaba a aquellos compañeros que tenían otra motivación que no fuera su amor por las matemáticas. Veía la universidad y la fama como cosas corruptas.
¿Qué hay de cierto en los rumores sobre la realización de una película centrada en su vida?
Ninguno de los que difunden estos rumores conoce a Perelman. Creo que es casi imposible que colabore, y para hacer una película sobre alguien necesitas que te ceda los derechos de su vida, como sucede con los derechos literarios. Además, hay otro problema y es que su historia probablemente no sea tan interesante como la de Nash: no hay caída y resurrección, ni historia de amor, ni siquiera el ambiente de la Universidad de Princeton en los años 50. Cuando el reportaje sobre Nash salió en el New York Times, enseguida varios directores se interesaron por los derechos, pero con Perelman no sucedió lo mismo. Nosotros también pensamos en hacer un libro, pero nos dimos cuenta de que, por buena que fuera la historia, bastaban 10.000 palabras para contarla.
Después de Nash y Perelman, ¿hay algún otro científico cuya vida le gustaría contar?
Justo acabo de firmar el contrato con una editorial para escribir un libro sobre funcionarios occidentales de alto nivel que colaboraron en secreto con la Unión Soviética en los años 30 y 40. No se trata de genios propiamente dichos, sino colaboracionistas, pero hay varios científicos de cierto renombre. Uno de ellos es Israel Halperin, un matemático canadiense de padres rusos que fue acusado de espiar a su profesor John von Neuman, uno de los matemáticos más importantes del siglo XX y que participó en el Proyecto Manhattan.
La periodista económica Sylvia Nasar se hizo famosa cuando escribió Una mente maravillosa, la biografía de John Nash en la que se basó la película que en 2001 ganó cuatro Oscars, incluidos los de mejor película y guión adaptado. No se agotó allí su curiosidad por los científicos extravagantes.
En 2006 publicó un extenso reportaje sobre Grigori Perelman, el ruso que resolvió la conjetura de Poincaré –mérito que le intentó arrebatar un colega chino– y que luego se retiró a vivir en soledad, rechazando la prestigiosa medalla Fields y el premio de un millón de dólares por haber resuelto uno de los enigmas del milenio.
El pasado jueves Sylvia visitó la Residencia de Estudiantes del CSIC en Madrid para dar una charla bajo el sugerente título “Los nerds como estrellas de rock: Las matemáticas en el siglo XXI”.